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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un ministro entre dos fuegos

EL MINISTERIO de Universidades y de Investigación parece estar atrapado entre dos fuegos. De un lado, el proyecto de ley de Autonomía Universitaria ha despertado entre los estudiantes y una buena parte del profesorado un gran rechazo, que ha impulsado a la oposición parlamentaria y a los partidos extraparlamentarios, siempre deseosos de encontrar base social para su sustentación política, a negar el pan y la sal a un texto que, pese a sus evidentes defectos e imperfecciones, merecía, sin embargo, algo más de análisis y bastantes menos improperios. De otro, la corriente democristiana de UCD, en la euforia de ese curso de apisonadora que lleva en el Congreso el Estatuto de Centros Docentes, ley que consagra el mantenimiento de un statu quo favorable a los intereses de los colegios religiosos y lesivo para el crecimiento y mejora del sector público de la enseñanza, ha iniciado una agresiva ofensiva para que el Gobierno retire la ley de Autonomía Universitaria de las Cortes, prepare un nuevo proyecto que considere las subvenciones a las universidades de la Iglesia como un derecho constitucional y sustituya al frente del departamento al actual ministro. Resulta así que mientras el señor González Seara es vituperado por una gran parte de los estudiantes, un sector no desdeñable del profesorado y los diputados de la izquierda, sus adversarios neoconfesionales dentro del Gobierno, de su grupo parlamentario y de su partido se aprestan a defenestrarlo y a poner en su lugar a algún político similar al señor Otero Novas.En un anterior comentario editorial señalamos que probablemente había sido un serio error de la oposición parlamentaria, que en este caso pecó de incauta, pero también de oportunista, haber metido en el mismo paquete proyectos de tan diverso significado político como el Estatuto de Centros Docentes y la ley de Autonomía Universitaria; equivocación que la derecha democristiana está aprovechando para pedir la retirada vergonzante de este último texto, como fin de fiesta triunfal para el apoteósico éxito de la primera norma, y el cese del señor González Seara. Pero el equipo del todavía ministro está cometiendo, a su vez, innecesarias equivocaciones que le privan de eventuales apoyos en la sociedad y en la propia universidad.

Entre esos errores figura el retraso con el que se abrió la discusión pública sobre la ley de Autonomía, que facilitó la desinformación y la demagogia en torno al proyecto. La confusión sobre el nombramiento de catedráticos extraordinarios, elogiable iniciativa que todavía no ha sido instrumentada, está facilitando negativas reacciones corporativistas, que van cobrando fuerza por la tardanza en aplicarla, y es criticada desde la izquierda por no inscribirse en una política general de contratación del profesorado con plena autonomía por las universidades. E incluso cuestiones tan triviales como que el Ministerio no haya aplicado todavía una amnistía general para los profesores purgados por el régimen anterior deterioran la imagen del señor González Seara; así, en la Universidad Autónoma de Madrid todavía no se ha repuesto en sus puestos de trabajo a una docena de los profesores que sucumbieron -entre ellos el ahora diputado Javier Solana y el filósofo Fernando Savater- al celo purificador del fallecido ministro Julio Rodríguez.

Sería una lástima que el señor González Seara cediera al estupor, a la pasividad y al fatalismo. Si su cese se produce, emparedado entre la presión neoconfesional y el muro de incomprensión que la izquierda ha construido, sería simplemente absurdo que dejara a la opinión pública la impresión de que desaparece por incompetencia o por incapacidad para presentar una batalla política a sus adversarios.

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