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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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¿Andalucía árabe?

"Aquí y allá / siempre los ecos moros / de las chumberas". ... dice el poeta, y el chiquillo soñador de Jerez Motril o Córdoba se embelesa evocando remotos ante pasados que dejaran tales huellas, huellas vivas, no sólo de piedra; luego consulta cualquier enciclopedia más o menos fascicular y lee, incrédulo y perplejo, que la chumbera -como todas las opuncias- procede del Nuevo Mundo (de México, puntualiza la prosa impersonal): así comienza a resquebrajarse el tópico de la retórica maurófila. Y, no obstante, a ambos lados del Estrecho el higo chumbo prolifera. No más que da establecer en qué sentido cruzó el mar, como tantas otras perviven cias árabes. Y en qué fecha: no antes, desde luego, de la reconquista de Granada.Si en el observador se da la infrecuente conjunción de no ceder a la lisa contundencia del viva er Beti conociendo al tiempo un tanto la cultura y la vida cotidiana árabes, no puede por menos de sentir incomodidad y -¿por qué no decirlo?- considerables dosis de vergüenza ajena a la vista de la actual corriente de búsqueda de las raíces árabes de Andalucía, corriente más emocional que fundamentada, más fantasiosa que ceñida a los hechos, más expresiva de una negación que se precisa airear (dime de qué presumes) que conciencia profunda y reposada de una realidad evidente: la procura de elementos diferenciales, justificación y sostén de una nacionalidad recientemente inventada, aunque el tópico venga de las hermosas piedras de antaño. Sin una burguesía local nacionalista ni una lengua independiente hay que recurrir a la máquina del tiempo. Y una Vez entrados en el artilugio se nos agolpan la piedra y el yeso ante los que nos emocionamos con la perogrullada de que Andalucía es una acumulación de elementos (uno de los cuales, desde luego, es el árabe), con los riesgos del pormenor, el baratillo cultural y, en resumen, el tópico antiárabe con sus adalides de fuste a la cabeza: Menéndez Pelayo, Simonet, Sánchez Albornoz, la espada del Cid y san Eulogio; la fábrica de ucronías y futuribles a que inducen los generosos versos de Machado, de Lorca, de toda la afectividad maurófila a distancia (si no se hubieran ido, si subsistera el islam andaluz, si Isabel se hubiese mudado la- camisa..., toda una vuelta al planeta de los simios y cuidado al distribuir el reparto de papeles en la cinta)., Y nos sacude aquella patética pintada -patética por el tamaño de su dislate implícito- que proclamaba, reivindicativa y justiciera, por las calles de Córdoba "El arjamí a läh ehcuelàh", como si de una lengua distinta se tratase: el arjamí (aljamiado, suponemos) no es sino nuestro entrañable vulgar romance de a diario transcrito en caracteres árabes. Si no hay idioma, se inventa, aunque no sepamos cuál ni cómo, y en Andalucía -ya se sabe- cualquier cosa de origen desconocido o dudoso es, faltaría más, "cosa de los moros". Y, sin embargo, el observador -que intenta convertir la honestidad en algo más que una palabra y- se niega a trocar en mercancía vendible cuanto estudia y ama- se plantea la inconveniencia de actuar como aguafiestas, pues no ignora que nadar contra la moda es nocivo para la salud: la del alma y -lo que es más grave- la del cuerpo.

Descartada toda pretensión de supervivencia racial árabe, ¿en qué se asienta el tópico admitido con tan sospechosa unanimidad? Todos los indicios parecen apuntar hacia la proximidad geográfica a Marruecos y hacia él indiscutible dato histórico de haber sido una parte de Andalucía el último territorio musulmán de la Península: en bases tan delicuescentes y de tan opinable interpretación radica la arabidad andaluza. El resto: la comida, el traje, los hábitos cotidianos, la actitud del hombre ante su entorno tienen pocos puntos de contacto, en su conjunto, con pervivencias árabes, y si coinciden es más por las comunes raíces mediterráneas que por ese sensacional descubrimiento denominado influencias. El feo pastiche de la Alcaicería granadina ¿qué tiene que ver -pongamos- con la alcaicería de Fez, pletórica de telas, de artesanos de verdad, de aromas del vecino zoco de los perfumístas?

Y la máquina, fría y escueta, nos hace recordar inconveniencias; por ejemplo, que las expulsiones, y repoblaciones masivas perpetradas por los invasores cristianos en diversas zonas de Andalucía (valle deI Guadalquivir, Alpujarras, sierra Morena) a partir del siglo XIII y hasta finales del XVIII desfiguraron la composición social y, a continuación, sus comportamientos: el consumo masivo de puerco, licores y vino es un buen exponente (hasta los pinchos morunos se preparan con carne de ¡cerdo!).

¿Y la lengua? Uno de los puntales de la arabidad andaluza e hispana en general suele ser la presencia de léxico, sobre todo, tomado del árabe. Y tal vez no sea en balde recordar que esos vocablos aparecen en toda la geografía peninsular (¿quién diría que Orense. es una región arabizada porque en ella se usen términos como almofía, regueifa o tantos otros, muchos más de los que se cree?), y tampoco descuidemos que en castellano, como en todas las lenguas, la adopción de vocabulario aislado no afecta a la estructura general, ni tampoco parece que esas palabras (numerosas, desde luego, aunque poco usadas en su mayoría) hayan operado modificaciones sustanciales en la mentalidad del hablante: ¿nos sentirnos especialmente afrancesados por servimos de flamantes galicismos como jardín, bayoneta, fusil, etcétera, pese a que su entrada es mucho más reciente que la del léxico árabe?

La visión de la máquina se actualiza: dos mujeres preñadas, de cerrado acento andaluz, y aproximadamente disfrazadas de marroquíes renquean tirando de varios niños al subir una cuesta del Albaicin, armonizando con las poco convincentes pintadas en árabe que ciscan / decoran algún muro, faltas de ortografía o errores sintácticos incluidos, y que quizá asusten a canónigos, beneficiados y archimandritas, temerosos del retomo de la competencia. Empero, algo muy gordo huele a falso: en el comerció de al lado se vende cerámica moruna, pero de moruna, nada, es marroquí simplemente; los gritos que llaman a Aixa, rezagada en el repecho, saben más a boquerones fritos y chorizo (¡cielos!: ¿cómo habrán podido renegar del chorizo?) que a harira o -no digamos- molójeyya; el meritorio alarife que dibujó, más que escribió, la pintada no tiene ni pajolera idea de lo que trazaba, de no ser por la amable ayuda de la versión bilingüe en la lengua colonialista y extraña "Muera Hassan II": un tema notoriamente debatido en las calles de Andalucía, como el paro, la falta de agua o la última del PSOE.

Se ventea la impostura: ¿quién promueve en foro tan poco indicado las aburridas querellas interárabes? Pero no haremos de mánticos o estrelleros, porque no hace falta: las cuestas, el jalbegue, la piña de casas... las hemos visto en Túnez o en Marruecos, pero también en Italia o en Grecia. Y el cielo azul y el calor y la injusta distribución de la propiedad, que nos unen más que todas las historias y todos los repertorios lexicográficos.

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Serafín Fanjul es profesor titular de Lengua y Literatura Arabes en la Universidad Autónoma de Madrid.

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