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Reportaje:

Todos tienen miedo en Ayacucho

Antonio Caño

La ciudad de Huanta, en la provincia de Ayacucho, y el pago de Pampay están unidos por un camino de tierra convertido ahora, con las lluvias, en un cenagal. A sus costados crece abundante vegetación verde rabiosa que da al paisaje un aire de jungla. Desde hace decenas de años, sus únicos transeúntes han sido campesinos condenados, a ejercer de reliquia hambrienta del Perú ancestral. De repente, esa población huidiza y recelosa como un animal salvaje ha descubierto el Estado, no a través de médicos, escuelas u obras públicas, sino por la presencia en sus tierras de cientos de soldados, vehículos militares y fusiles.Los estudiosos de Sendero Luminoso creen que, de esta manera, el grupo que ha adaptado la violencia política y el terrorismo a la idiosincrasia de los Andes peruanos ha conseguido su objetivo principal: militarizar la región para desatar una estrategia de golpe y contragolpe que acabe con el sistema democrático.

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El Ejército ha convertido la región de Ayacucho en zona de guerra. El aeropuerto de la ciudad está tomado por la Guardia Republicana y el acceso está prohibido, excepto a los pasajeros.

En Ayacucho y Huanta, principales ciudades de la zona, el despliegue militar y policial es aparatoso. "En los dos últimos años aquí no ha habido vida social. La gente se metía en sus casas a las cinco de la tarde, nadie iba a un restaurante, al cine o a bailar. Ahora se empieza a apreciar un incremento de la actividad", dice un joven ayacuchano.

La gente tiene miedo a todo y de todos. "Por favor, déjeme, me están mirando. Seguro que ya saben que le estoy haciendo declaraciones; déjeme", ruega con los ojos húmedos una señora de mediana edad sentada en la puerta de su pequeña tienda en la plaza de Huanta. Hablar con un extraño que llega a la ciudad a bordo de un jeep de la Infantería de Marina equivale a estar amenazado de muerte por Sendero Luminoso.

En esta misma ciudad, en esa misma plaza, fue asesinado el pasado fin de semana un periodista de la radio local por un sinchi, miembro del cuerpo especial antisubversivo de la Guardia Civil. Los militares lo controlan todo. Desde el gobierno -el general Silfredo Mori es el jefe del comando político-militar que administra la zona- hasta la distribución de alimentos y ropa. Es como si el Ejército hubiese dado un golpe de Estado sólo en una parte del país en la que el prefecto (gobernador) es un esperpento del poder civil.

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La presencia militar ha obligado a Sendero a un replanteamiento táctico. Ya no abandonan sus colinas durante días para bajar a adoctrinar a los campesinos en el marxismo-leninismo o en el pensamiento de Mao Zedong. Han evolucionado desde formas de lucha guerrillera hacia el terrorismo.

El Ejército no ha eliminado el terror impuesto por Sendero Luminoso en las ciudades y, sobre todo, en el campo. "Cualquiera de esos que usted ve ahí ahora mismo puede ser un terrorista. Aquel limpiabotas que tendrá 12 años, el conductor de ese taxi o aquella joven que va hacia el colegio. 0 usted mismo. Yo no lo sé", afirma un alto oficial de la Guardia Civil.

El Ejército y la policía actúan como si todos los habitantes de Ayacucho fueran. sospechosos de terrorismo. Ellos también tienen miedo. "Aquí, cuando se apaga la luz por los atentados de Sendero, los guardias tiran a todo y muchas veces se ha herido a gente inocente, pero eso es inevitable".

Cada patrullaje es un reto a la muerte para las fuerzas militares. Casi siempre Sendero no aparece o se limita a arrojar sobre la caseta de la policía un perro degollado.

Pero los soldados saben que Sendero está ahí. A uno de sus compañeros lo mataron la semana pasada y su cuerpo apareció con el pene en la boca.

Ya no existen lo que hasta 1983 se llamaron zonas liberadas, o sectores del campo a los que el Ejército no accedía pero, de hecho, cada punto en el que no hay un destacamento fijo de la Guardia Civil o de la Infantería de Marina se convierte en zona liberada. Una vez que la patrulla militar se retiró el pasado día 2 de Pampay, Sendero bajó al pago y mató a dos personas elegidas por los soldados para organizar las fuerzas de defensa civil.

Isabel, de 35 años, la mujer de uno de los muertos, recuerda en quechua lo que pasó aquella noche: "Él había salido a no sé qué y después de un rato le oí que corría hacia casa. Le dispararon tres tiros en el vientre. Eran unas 15 jóvenes con vestidos de las alturas". Uno de los comuneros de Pampay, Víctor, cree que ese doble asesinato es una venganza porque cuatro días antes los habitantes de ese pago habían detenido a una supuesta senderistar. "Algunos de nosotros vimos a tres terrucos (como llaman en el campo a los senderistas) junto al río. Tocamos los silbatos y los perseguimos. Dos escaparon, pero cogimos a una muchacha de unos 15 años que hablaba quechua y que dijo que los terroristas la habían sacado de su pueblo a la fuerza".

Estos días se han reunido en Pampay cerca de 200 campesinos, la mayoría mujeres maduras, armados con lanzas, puñales, hachas y machetes, dispuestos a defenderse de Sendero. Son ronderos, fuerzas civiles organizadas por los militares para la autodefensa. Es dificil calibrar la veracidad de sus palabras, delante de los infantes de Marina de quienes dependen su pan y su vida, pero se les ve aterrorizados y resueltos a luchar. Cuando el convoy militar se va, varias ancianas se agolpan ante las puertas de los jeeps para suplicarles que permanezcan.

La plaza principal de Luricocha, en. pleno centro de actividad senderista y militar, es el mejor ejemplo del drama de estas tierras. Los mejores edificios han sido dinamitados; el Ayuntamiento, ocupado por la Guardia Civil; la población está encerrada en sus casas. Las paredes están pintadas con letreros rojos con vivas al camarada Gonzalo (Ebimael Guzmán, líder de Sendero). Se propugna la lucha armada y se alaban las gestas de Mao Zedong y la banda de los cuatro.

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