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Reportaje:

La violencia en los conciertos de "rock"

Desde hace un par de años, la proliferación de los conciertos de rock en nuestro país ha situado en un primer plano de actualidad la violencia que se desarrolla en torno a ellos.La agresividad o la violencia no, son nuevas en el rock, ni tampoco exclusivas de éste. Sin embargo, en el transcurso del tiempo, el carácter de las mismas ha ido variando desde el chillido fanático hasta la reivindicación más o menos ideológica o política.

Las cuestiones de principio aparecieron de la mano de la contracultura, que hizo del rock su manifestación más visible. Según el crítico Diego Manrique, es precisamente esa ligazón del rock con los deales de la contracultura (unido a la escasez de recursos del rocker medio) la que crea una dinámica de contestación, Constatable en las puertas de cualquier concierto o festival. Como denuncian los músicos organizadores del pasado Rocktiembre 78, existe un sector minoritario del público que no está dispuesto a pagar y que en unión de los que no pueden pagar convierten el enfrentamiento organización-espectadores en algo difícilmente evitable. Y eso que en España dichos enfrentamientos no han alcanzado todavía el grado de organización que en Italia o Japón, donde se pueden desarrollar verdaderas batallas campales.

No hay que olvidar tampoco que el rock es violento por naturaleza. Según el también crítico Jesús Ordovas, dicha violencia está en todas partes y mucha gente acude a un concierto como a un partido de fútbol o a los toros, a descargar o sublimar una parte de esa violencia, muchas veces magnificada por convocatorias o imágenes publicitarias.

Los hechos son que existe violencia en los conciertos, y las discusiones éticas acerca del comportamiento y las causas que la provocan pueden ser interesantes y necesarias, pero en absoluto resuelven los problemas existentes.

La opinión más generalizada es que la principal responsabilidad efectiva corresponde en estos casos a la organización o, por mejor decir, a los medios que ésta disponga para aminorar (ya que no evitar totalmente) el conflicto.

Los organizadores del Rocktiembre señalan, por otra parte, que los locales donde han de celebrarse los conciertos de rock no son en absoluto adecuados, como tampoco el personal de dichos locales, que sólo de cuando en cuando tiene que vérselas con sucesos de este tipo.

Sin embargo, y en cualquier caso, muchos organizadores tienden a confiar en su prestigio público como gente del rollo (o bien como en el caso del Rocktíembre en su carácter de autogestión), esperando por parte del público una respuesta diferente y solidaria. Estas esperanzas se han demostrado ilusorías, ya que en palabras de Miguel Ríos, «hoy por hoy y para la gente de la calle un concierto es, en primera, segunda o cuarta lectura, un negocio».

Servicios de orden

Los medios que se utilizan fuera de España para evitar en lo posible enfrentamientos, que muy bien pueden caer sobre cabezas por completo ajenas al conflicto, son de lo más variado.Costi, organizador francés de grandes conciertos, se complace en mostrar al público unos cuantos perros terroríficos, presuntos comedores de hombres. Sin llegar a tales extremos de paranoia, los ingleses y los mismos franceses forman a la entrada de los conciertos un estrecho laberinto de vallas, a lo largo del cual van realizándose distintos controles de entradas. Este método dificulta llegar a grandes aglomeraciones y se ha mostrado mucho más eficaz que la presencia visible de la policía en las proximidades.

A ello hay que sumarle un servicio de orden disciplinado y especializado. En Inglaterra existe el Artist's Services, eufemismo que oculta una organización casi militar que, no obstante, actúa con unas maneras encantadoras hasta el momento -bastante infrecuente- de la contundencia.

Es claro qu imponer un servicio de orden de este tipo le resta a un festival o concierto gran parte de su mística. Pero es que dicha mística desapareció ya hace mucho tiempo. Para poner una fecha habría que remontarse al festival que los Rollings Stones organizaron con carácter gratuito en Altamont (6 de diciembre de 1969). Allí, con un servicio de orden nazi, mal organizado y que no entendía nada, se produjo un muerto a cuchilladas, en el seno de unas vibraciones nada amorosas. No comprender esa pérdida de mística resulta, a estas alturas, de una ingenuidad o imprevisión culpables. Los conciertos de Iggy Pop o Doctor Feelgood, organizados por Gay Mercader, en Móstoles, finalizaron con un masivo y peligroso lanzamiento de latas de cerveza al escenario. Es obvio que no hubiera ocurrido si no se venden latas de cerveza para llevar, como en otros lugares.

Lo único que puede cambiar este estado de cosas, que amenazan además la continuidad de los conciertos en nuestro país, es comprender que la gente ha sido estafada muchas veces por unos precios exorbitantes, hacinamientos inhumanos, mal sonido y mala organización. Y también que todo ello se ha hecho bajo el cuento de ¡Viva el rollo! Resolver esa desconfianza pasa sobre todo por una organización responsable, entre otras cosas, de que no se produzcan situaciones que pueden desembocar en una amplia gama de desgracias.

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