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Tribuna:CRÓNICA DE LA CIUDAD
Tribuna
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Narizotas y matasuegras

Rascándose la oreja con la pluma de un pavo real torturado horas antes en las cocinas, el jefe de la manduca del hotel Ritz admiró la obra de sus artesanos: "Muchachos, mi enhorabuena", les dijo. Una larga batería de gorros blancos se inclinó ante mister Ti, hombre nacido en Ceilán y refinado en Londres, quien inhaló por última vez los aromas del exquisito menú (22.500 pesetas) elaborado para la Nochevieja: caviar al Blinis; consomé de pavo real, sin moco, y al Oporto añejo; langosta fresca; sorbete de Kiwi al Galileo; solomillos en croute con ciruelones al coñá y un comete de chocolate con fresas y chantilli, superior al cuerno inglés de la orquesta.La orquesta ensayaba melodías babeantes de espumosos, y mister Ti notó cómo se le nublaba la vista: ¿Bastaría todo esto para que la alta burguesía saciara sus bajas pasiones? Los responsables del goce se frotaban las manos con un ligero temblor de estreno. No podía permitirse ningún fallo humano. El centenar de clientes llegaría puntual a la pista y su aterrizaje, en 1984, se produciría sin sobresaltos.

La ciudad entera apuraba las últimas horas del largo viaje de un año. Así, Titi Rosillo anhelaba vender el vestido del escaparate de su boutique de don Ramón de la Cruz: "¿No le favorecería esto a una señora esbelta?", y mostraba una especie de sotana episcopal, de moriré de seda roja, que valía 96.000 pesetas. Algunas damas llamaban a la puerta electrónica y con un gesto de esposa de clérigo anglicano observaban el trapo y el bolso que, por 50.000 pesetas más, acompañaba el atuendo. La vendedora dijo: "Sin el bolsito el vestido pierde mucho; el bolsito es de Mazolati, hecho en Milán con pedrería y sobre cachemira".

Cerca de este lugar , la vendedora de frutas de Casa Andrado metía un kilo tras otro del estúpido racimo en bolsas plásticas, y las cobraba a 200 pesetas. Los granos eran gordos y tersos como el badajo de una campana de convento de clausura. "¿Qué cara ni qué? ¡Demasiada mala uva hay este año!", exclamó la mujer soplándose los dedos para evitar sabañones.

Por su parte, las jovencitas de billetero cálido asomaban su físico en la tienda de Courréges, en la cada día más filosófica calle de Ortega y Gasset, donde María Pilar de Irala se sentía feliz por haber vendido el modelo, único en la Península, que deja medio pezón a la vista: "Era total, precioso y total, de pronto respiras un poco y sale el pezón hasta la mitad, y vuelve a meterse, y vuelve a salir, como una puesta de sol". El modelo, pensaba Pilar de Irala, ya se lo estaría poniendo su propietaria, una hembra que tenía aspecto de mosquita muerta, de virgo potens, y que había pagado, sin rechistar las 43.500 pesetas de la etiqueta.

Talleres de reparación

Purificación García, en cambio, diseñó trapillos a 86.000 pesetas sin espalda y con lentejuelas. Quien los vendía en Cravane, otra bombonera de gasas, dijo: "Transparentan justo lo que- deben transparentar y garantizamos que las lentejuelas no caigan durante el baile".

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Durante las danzas nocturnas nada debería caer. Las dependientas del célebre tendero don Carlos, más monas que su dueño, achuchaban a las clientas rezagadas para que de una vez aligerasen las existencias: "Mira, rica, te pones cadenas alrededor de estas telitas tan amoldables a la forma del cuerpo, le das al trote, y ¡hale! ligas con el que quieras", decía una con ojeras de cotillón.Pero de poco sirven los trapos si sus escotes muestran un pellejo maltratado y tosco El acicalamiento exigía horas de desgarrador suplicio. Los salones de peluquería y masajes parecían talleres de reparación de chapa. Así, por ejemplo, en el negocio recién inaugurado por Daniel Blanco (un panteón familiar de mármol bicolor en la calle de Juan Bravo) las señoras se sometían a la disciplina del partido del ungüento y la descamación, previa entrega de su automóvil a un esbeltísimo portero ataviado con sobretodo al estilo Sherlock Holmes. Este mozo se movía como un ama de llaves, arriba y abajo, recibiendo el pirulí metálico para el contacto. También aceptaba propinas.

Aquí, una tal Yolanda organizaba las cabinas de tratamiento y decía - : "A usted, madam, le conviene un superpelado de piel, la limpieza de cutis en profundidad, y luego ya veremos".

Y lo veían. La madam penetraba en la cabina y sufría, resignadamente, el despellejo hasta que su epidermis quedara como Ja de un bebé, y logrado esto tomaba asiento en el butacón anatómico donde los peluqueros de Blanco se ponían morados con la tijera. "Para la Nochevieja les metemos el moño griego, es año de moños, y acompañamos ese peinado con maquillaje de fondo pálido, labios destacados (morro afro-besucón), pómulos sombreados y brillo en el ojo" También se repartían toques de oro y plata en el rostro de las clientas que, sin advertirlo, causaban la admiración de los peatones a través del escaparate.

Pero la ambición no conoce límite, y el cuerpo femenino es hoy objeto de exhibición generosa allá donde uno va: "Sí, sí, ya empezamos a hacer depilaciones originales en las zonas púbicas, sobre todo entre artistas que nos lo solicitan" advirtió una experta en trenzados y otros caprichos inferiores.

Las clientas, y aunque en menor número los clientes exquisitos, perfeccionaban sus rasgos ante espejos inmensos y aplacaban su sed y el desgaste del tratamiento con vasos de whisky o platos de paella servidos por la nueva generación de barberos unisex.

Lavadas, pintadas y pulidas, las añejas carrozonas salían del taller sin miedo al coche-grúa, sujetándose los moños de moda como un matador se sujeta los machos.

Por su parte, los caballeros adquirían el esmoquin de Best a sólo 50.000 pesetas, con tirantes blancos que más de uno debía unir a un braguero para la hernia, o al sujetador ventral para estómagos caídos. Este año se llevaba el bastón de etiqueta, con el palo negro y la empuñadura de falso marfil (3.000 pesetas), y el utensilio pasaba de mano en mano hasta caer en poder de algún cursi adinerado.

Gentío, para las 12 campanadas

Aun así, los miedosos y acaudalados festeros preferían el party en casa -siempre más seguro y sin riesgos de tirón callejero y habían encargado el menú en las firmas Embassy o Mallorca. La primera ofrecía bolitas isabelinas del siglo XIX como adorno que escoltaba al capón relleno, y un postre inglés que venía condimentándose desde el pasado mes de septiembre. "Es un pudin muy flemático y muy rico", dijo la vendedora. Algo más prosaico, el emporio Mallorca (300 empleados de blanco) repartía por las mansiones de la capital su especialidad porcina: "Es este pequeño gorrino relleno de fiambres prensados, sin sangre y con mucha caloría", explicó el encargado del negocio, al tiempo que mostraba su razonable precio: 5.000 pesetas.

Hubo quien prefería cambiar el capón pagano por una retrasada misa del gallo en la parroquia del Santísimo Cristo de la Salud (Ayala), donde un sonriente clérigo preparaba la ceremonia con clama intemporal: "Total vamos a ser pocos, 30 o 40 feligreses, en su mayoría de avanzada edad", dijo el cura.

Besugos, mariscos y gallináceas desaparecieron en las últimas horas de los puestos del mercado de San Miguel, junto a la calle Mayor. Un vendedor de pescado gritaba a un cliente: "¿Le parece mucho el besugo a 3.000 pesetas? -Ande yal ¡Usted no sabe nada! ¡Váyase deongelado!".

Poco a poco, el centro de la ciudad engordaba de coches y peatones. Para el encargado del bar La Mallorquina, en la Puerta del Sol, sería aconsejable adelantar el cierre. Antonio Escribano pidió a la clientela que evacuara pronto: "A ver, señoras, se acaben el merengue y me dejen echar la persiana". Las azucaradas y golosas hembras, gruesas y con ojos de insaciable gula, salían al bullicio de la plaza relamiéndose en su desorientación. "De aquí hay que irse rápido, que vienen los borrachos y los gamberros y te pueden robar", dijo una apurando un palo catalán.

La plaza, con el árbol tieso y embalsamado en el centro, recibía a sus incondicionales de siempre, hambrientos de aparecer en la televisión. ¿Era concebible que sonaran las 12 campanadas del año moribundo sin este gentío que ruge, solloza, babea y se contorsiona como un recién nacido?

Por fin los automóviles, relucientes, se detuvieron en la entrada oval del hotel Ritz. Las parejas se saludaban entre pieles de zorro y nutria. Lo hacían con una calma mística. Y avanzaban hacia los salones donde iban a entregarles los complementos de su felicidad: el sombrerito de bombín, la narizota que todavía huele a almacén de esparto y el matasuegras inofensivo. Estos interesantes objetos habían sido confeccionados por encargo. Poseían el sello de una inconfundible ridiculez. De pronto, un caballero con la pechera almidonada se ajustó el postizo narigón al hocico, sopló la trompetita y dijo: "¡Viva la vidal". La orquesta arrancó con un vals y sé sirvió la burbuja.

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