Reacios a reclamar
Nada tiene de extraño que el consumidor madrileño sea reacio a formular reclamaciones ante el Instituto Nacional del Consumo. Yo fui uno de los 72 ciudadanos que, engañado por una propaganda demagógica, presentó una reclamación en 1979 contra un «reparador» de neveras que, después de desmontar de la mía una pieza clave para un presupuesto sin compromiso, pretendía cobrarme por reinstalarla en su lugar.¿El resultado? Más de un año de cartas y visitas a dicho instituto, en que se evidenció hasta su incapacidad para entender el contenido de mi reclamación, dieron como resultado una comunicación en que se me indicaba que quizá se le pondría una multa al desaprensivo. Sobre mi problema, nada, ni responder a una última carta en que les interrogaba en este sentido. ¿Quién será el próximo inocente que perderá su tiempo y esfuerzo para alimentar a esa burocracia?/