Augusta le declara su amor a Sergio García
El golfista español (-6) partirá líder el domingo del Masters, empatado con Justin Rose, mientras Rahm se queda al par
En 1999 Sergio García jugó su primer Masters. Después de un larguísimo proceso de conocimiento y de aceptación mutua, el jugador de Castellón se encuentra ya en condiciones de jugar un domingo en Augusta sabiendo que puede ganar. Lo descubrió gracias a un golpe de fortuna que hizo exclamar a la comentarista de la CBS: “Oh, Sergio is a lucky man” (un hombre afortunado). El Masters se conquista con los años, con paciencia. Lo sabía García y lo comenzó a comprender Jon Rahm, que llegó acelerado dispuesto a comerse el mundo y vivió una jornada dura (+1) con unas cuantas lecciones de humildad.
Clasificación
1. Justin Rose (-6), Sergio García (-6).
3. Rickie Fowler (-5).
4. Jordan Spieth (-4), Ryan Moore (-4), Charley Hoffman (-4).
7. Adam Scott (-3).
8. Charl Schwartzel (-2).
9. Thomas Pieters. (-1), Lee Westwood (-1).
11. William McGirt (0), Paul Casey (0), Soren Kjeldsen (0), Matt Kuchar (0), Rory McIlroy (0), Jon Rahm (0).
En el 74º grande de su carrera, García, de 37 años, partirá líder el domingo, empatado a -6 con el campeón olímpico, Justin Rose, un jugador de su generación y de trayectoria similar de príncipe condenado a no reinar, iniciada a los 17 años, un amateur prodigio, un jugador predestinado como jugador llamado a romper todos los esquemas y estabilizada solo a partir de 2013, cuando ganó el US Open. A un golpe tienen al norteamericano Ricky Fowler, otro a quien se le exige también ganar ya un grande. En -4 acecha Jordan Spieth, a quien todos quieren, a quien todos desean que se redima del cuádruple bogey en el 12 que le costó su segundo Masters el domingo de 2016. Jon Rahm marcha al par, undécimo.
La prensa ya le había admitido, ya aceptaba con agrado su candidatura al Masters; el público ya le aplaude cuando pasa y jalea sus (abundantes) golpes buenos; a Sergio García solo le faltaba el amor del Augusta National Golf Club, del campo con el que no había entablado la mejor de las relaciones cuando llegó, avasallador, hecho un Niño de 19 años, en 1999.
Prueba de madurez
Aunque el jugador español se disculpó profusamente de sus primeros desprecios guiados por su ardor juvenil, aunque cada año que vuelve a Augusta, a Sergio García se le exige prácticamente una declaración de madurez que el jugador cumplimenta abundantemente (hasta ha anunciado que se casa, prueba concluyente de que es otro), el campo de Alistair McKenzie ha necesitado 18 años para perdonarle. Lo hizo mediada la tarde de un sábado espléndido, con el sol ya escondiéndose por detrás de los pinos gigantes y alargando sus sombras. Fue una declaración de amor asombrosa.
Pegó García un hierrazo desde el segundo corte de la calle del 13 (casi 200 metros hasta green) y la bola salió corta, volando directa hacia Rae’s Creek, el arroyo que serpentea entre altos taludes por delante del green y sus 1.600 azaleas. La bola cayó como un rayo y desapareció. El mal golpe, la bola en el agua, podría suponer el fin de sus esperanzas, un dropaje, un bogey o un doble bogey en un momento en que necesitaba mantener bajo control el recorrido y su tarjeta. Pocos hoyos antes, en el 9, había hecho un bogey después de usar el putter por tres veces por primera vez en el torneo. Pero la bola no había caído al gua sino que, milagrosamente, se había quedado clavada en la ladera del lado del green. García, que no podía creérselo, agradeció el gesto, una señal de los cielos, con un magnífico chip en vertical que le valió un birdie. Fue la confirmación que necesitaba. El gesto de que su redención está cerca. Un nuevo birdie en el siguiente par 5, el 15, le llevó hasta el liderato compartido.
A José María Olazabal le ganó una vez un matchplay Seve Ballesteros. El jugador de Hondarribia era un jovencito ambicioso, llegado al golf con ganas de comerse el mundo, y con su punto de soberbia correspondiente. Después de ganarle, Seve se sentó a su lado y le dijo: “Quizás no lo entiendas ahora, pero ha sido mucho mejor para ti perder. Si me hubieras ganado tú, ya te creerías campeón del mundo”.
A Sergio García le ganó hace unas semanas Jon Rahm un matchplay que pudo tener el valor de relevo en la cumbre del golf español. A García, la derrota le fortaleció. Llegó a Augusta como un Sergio nuevo. A Jon Rahm, la victoria le hizo crecer en su ambición. Llegó a Augusta anunciando que iba a por la victoria.
Después de un aprendizaje acelerado y una magnífica asimilación del campo, tras dos jornadas entre los mejores y un viernes bajo par, un magnífico resultado, el sábado conoció una nueva cara del campo. Los pares tres, los hoyos en los que su potencia con el driver no cuenta sino su sensibilidad con los hierros y su toque con el putter, fueron la prueba de sus carencias para enfrentarse a Augusta. Hizo bogey en dos de ellos, el cuarto y el 16º, y doble bogey en el 12º, donde cayó en Rae’s Creek.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.