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Tribuna
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Un fútbol inaccesible

A partir de hoy se anota en los marcadores otra dimensión de la valía de las selecciones que continúan jugando el Mundial, su capacidad de resistencia, por una parte, y, por otra, su capacidad de superación. Las selecciones que ganaron los campeonatos anteriores han ido a mejor conforme se iban desarrollando los últimos partidos, el último tramo del Mundial. El pequeño grupo selecto que ataca la cima, como sucede en el montañismo, que osa escalar las grandes alturas del techo del mundo, es el mejor. A las grandes selecciones les sucede como aquel comilón al que le entraba el apetito «en comiendo».En los mundiales anteriores las grandes selecciones han terminado por despuntar su grandeza y se les conoce. Las de este Mundial 78 han comenzado a definirse desde ayer. Tres partidos los hace cualquiera -bueno, menos España y algunos de sus compañeros de regreso con orejas gachas, que no saben desde hace muchísimos años lo que es eso-, pero en adelante comienzan a pesar los sucesivos de forma de plomo sobre la selección que es un «bluff» y la van redimensionando hasta que llega la final.

Hemos hablado de la selección que es un «bluff» en el sentido de selección que representa a un fútbol de puro «bluff» entre el cuarto y el sexto partido de un Mundial, las selecciones que llegan con fuerza y carácter a tales alturas representan un valor que no se ha improvisado, sino que se apoya en las raíces de cada fútbol nacional. Una preparación final errada puede atorar esta faceta del problema, por defecto o por exceso, pero cuando es atinada y apropiada no hace sino llevar al país que organiza el Mundial la imagen de un fútbol ni «parvenu» ni improvisado o fullero -como el que tenemos cerca-, sino al que es capaz de reproducir su propio nivel a lo largo de más tiempo y más pruebas. El fútbol del país que puede jugar desempates 48 horas después de un encuentro sin demérito y cuyos jugadores aguantan con nivel suficiente de conjunto más partidos sin que sus talentos se mellen, son los que, si no encuentran un seleccionador irremediablemente tonto y perjudicial -que los hay-, tienen mucho adelantado para prevalecer en la fase dura, aguda, de un Mundial. La de ahora, precisamente.

El fútbol español sólo en 1950 estuvo en su forma de selección abocado a la media docena de partidos -tres más tres- en un Mundial. Llegó hasta el cuarto, como essabido, y se disolvió después. En los veintiocho años que median hasta el Mundial de Argentina, y se ha llegado a la fase final -tres veces- no se ha pasado del tercer partido y se ha salido mascullando excusas que oculten el fracaso Y el rubor. En cuatro ocasiones más no se ha llegado ni siquiera a participar. En este momento argentino se está jugando un fútbol inaccesible a los niveles del fútbol español y, por tanto, incomprensible. Y los que han conseguido la mayor y más reciente participación en este triste resultado quieren pilotar el Mundial español, que aprovechará para el relumbrón, como decía aquel programa de festejos, el paso del Pisuerga por Valladolid.

Por eso se ha debido quedar Porta en Buenos Aires, delegando de paso en su «cuate» Kubala la vanguardia del monótono tópico bla-bla de las excusas, que si no convencen a nadie marean al lucero del alba, que acaba por encogerse de hombros para evitar el rollo. Por lo demás, Porta puede arrojar por encima del Atlántico declaraciones tan faciales como la de «que las selecciones que dedicaron mucho tiempo a su preparación han fracasado». Conformes, porque Kubala viene dedicándose a la preparación de la selección española, en puro fracaso durante las ocasiones homologables, desde 1969. Demasiado, demasiado tiempo.

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