_
_
_
_
_
Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Pérez de Urbel

Como los santos se suelen morir en domingo, siempre hay un periodista de guardia que se adelanta a decir la primera osadía, el primer demasié, que luego otros muchos repiten con aburrida puntualidad de télex, y ya tenemos una frase hecha, un tópico amonedado, un santo al cielo. Ha muerto fray Justo Pérez de Urbel.El primer informador, télex o agencia que da la noticia, me deja letraherido de tres disparos, de tres heridas: «la del amor, la de la vida, la de la muerte», como por lo visto escribió una vez Alfonso Guerra, que no es sino un complementario de Machado/Miguel Hernández, como Mairena. Porque dice el télex (tiene que ser un télex que hace estilo por su cuenta, porque entre la profesión, la persona humana, como dice la redundacia de los discursos oficiales, escritos también por un télex, quizá, usa mejor la pelota), dice el télex:

Fray Justo Pérez de Urbel era, con Menéndez-Pidal, el más destacado medioevalista español.

Medioevalista puede que fuese, señor télex, que en ese enredo cibernético de vocales no quiero entrar, pero medievalista, lo que se dice medievalista, era poco Pérez de Urbel, poco para ponerle al lado de don Ramón, aun cuando alguna vez colaborase raspado con el gran sabio institucionista que vivía en una cuesta y un zarzal, y ahora vive -su memoria- en un predio a 100.000 pesetas el acre. ¿Hasta cuándo vamos a estar exaltando las figuras mitológicas del franquismo, más allá de la muerte de Franco? Incluso Franco ponía mejor en su sitio a sus siervos -abades o no- que estos télex teledemócratas que ofenden la memoria de don Ramón con comparaciones siempre odiosas, y odiosas sobre todo cuando no hay lugar a comprar nada.

Don Eugenio d'Ors, entre glosa y glosa, en el café (que yo le iba atando las glosas con un bramante para que no se le desglosasen), se puso un día a hacer, por desvariar y descansar, un poema que empezaba:

-Dime, Pérez de Urbel, pues eres justo...

Justo puede que lo fuera el fray. Más que los télex entusiastas que hoy canonizan su muerte. Cándido ha contado cómo en años de vino, rosas y hambre, tuvo que hacer en su pensión unas biografías inventadas de muertos en la guerra, Mártires de la cruzada, que firmó solemnemente Pérez de Urbel, con gran éxito de venta y eruditas/ elogiosas críticas en L'Osservatore Romano.

Mi querido Carlos Luis, pues, ha sido el niño puericantor in pectore del Valle de los Caídos, no tan aseadito como los de la Escolanía, pero el que mejor y más satánicamente entonó la alabanza del Señor, del fray y de sus mártires:

-Mucho lo tuyo, tronco. Cómo te envidio el haber escrito ese libro. De mí jamás se ha ocupado el Osservatore ése.

¿Y don Marcelino Menéndez y Pelayo, que hasta salió en los billetes de diez duros, y don Claudio Sánchez-Albornoz, que nunca tuvo diez duros para gastar en el exilio, y don Américo Castro, que ha dado los más certeros tajos en la entraña judía y arabigoandaluza de la España eterna por algún tiempo?

A todos los ignora el señor télex del domingo, y, lleno de dominical fervor madridista, fervor exaltado por la derrota del Madrid frente a un Valencia que llenó la ciudad de petardos, tormentas, banderas y alegría, coloca al ex abad mitrado junto a Menéndez-Pidal, que no tuvo mitra ni la quiso, sino la mitra laica de su sombrero duro de institucionista.

Abad de Franco y piedra, alférez provisional, apóstol militar, erguido en Silos como otro ciprés de Gerardo, enhiesto surtidor de sombra y sueño, asesor de Sección Femenina, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el ilustre difunto ostenta suficientes estigmas de gloria faraónica como para que no haya que afearle, señor don télex, poniéndole junto a Menéndez-Pidal en un friso que no es el suyo. La pregunta de D'Ors se anticipa así en cuarenta años a la respuesta hinchada de un télex: «Dime, Pérez de Urbel, pues eres justo »

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_