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Estética de la depresión

Manuel Vicent

La depresión de la izquierda adorable no ha llegado al extremo de tener que cortarse el lóbulo de la oreja como Van Gogh y pintar girasoles tortura dos con la espátula. Es algo me nos rudimentario. La depresión de nuestra izquierda adorable es sólo un difumino de culpabilidad, lo que los griegos llamaban melancolía, un síndrome político que te deja con la barbilla descolgada, la mirada fija y una densidad en la nuca ligeramente dopada por el último whisky de la resistencia, mientras se oye un rumor de canónigos de UCD que entona el gori-gori.Así están todos ahora, espatarrados en el peluche del pub, a media lumbre con los largos silencios reflejados en los esmerilados espejos, que establecen una mutua piedad necrológica. La evidencia de la derrota ha sido finalmente asumida y las burbujas del sifón suben por la espina dorsal de los viejos pretendientes, tratando de oxigenar nuevas ideas. Pero la última novedad en materia de estética es el tedio. Lo ves en las fiestas, en los cócteles, en las redacciones, en las presentaciones de libros, en las escombreras de las tabernas predilectas. La izquierda adorable es ahora una suave caterva vencida que blasfema tiernamente acerca de su propio futuro y muestra la elegancia de la herida. En los banquetes de Platón se oye hablar de inexperiencia, de exceso de bondad, de purga de la frivolidad, de la trampa del posfranquismo, mientras los camareros sirven pichoncitos rellenos.

Esta depresión de moflete caído engendra enseguida la nostalgia de los tiempos dorados. La chica estructuralista te llevaba de la mano en dirección al sótano de las primeras luces negras importadas de California, donde bailaban criaturas elásticas de piernas azules reflejadas en el licor de la consumición. La oscuridad de la sala de fiestas, que exhibía siempre un rótulo sacado de un libro de psiquiatría, tenía puntos rojos y las jóvenes panteras con polainas de purpurina y minifalda agitaban la pelvis en las jaulas, sobre el oleaje de la pista poblada de consumidores emplazados mortalmente a treinta, sesenta y noventa días, pasaba a intervalos el faro de las bragas de oro de las gogo-girls y en los ángulos muertos la izquierda adorable, tirada en los divanes con su camisa calada, citaba a Kerouac y a Gramsci.

Era el primer whisky de la tecnocracia. La clientela estrenaba un rito nuevo de salvación. Los jóvenes matrimonios habían alquilado el primer canguro, las vírgenes secretarias cataban el primer amante ¡mport-export, el ejecutivo lucía el primer mechero Dupont de oro, el constructor ponía el primer casco de la obra en el salpicadero del primer Dodge, el charcutero calzaba los primeros zapatos color sobrasada y la oposición divina hacía planes para tomar el palacio de invierno con un tenedor de plata.

La izquierda adorable era entonces un viento erótico que corría por las nuevas editoriales, las nuevas revistas, las primeras cenas de homenaje al viejo rojo rescatado de la alcantarilla. Y allí, en un acto de grandeza, que cerraba los postres, se pasaba una colecta para comprarle una ensaimada a Marcelino, Camacho y se elegía a un audaz emisario que se la llevara al locutorio de la prisión de Carabanchel en el día conmemorativo de la revolución de octubre.

Aquella izquierda divina tiene ahora dos michelines en la línea de flotación y todavía la puedes ver en algunas desvencijadas inauguraciones de algo moderno. Pero sus discípulos ocupan la media entrada de las noches tabernarias de la ciudad. Ahí están, con la neura en la nuca y la barbilla descolgada, espatarraditos de tedio estético en los butacones de las fiestas somnolientas. No llevan la oreja vendada, el gorro frigio y la pipa colgada del labio como en el autorretrato de la depresión del héroe. Todo es más sofisticado. Es una adorable caterva que ha votado a la izquierda y que disimula con una tierna blasfemia el placer de que haya ganado la derecha.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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