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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Las retenciones

PASADO EL trauma de la declaración de la renta y con unos contribuyentes fiscalmente bastante groguis, el Gobierno ha decidído elevar los tipos de las retenciones a cuenta del antiguo IRTP y actual impuesto sobre la renta de las personas físicas. La medida no supone una elevación adicional en la presíón fiscal de este gravamen -que va a ser aliviado por la modificación de tarifas- y lo único que formalmente se modifica es la forma de tributación. En efecto, en el pasado ejercicio fiscal se han retenido cantidades menores y, en consecuencia, se, ha producido una mayor deuda tributaria a la hora de concretar el pago a cuenta con la liquidación definitiva del impuesto.La tabla de retenciones fue calculada por Hacienda a finales de 1978, pero con posterioridad, y con motivo de las futuras negociaciones salariales, se decidió reducir en dos puntos el tipo de dichas retenciones. De esta manera, los trabaiadores, se pensó, tendrían la irnpresión de haber obtenido un aumento del salarío real neto al sufrir sus salarios brutos unas menores reducciones a cuenta. La ventaja era particularmente atractiva para los ingresos inferiores a 750.000 pesetas anuales. La ilusión se ha desvanecido al formalizarse la declaración del impuesto sobre la renta y efectuar los pagos oportunos, con la excepción de los defraudadores. Pero como el contribuyente español está poco acostumbrado a pagar y bastante más al régimen de retenciones, el susto ha sido nada pequeño para muchos ciudadanos honrados. Ahora bien, como el orden de factores no altera el producto, ni en el caso de la reducción anterior ni en la nueva elevación de las retenciones hay una modificación del salario real.

Por supuesto, existen otros problemas. A causa de la disminución de las retenciones, entre otros niotivos, se ensanchó el agujero de las finanzas públicas, pues se alteró el calendario de los ingresos obtenidos por Hacienda. El Banco de España tuvo que actuar como un prestamista activo del Tesoro en los primeros cuatro meses del año. El segundo problema es el de la efectividad recaudatoria. Todavía no se conoce cuál ha podido ser el importe de los ingresos obtenidos por el pago del impuesto sobre la renta, pero existe la presunción o el temor de que los reformadores fiscales, también en este punto, hayan sido demasiado optimistas respecto de los hábitos fiscales de sus conciudadanos y de la eficacia del sistema de recaudación vigente. Estas razones, incluida la psicológica del pago del impuesto sacándose el dinero del bolsillo o de la cuenta corriente, son dignas de rectificación, y la decisión de Hacienda implica una buena carga de sensatez. Quizá estemos ante un primer paso para acometer ciertas reformas razonables de la reforma fiscal. La aplicación de criterios económicos a la hora de computar las deducciones, la normalización de las mismas sin modificaciones y rectificaciones mensuales -recuérdese el caso de los transportes individuales o colectivos a la hora de su deduccíón de la base del impuesto sobre la renta-, serían un primer paso para cimentar la confianza del contribuyente en las autoridades fiscales. Las medidas sobre plusvalías y modificación de tarifas anunciadas por el ministro de Hacienda inciden también favorablemente en estas perspectivas. En un horizonte a medio plazo podría considerarse la posibilidad de que las cuotas de la Seguridad Social dejasen de ser un impuesto que penaliza la contratación de trabajadores. Su progresiva sustitución por una mayor tributación en el impuesto de sociedades cuando haya beneficios, junto a un nuevo impuesto sobre el valor añadido, que aporte parte de los recursos financieros perdidos por la progresiva supresión de las cuotas de la Seguridad Social, sin duda contribuiría a flexibilizar la situación de las empresas y acabaría teniendo unos efectos saludables en el mercado de trabajo. Naturalmente no son estas medidas nada espectaculares para un debate apasionado en el Parlamento, pero la intensidad y posible duración de la actual crisis, con sus enormes y dramáticas consecuencias sobre el empleo, hacen aconsejable tener en cuenta este tipo de consideraciones, aunque de ellas no se deriven arduas confrontaciones políticas ni sabrosas expectativas de voto.

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