_
_
_
_

Profanada en Francia la tumba de Paul Claudel

Al descubrirse la noticia, en la mañana de ayer, cuentan las informaciones que el cadáver de Claudel, muerto hace veinticinco años, ha aparecido casi intacto, en perfecto estado de conservación. Si alguien en este mundo ha tenido derecho a un milagro habrá sido sin duda Claudel, el gran poeta católico de nuestro siglo. Tal vez él hubiese preferido otro milagro en vida, como, por ejemplo, el de la conversión de su amigo el recalcitrante André Gide.De alguna manera la memoria del poeta deberá reconocer a partir de ahora la acción de sus profanadores, que, tras no poco trabajo -levantaron con palancas la losa de la tumba, que pesa cuatro toneladas-, han descubierto al mundo la incorruptibilidad de sus restos, y hasta la caja metálica del interior del féretro fue forzada. Se desconocen los motivos de la profanación, pues no ha habido noticias sobre robo alguno.

La fecha de la profanación también parece simbólica. Paul Claudel amaba los ritos, y tal vez las fechas, aunque no las eligiera todas. Pudo elegir la de su definitiva conversión al catolicismo. Tras seis años de incredulidad, este antiguo alumno de las Hermanas de la Doctrina Cristiana, pero también de Renan y Burdeau, sintió el rayo divino en una capilla de la catedral de Nôtre-Dame, el día de Navidad de 1886, a los dieciocho años de edad. Murió la víspera del miércoles de ceniza de 1955. Diplomático desde 1890, durante 42 años vivió fuera de su país en distintas misiones, que le llevaron del Viejo al Nuevo Mundo y hasta los confines de China y Japón. Fue ministro plenipotenciario en Río, embajador en Washington, cónsul en China y Japón, diplomático en Praga, Hamburgo, Roma y Copenhague hasta su retiro en 1935.

Amigo del grupo fundador de la Nouvelle Revue Française, fueron célebres sus desacuerdos religiosos y morales con André Gide, que terminaron con la riña definitiva entre los dos amigos. Claudel llevó también un diario desde 1905 hasta su muerte, pero, a diferencia de Gide, habló poco de sí mismo y mucho de los demás, sobre todo de Dios. En 1940 no aceptó el armisticio, y aunque se vio tentado por la figura de Petain, pronto se alineó contra la ocupación alemana. Al terminar la guerra, Claudel entraba en la Academia Francesa, que hasta entonces le había cerrado sus puertas, a pesar de sus éxitos como poeta -Cinco grandes odas, Cantata a tres voces, Conocimiento del Este- y como dramaturgo: La anunciación a María, La joven Violaine, La ciudad, El rehén, Partición de mediodía, Cabeza de oro, El libro de Cristóbal Colón o El zapato de raso.

Claudel intentó ser monje, paso temporadas de retiro en Palestina y Solesmes, vio enloquecer a su hermana Camille, fue testigo del terremoto que asoló en 1923 Tokio y Yokohama. Pero a partir de su retiro, la obra del poeta se encaminó claramente hacia la exégesis religiosa, a los comentarios de las Escrituras, a las reflexiones espirituales. Fue un precursor de la generación de escritores católicos franceses de entreguerras, la de Mauriac y Bernanos. Pero Claudel tuvo vocación de monolito y se sentía más a gusto con el catolicismo tradicional que con las dudas y ambigüedades de las generaciones posteriores. Su fama de dramaturgo le ha dado el valor de un clásico lejano, mientras su poesía y su prosa van siendo olvidadas. Tal vez, entre las nuevas orientaciones de la nueva Roma y estos vandálicos profanadores -con la ayuda de su cadáver intacto-, resucite su pálida memoria para que infunda seguridad a una espiritualidad a la intemperie.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_