Por dónde va Ramón Chao
No sin cierta sorpresa hemos leído la tribuna libre de Ramón Chao, «Por dónde van las mujeres», publicada en ese diario el pasado día 23. Y decimos solo cierta, porque, a fuerza de ejercitar esta capacidad en la comprobación casi habitual de éste y otros casos de corte similar, hemos llegado a su práctico agotamiento.Aconseja el señor Chao a quienes vean en el feminismo «algo más que una moda pasajera», que conozcan la visión de este problema (?) «por las propias mujeres a través de sus más recientes libros» (libros que él selecciona en función, suponemos, de lo que considera la piedra filosofal del problema: la sexualidad), para, dos columnas más adelante, afirmar, en evidente contradicción, que «nada nuevo nos revelan estos libros, porque ya Kate Millet había señalado que las relaciones entre las mujeres no eran siempre idílicas». ¡Profunda conclusión! Sobre todo para quienes llevamos tres años de ardua elaboración teórica e incansable práctica en la lucha.
Claro que tampoco esto nos sorprende, ya que es el propio orador de la tribuna quien nos pone en guardia contra la variedad de significados y tomas de posición que la palabra feminismo ha terminado abarcando, por lo que, a su juicio, no puede extrañarnos que cualquier avezado timonero pierda el Norte. Máxime cuando se parte con una brújula de norte equivocado y el timonero es tan sólo polizón en nave ajena. añadimos nosotras.
Enemigas por el contrario de dar consejos a nadie, sí recomendamos desde aquí a quienes deseen conocer, realmente y en profundidad, esa «alternativa política global a toda la sociedad», que es el feminismo desde nuestra concepción teórica y práctica (evidentemente. sin nada que ver con ese término utilizado por algunos hombres para elucubrar sobre añejos superficiales lugares comunes). que cedan la palabra a las propias interesadas: las mujeres feministas, elaboradoras de esa teoría y ejecutantes de su práctica, lo que, aparte de ser de una coherencia elemental, resulta perfectamente lógico.
Así -y sólo a título de ejemplo-, no nos veríamos obligadas a informar a Ramón Chao de que difícilmente las mujeres pueden incurrir en segregación sexista, ya que esto supondría plantear a priori, implícitamente, una simetría entre opresores y oprimidos. La inversión de la acusación de sexismo, como ocurre con la de racismo, es una reacción clásicamente defensiva y una defensa clásicamente reaccionaria. Este concepto de sexismo al revés ha sido desmitificado hace tiempo como lo que es: un intento de intimidación.
No está en nuestro ánimo hacer aquí una exposición, siquiera esquematizada, de nuestra concepción teórica del feminismo, que para que no resultara trivializada precisaríamos, cuando menos, de un espacio similar al concedido al señor Chao para hablar de lo que, desde luego, no es, al menos fundamentalmente, lo que de por sí resulta significativo, sobre todo habiendo otros temas que él si puede abordar con conocimiento y en los que nosotras no osaríamos quitarle la palabra. Tan sólo constatar que una vez más se demuestra que los hombres hablan doblemente en nuestro lugar: hablan de nosotras, o mejor de nuestra liberación, y hablan desde los púlpitos que en buena lógica nos correspondería ocupar. Lo que demuestra que casi siempre hay algo más que un silencio de mujer: una palabra de hombre.
Por el Colectivo Feminista de Madrid
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