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La enseñanza del 'euskera'

Dicen que dijo Marco Aurelio que el lenguaje les fue dado a los hombres para que pudiesen ocultar sus pensamientos. En modo alguno puedo admitir como tesis general tan pesimista sentencia. Estadísticamente examinadas las expresiones verbales de un hombre, es seguro que, salvo muy raras excepciones, más del 90% de las salidas de su boca y su pluma manifestarán lo que realmente piensa. Y aunque parezca cosa ingenua fiarse de las estadísticas, ingenuo conviene ser más de una vez. Mas, como desgraciada contrapartida, hay no pocas ocasiones en que la sincera expresión oral de nuestros pensamientos, por torpeza de quien la profiere o por ligereza o prejuicio de quien la escucha, hace que lo dicho cobre vigencia pública según formas y sentidos muy distintos de los que en la intención del locuente tuvo.Eso ha debido de suceder, a juzgar por alguna de las reacciones que han suscitado, con las declaraciones que acerca de la enseñanza del euskera hice yo en San Sebastián, y después en Madrid. ¿Acaso no se me ha hecho decir, a través de la reseña de un oyente y de la interpretación de un comentarista, que, a mi juicio, es "un terrible peligro para el castellano" la enseñanza de "la depauperada y agónica lengua vasca"?

No sólo por el vivo amor que desde mi adolescencia tengo al pueblo de Euskadi, también porque el tema importa muy de veras a todos los españoles que quieren ver definitivamente resueltos o en vías de franca resolución los cuatro problemas fundamentales de la España moderna -el ideológico-religioso, el económico-social, el autonómico-lingüístico y el científico-educacional-, me decido a poner negro sobre blanco, en forma de muy escuetas tesis, mis personales ideas acerca de la enseñanza y del uso del euskera. Son las siguientes:

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1. Sea o no sea vasco de nacimiento, todo residente en Euskadi tiene derecho no sólo a usar como le plazca el euskera, que esto es tan obvio como constitucional, mas también a que se le enseñe el euskera y en euskera en los centros de su formación. Bien sé que esto planteará algún problema en los establecimientos docentes donde se junten alumnos idiomáticamente formados desde su infancia en el castellano y alumnos para quienes el euskera haya sido el idioma materno; pero no creo que la dificultad sea insoluble, si de hecho hay buena voluntad en los organizadores de la enseñanza.

2. Análogamente, todo residente en Euskadi, sea o no sea vasco de nacimiento, tiene derecho a que se le enseñe el castellano y en castellano, si tal es su deseo. Sobre el modo de hacer compatibles en un mismo centro este derecho y el anterior, problema a la vez técnico y convivencial, remito a lo que acabo de apuntar.

3. A todo alumno que desee aprender el euskera y en euskera deberá enseñársele en medida suficiente el castellano.

4. A todo alumno que en Euskadi decida aprender el castellano y en castellano, debería enseñársele el euskera, por lo menos hasta lograr cierta familiaridad con el empleo de éste por quienes junto a él viven y hablan.

5. Es manifiestamente perturbadora la utopía -ucronía, más bien, en el sentido que a esta palabra dio Renouvier- de una futura sociedad vasca capaz de lograr actualidad histórica tras haber echado por la borda, como agente desvirtuador, cuanto la romanización y la cultura castellana, en el caso de los vascos de aquende el Bidasoa, han puesto en la vida y, en el alma de los habitantes de Euskadi.

6. Consideraría, en consecuencia, un lamentable error que en las ikastolas -si es que esto realmente sucede- se intente eliminar del alma de sus alumnos la conciencia de pertenecer a la comunidad histórica que desde hace siglos llamamos España.

7. No menos vituperable me parecería un proyecto político cuya meta fuese la extinción del euskera en el área geográfica donde desde hace milenios perdura. Quede para otros países la práctica del genocidio idiomático.

8. Para mí, el ideal correspondiente a la que se viene llamando España de las autonomías, y dejando de lado lo que pueda acontecer al norte del Bidasoa, sería un Euskadi en el que convivan con suficiente armonía -enteramente idílica nunca será la existencia histórica de los pueblos ni en Euskadi ni en Jauja- castellanohablantes habituales, para los que el euskera sea en alguna medida familiar, y hablantes habituales del euskera, tan capaces de ampliar literaria y científicamente el caudal de su lengua como de considerar bienes también propios el Quijote, San Manuel Bueno y Zalacaín el aventurero. ¿Utopía? Si en Madrid y en Vitoria imperan la buena voluntad y el realismo, no lo creo.

Quiero terminar este artículo expresando un deseo y una esperanza. Deseo que dos personas a las que admiro, Luis Michelena, vasco y vascólogo en Euskadi, y Antonio Tovar, castellano y vascólogo en Madrid, encuentren aceptables estas propuestas y opiniones del viejo e ingenuo vascófilo que soy yo. Espero, por otra parte, que nunca el independentismo de Euskadi, hoy dolorosamente visible, llegue a desgarrar de España una tierra que tan esencial parte ha tenido en su historia. ¿Es mucho desear? ¿Es mucho esperar?

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