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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
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El congreso del PSOE: el reto de la apertura a la sociedad

Senador del PSOE por AsturiasLos que andamos metidos -de una u otra manera, con mayor importancia o con mínima, como puede ser mi caso- en la práctica de la política debemos, por higiene intelectual, de cuando en cuando, hacer un alto y tratar de ver las cosas en su perspectiva general. Es muy probable que si lo hacemos hoy concluyamos que ha habido una cierta lógica histórica en cómo se han desarrollado los acontecimientos esenciales desde 1976. Dado el equilibrio de fuerzas nacionales y los condicionamientos de la situación mundial, la inercia del aparato creado durante cuatro décadas, la crisis ideológica de las lecturas progresistas de la sociedad, no es extraño que se haya caído en esta amalgama ruptura/reforma (aunque formal y jurídicamente se haya inclinado el saldo hacia el primer término) que sigue siendo el marco de nuestra vida política, y cuya resolución en favor de una época nueva sigue siendo el objetivo de la izquierda y, aún, de las fuerzas realmente democráticas.

En una restauración democrática por el procedimiento de consenso -es decir, tratando de establecer la base mínima común- se han de aceptar ciertas convenciones y algunas reducciones y simplificaciones. En primer lugar, era necesario que apareciesen los términos que hacen real y fluida la dialéctica política: una derecha y una izquierda que mantuviesen su valor de tales y que no extrapolasen su mensaje respectivo. De manera que a la ordenación autoritaria y desde arriba de una dictadura se sustituyese una ordenación creada en cada momento por términos opuestos y que renunciasen a llevar sus posiciones a sus conclusiones lógicas. En el Parlamento la operación tomó la forma del consenso -que fue el precio que la virtud pagó a la prudencia- y en la vida real la de una reducción voluntaria de la profundidad de los análisis. Toda restauración se basa en una simplificación.

Desde la izquierda era necesario que el socialismo hiciese aparición representando su tradición global. El socialismo era indispensable para adoptar el modelo de la zona geográfica y cultural en la que estamos. Pero, aparte de este dato global, un partido socialista que fuese el mismo que el que trató de vertebrar a la clase obrera dentro de la comunidad nacional (acabando con la primera de las reducciones esenciales de la operación canovista, la otra sería la organización territorial centralista y la exageración unitaria), como elemento integrador de la misma y como protagonista de una organización social más justa y, por tanto, más estable, era indispensable. Al aparecer el PSOE como tal organización, primero en Suresnnes y luego en el congreso de Madrid de 1976, una de las piezas esenciales para la construcción del sistema estaba asentada. El XXVII Congreso tiene -aparte de sus resoluciones, decisiones y elección de dirigentes- un valor en sí mismo. Es la aparición, legitimada por su capacidad de acción política, de uno de los pilares del sistema. El congreso y la acción hasta las elecciones de junio de 1977 tienen un valor incuestionable por el mismo hecho de producirse. Desde esta perspectiva, hubiese sido injusto, pedante, carente de realismo exigir una finura de Gabinete a ciertas formulaciones cuya relativa crudeza respondía a una necesidad de entronque con la tradición. No cabía, en aquellos momentos, introducir las perplejidades y las riquezas de matices de la sociedad actual que se yerguen ante la izquierda y que le exigen respuestas más complejas.

Paralelamente, la misma derecha tampoco defendió con precisión análisis de lo que consideran esencial a una sociedad abierta los neoliberales: menor intervención estatal, rentabilidad de la empresa pública, flexibilidad de plantillas, privatización de la televisión, etcétera. No lo hizo entonces, pero la patronal, progresivamente, va invocando estos principios para sustituir el capitalismo primitivo del régimen autoritario, por un capitalismo presentado como un proceso de modernización.

Ambas fuerzas esenciales se presentan en bloque doctrinal, conforme a las referencias últimas anteriores a la ruptura del curso normal, que significó la dictadura. Estas simplificaciones bastaron, fueron operativas, y, por tanto, estaban justificadas.

La cultura política de la transición

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A esta simplificación de las lecturas intelectuales y políticas corresponde, necesariamente, una concentración en los objetivos que, a su vez, impone una concentración de poder y de funciones políticas (roles) en los dirigentes de las formaciones que de consunovan a poner los cimientos del nuevo edificio. Concentración, repito, históricamente justificada. En un clima de urgencias hubiese sido disparatado detenerse a atender a las voces de quienes, no integrados, señalaban la complejidad de una sociedad industria y aún mayor cuando es parcialmente desarrollada, o desarrollada sectorialmente.

Pero, nada es gratis en esta vida. La simplificación y la concentración del esfuerzo en crear estos organismos de cuyo establecimiento y pujanza relativa dependía que se pudiese caminar con cierta libertad y con relativa estabilidad, han conducido a una equiparación de vida social y política con vida partidista y a esta con la cohesión de las estructuras de dirección y orientación. Los resultados en ocasiones -no generalizados, siempre corregibles y, creo, que fáciles de corregir hoy- han sido la endogamia dentro de la vida partidaria. En un doble sentido: en el más general de equiparar vida política y social con actividad de partidos; y en el más concreto de una tendencia a cerrarse la organización sobre sí misma, a reducir y simplificar tendencias y opiniones y renunciar a afrontar retos, tal vez no prístinos, pero tremendamente operantes.

Si tuviésemos que emitir un juicio, concluiríamos que esta tendencia no solamente es explicable, sino que en su momento resultó inevitable. Había que evitar el fraccionamiento, la dispersión intelectual y política en una época de extremada fragilidad de la democracia. Pero, la justificación de un momento histórico no puede prolongarse indefinidamente. Porque lo grave de la endogamia es que conduce a una reducción, a una simplificación de la realidad. Se convierte en un reflejo malthusiano: que no crezca aquello más allá de lo que yo pueda controlar con los medios más próximos, inmediatos y simples.

La apertura del socialismo hacia la sociedad

Desde estructuras partidarias bastante firmes -fruto de esta concentración más en el control que en la expansión- cabe sin riesgo de pérdida de cohesión que el socialismo trate de justificarse, no ya desde la fidelidad a la tradición de la izquierda, ni desde el inapreciable aporte a la constitución de un sistema democrático; sino por sus respuestas a las solicitudes de una sociedad en cambio cultural y social rapidísimo. El mismo sistema -izquierda, más la nueva derecha vinculados en una sincera y dura relación de oposición- se iría separando gradualmente de la realidad social si permaneciese en los niveles del período de la transición en lo que se refiere a programas, acciones y respuestas. De nuevo, la España oficial se iría apartando de la real, como tantas veces.

Desde mi convicción de izquierdas, tengo mis dudas de si la derecha española actual es capaz de ser convenientemente estimulada por la realidad social. En todo caso, la advertencia a sus formaciones no me corresponde a mí, que no soy, frente a ella, neutral; sino su opositor leal, pero radical.

Es el reto propio de la izquierda que necesita de una organización coherente, integrada y que no puede quedarse en ella. La izquierda tiene, a la vez, que cohesionarse (y toda operación de cohesión implica cierto grado de simplificación) y abrirse a todos los campos. No solamente el problema esencial del país como un todo, sino su diversificación en reivindicaciones concretas y sectoriales, son la vara de medir para saber si la izquierda es capaz de responder en todos los casos conforme a una alternativa que se va configurando por las distintas respuestas concretas.

Llevado de este análisis al plano de una organización, un partido socialista debe ser cohesionado, pero capaz de desarrollar todas las respuestas a los dilemas concretos. Es dificil que esto pueda hacerse si hay temor al crecimiento y a la complejidad.

La transformación de una cultura política de transición en una cultura política de alternativa social no se puede esperar de un solo acto. Por ejemplo, del acto que significa el XXVIII Congreso del PSOE. Pero este puede, o mantenerse, anacrónicamente, en las vivencias del período que, creo, está terminando -la transición- o disponerse a afrontar la nueva fase. La integración de hombres y de ideas capaces de intentar ensayar respuestas concretas a la complejidad de la sociedad industrial, dentro de la coherencia de un análisis global y de la cohesión de una organización firme pero flexible, es el verdadero reto para este congreso.

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