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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En el centro del Edén

EL CONGRESO fundacional de UCD habrá disipado las escasas dudas que pudieran existir sobre la naturaleza de la organización que lo ha celebrado. Al menos por ahora, y sin que este juicio tenga, necesariamente que condicionar el futuro, no se trata de un partido en el Gobierno, sino del partido del Gobierno. Nadie tiene por qué escandalizarse de un fenómeno que, aunque anómalo si se le mide en términos abstractos, es el resultado necesario de su proceso de gestación y de los procedimientos empleados para el reclutamiento de los miembros y la cooptación a los cargos dirigentes de la organización. Nacida como instrumento electoral para prolongarla excelente imagen pública del señor Suárez en vísperas de los comicios de junio de 1977, construida desde arriba por el estrecho núcleo de hombres que gozan de la confianza del presidente del Gobierno, la Unión del Centro Democrático es, mientras las cosas no cambien, un espejo de aguas claras donde su líder máximo e indiscutido puede contemplar reflejada su imagen. La apoteosis del fin de fiesta que fue el acto de clausura del congreso no hizo sino confirmar el carácter presidencialista de un partido cuya propensión al «culto a la personalidad» haría palidecer de envidia a los dirigentes que antes lo disfrutaron en marcos no democráticos. La disidencia promovida por el señor Alvarez y los barones regionales se reflejó tan sólo en las votaciones para las candidaturas únicas, pero no llegó al atrevimiento de impugnar al señor Suárez.Hasta aquí, nada hay de sorprendente. Si el presidente del Gobierno ha sido el demiurgo de UCD, partido que debe a la ocupacióri del Poder. sus progresos organizativos y su audiencia en la opinión, no era previsible que cediera los atributos de la soberanía a unos cuadros y a unas bases que él mismo ha elegido y potenciado. No es aventurado pronosticar que mientras siga ejerciendo la jefatura del Ejecutivo, el señor Suárez continuará siendo el líder carismático de una organización formada en buena parte por funcionarios del Estado y de la empresa pública que le deben stínombramiento o promoción. Más dudoso es que, a la larga, esa casi inextricable unión entre Administración pública y partido resulte beneficiosa para UCD. Y todavía más problemático que el liderazgo hoy indiscutible del señor Suárez y la unidad del partido a la que esa dirección incontestada garantiza sobrevivan en el supuesto, por lo demás poco probable a corto plazo, de que un cambio en la opinión electoral desplazara a UCD de la mayoría relativa en el Parlamento y del control del Gobierno.

Ahora bien, lo que ya no resulta tan comprensible es que a la identidad entre Gobierno y partido se sume la confusión de ambos con, Estado. En este sentido el tratamiento dado por la Televisión al congréso de UCD desborda ampliamente los cauces de lo admisible e incrementa la célebre prima, concedida unilateralmente por el señor Arias Salgado como director general de RTVE al partido al que pertenece, hasta límites enloquecidamente inflacionarios. Los espectadores que aguardaban con impaciencia la reposición de Al este del Edén se encontraron con que, durante más de media hora, era Adolfo Suárez, y no James Dean, el galán que ocupaba la pequeña pantalla. ¿Estarían dispuestos los directivos de Televisión Española a ceder ese centro del Edén, en el que situaron al señor Suárez el sábado por la noche, a sus más directos competidores en las próximas elecciones? La lógica del poder habla un lenguaje lo suficientemente descarnado y realista como para que nuestra pregunta parezca retórica o ingenua. Y, sin embargo, fue. el propio presidente del Gobierno el 4ue, en su discurso de clausura, hizo referencia al «profundo planteamiento ético» que debe regir la vida pública, subrayó que «tenemos que respetar el compromiso ético con la ideología y con los ciudadanos y para ello tenemos que huir de buscar el poder del modo que sea y por encima de todo», señaló que esa «afirmación es válida para los gobernantes y los ciudadanos» y exhortó para que ajustemos «todo nuestro comportamiento a unos auténticos cánones de ética social y ética política». La televisión es un medio de comunicación del Estado; la utilización de la enorme influencia de este monopolio en beneficio abusivo del Gobierno es cuando menos una infracción de la ética política.Por lo demás, la tendencia a tomar la parte por el todo y a no distinguir entre el Gobierno, que es uno de los poderes del Estado, y el Estado mismo parece una de las adherencias del pasado de las que el señor Suárez no ha logrado todavía desprenderse. Aunque el show televisivo fuera la manifestación más hiriente y palpable de esa interesada confusión, su propio discurso de clausura contiene desarrollos que ponen de manifiesto sus serias dificultades para aclararse a sí mismo y a los demás esa diferenciación absolutamente imprescindible para un correcto ejercicio de la democracia. Porque el hecho de que en la pequeña pantalla el señor Suárez optara por, desempeñar el papel de presidente del Gobierno y no el de presidente de UCD es algo que, al fin y al cabo, pertenece a su campo de elecciones personales, de cara, claroestá, al terreno de las elecciones generales. Si la identificación de su persona con su partido y de su partido con el Gobierno es algo que sólo compete juzgar a sus seguidores y electores, en cambio la identificación de su persona su partido y su Gobierno con el Estado entero no puede ser admitida sin protestas por el resto de los ciudadanos.

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