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Tribuna:GENTE DE LA CALLE
Tribuna
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El mal sentado

No diré que en todas, pero en muchas cenas de etiqueta hay un señor que aparece nervioso, agitado, a veces, incluso, convulso. No hace honor a los buenos manjares, a los exquisitos vinos, y si entabla conversación con los vecinos de mesa es sólo para repetir hasta la saciedad un leit-motiv que le va a durar toda la velada, una frase resumen, una situación que le saca de quicio. Está mal sentado. No se trata de la comodidad de la silla, sino del lugar que esa silla ocupa en la mesa. Porque según los cálculos que ha hecho al ver a los invitados, el señor en cuestión debía de estar situado tres sillas más cerca de la presidencia. "¿Cuál es el sitio que me han dado?", dice indignado Hans en la Ondina, de Giraudoux, "a mí me toca el segundo lugar y cuchara de plata..."."Pero, ¿qué dices?", interviene Ondina, "no te preocupes, he visto la cocina; hay comida para todos".

Aventa su frustración comunicándola

La ingenua Ondina cree que la obsesión de su marido es sólo la de que, al quedarse río abajo, no le alcancen los sabrosos platos. No sabe que se trata de una comida espiritual, el alimento de la vanidad, sin el cual el huésped prefiere quedarse sin comer. Hacerle esto a él, ¡a él!

Ha habido casos en Madrid en que el Uendido ni siquiera ha ocupado la silla reservada, rechazándola como si se tratara de la eléctrica. "¡Vamos!", dijo un aristócrata en voz alta a su'mujer ante el asombro de los demás huéspedes, "estamos mal sentados", y se dirigieron a la puerta, seguidos vanamente por el preocupado anfitrión -un embajador extranjero-, que se excusaba arguyendo que había situado a la gente tras consultar el departairnento de Protocolo de Asuntos, Exteriores. Sólo en el mismo vestíbulo logró convercerles de que volvieran a la mesa. (Mi impresión personal es que los protestantes pensaron que a dónde irían a cenar a aquella hora, vestidos de smoking él y de largo ella. ¿A un restaurante?, ¿a la propia y fría casa, donde nadie les espera?)

Esa es, probablemente, la razón de que en cenas de lujo el mal sentado prefiera quedarse masticando, además del freno, lo que le den. Normalmente, como decía antes, aventa su frustración comunicándosela a sus vecinos de mesa, que quedan un poco desconcertados al comprobar la poca importancia que da aquel caballero a su compañía; y ahí termina todo, excepto en algún caso en que el mal sentado venga su malestar con el propio dueño de la casa algo más tarde. Yo he asistido a una de esas escenas en que éste -otro embajador- tuvo que escuchar la retahila de quejas del caballero en cuestión, que le repetía una y otra vez que no volvería a aquella casa.

Mientras yo pensaba que no debía de preocuparse por ello, porque las posibilidades de ser invitado iban a bajar velozmente desde aquel momento. Los dueños de las casas, y especialmente las dueñas, no acostumbran a perdonar a quienes les chafan una velada con sus intemperancias.

Pero eso no se le ocurre al mal sentado, porque la misma vanidad que le hace ofenderse ante la colocación injusta le convence de que seguirán llamándole para compartir manteles con otra gente; ¿qué iban a hacer sin él?

Las ravietas de los 'parvenus'

Esa preocupación aumenta mil veces cuando el puesto que deben de ocupar les viene por concesión reciente -también hay nuevos ricos de la aristocracia- o por matrimonio.

Nadie más celoso de los derechos de la casa condal o marquesal que el recién llegado a ella. Con pocas excepciones, todas las rabietas que he visto a lo largo de muchas cenas se deben a los parvenus de la sangre azul, jamás a los que, habiendo nacido arriba, no tienen ningún complejo de sentarse alguna vez en escalones más bajos porque, como decía el protagonista de la anécdota que contó Sancho Panza en casa de los duques, saben que "donde yo esté sentado, allí estará la presidencia".

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