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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La convención republicana

LA CONVENCION del Partido Republicano de Estados Unidos ha comenzado en Detroit: una ciudad angustiada ahora con la crisis de la industria del automóvil y muy proclive a favorecer una solución más de derechas respecto al poder actual, lo que ha de dar un ambiente favorable a los delegados de todo el país (en una crisis general), que representan la candidatura de Reagan, impulsada ya por las primarias. La nominación del viejo actor de Hollywood parece asegurada; el interés princípal radica en conocer su «plataforma», o programa de gobierno sobre el que ha de hacer la campaña electoral, y su compañero de candidatura para el puesto de vicepresidente, que, según la costumbre y casi tradición, deberá ser un liberal -dentro del partido conservador- para equilibrar y compensar.Ronald Reagan es un hombre cuyo reaccionarismo ha ido apareciendo y luego acentuándose paralelamente a su ascenso social. Hijo de viajante de comercio de origen irlandés, Reagan era un fanático de Roosevelt y del New Deal; permaneció en el Partido Demócrata mientras su trabajo de actor cinematográfico se mantuvo en papeles de segunda para pelícplas de tercera, y aún fue conocido como progresista dentro de las filas del sindicato de actores. La televisión, después de la guerra, le hizo popular, aunque nunca pasara de un John Wayne de imitación; comenzó a ganar dinero seriamente y a cambiar de bando. En 1952 ya apoyaba a Eisenhower, y en 1960, a Nlxon contra Kennedy. Aún daría más pasos en ese camino: se aproximó a la John Birch Society -una organización parafascista- y sostuvo la candidatura presidencial de Goldwater. Todo ello le valió el puesto de gobernador de California. donde se convirtió realmente en una figura de la extrema derecha, con no pequeña desolación de los liberales del partido. como Romney o Rockefeller. Desde ese puesto habló siempre de su pasado progresista como de una enfermedad: el «liberalismo hemofílico». según una frase que hizo famosa.

No solamente es muy probable que Reagan salga candidato oficial de esta convención, sino que las auscultaciones que se han ido haciendo a lo largo de la campaña de las primarias y en estos mismos momentos le consideran como vencedor de Carter. No hay que creer, sin embargo, a pies juntillas en este tipo de encuestas, y además hay una gran versatilidad actual en la opinión pública, que se deja llevar de los últimos acontecimientos más que del fondo de la cuestión. Pero la realidad es que la tendencia actual de Estados Unidos es la de una derecha muy marcada; Carter lo advirtió a tiempo y realizó un giro, pero no deja de aparecer como un impostor o un oportunista. Después de todo, la conversión de Reagan es de hace casi treinta años, y la de Carter, de hace unos meses.

Una posibilidad -casi inverosímil- del Partido Demócrata, si prefiriera dar por perdida de antemano las elecciones, sería la de correr el riesgo de favorecer a última hora la candidatura de Kennedy. Podría así presentar una verdadera alternativa y mantener su doctrina para cuando fracasara la política de fuerza del presidente Reagan. Pero como decimos, una cosa as! es casi imposible que suceáa ni existe ningún síntoma de que vaya a pasar.

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En las elecciones de noviembre se juega no solamente la presidencia, sino puestos de gobernador, del Senado y de la Cámara, y no intentarán ganarlos los demócratas contra corriente. Tratarán además de utilizar la baza, siempre importantísima, de dejar correr esta carrera al candidato que ya es presidente.

En cualquier caso, el porvenir es inquietante, para Estados Unidos y para los países de su zona de influencia, como para la estabilidad del mundo. El dilema entre Carter y Reagan es lo suficientemente amargo como para favorecer -si finalmente se plantea en noviembre así- una considerable ola de abstenciones, ya de por sí muy abultada en el sistema americano. Las demandas para que sea el propio sistema el que sea reformado son cada vez más audibles en los círculos liberales e intelectualesdel Este. La impresión es que, de seguir las cosas como están, la extensión del desencanto será inevitable.

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