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¡Kenia gana el maratón!

Jemima Sumgong, primera mujer del país dominador del fondo que se impone en unos Juegos. Aguilar se desvaneció por el calor y fue evacuada en ambulancia

Carlos Arribas
Jemima Sumgong celebra la victoria en la maratón.
Jemima Sumgong celebra la victoria en la maratón.FERNANDO BIZERRA JR (EFE)

Bajo un sol que ardía y quemaba las pieles tiernas, al sambódromo, la caótica meta de un maratón devastador, llegaron Leila y Lily, dos de las trillizas estonias que salieron; llegó Azucena Díaz (2h 35m 2s, 34ª) y llegó, entre diez y 20 minutos antes que ninguna de ellas, Jemima Sumgong (2h 24m 4s), la primera keniana que se proclama campeona olímpica de maratón. No llegó Estela Navascués, que se mareaba y no podía más y se retiró mediada la prueba; tampoco llegó la española de la que más se esperaba, la lucense Alessandra Aguilar, tumbada por el calor de Brasil en invierno.

La finalista del Mundial de Moscú se desvaneció antes de llegar al kilómetro 25, agotada por el calor y la humedad y su probable falta de aclimatación. “Me dijo que se sentía bien y que se había propuesto alcanzar a una japonesa que tenía delante, y que iba cercándose cuando, de repente, se vio en el suelo a cuatro patas y preguntándose ¿dónde está la japonesa?, ¿dónde está la japonesa?”, dice Christophe Ramírez, el médico de la selección de atletismo, que explica que la causa del desvanecimiento fue la deshidratación provocada por el calor y la humedad y acrecentada porque la atleta está pasando la regla. Fue evacuada del circuito en una ambulancia, donde la recuperaron con suero y en la que llegó más de una hora después a la zona médica de la meta, saturada por los casos que debían atender. Dos horas después estaba en el autobús atascado en el Río interminable en el que echaban pestes las competidoras. Para volver a la Villa Olímpica debieron esperarlo media hora al sol después de haber sometido a su cuerpo al mayor de los esfquerzos.

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Castellón y Londres

Pese a la dureza impuesta por el calor y la humedad, y el sol casi ecuatorial, tan vertical, el tiempo de Sumgong se quedó a 57s del récord olímpico, tan rápido corrió la atleta, de 31 años, que hace cinco años ganaba el maratón de Castellón y este 2016, en abril, el de Londres, uno de los más prestigiosos del mundo. Eunice Jepkirui Kirwa, keniana nacionalizada por Bahrein hace tres años, consiguió la medalla de plata, 9s detrás de su excompatriota, y la gran favorita, la etíope Mare Dibaba -apellidada igual que las hermanas Tirunesh y Genzebe, pero sin vínculo familiar con ellas-, se llevó el bronce en una carrera en la que también sucumbió al calor otra de las favoritas, la etíope Tigist Tufa, ganadora en Londres en 2015, que se retiró. Fue una de las 23 que no llegaron a la inmensa recta del sambódromo de las 156 que tomaron la salida.

“Tenía planeado atacar en el kilómetro 35, a siete de la llegada, y el movimiento fue perfecto”, dijo la ganadora en el templo del carnaval de Río y la samba, en el que tuvo que esquivar en los últimos metros a un hombre que saltó la valla con un cartel en las manos para acercarse a ella, pero fue detenido antes. La televisión cambió rápidamente de plano y no pudo apreciarse la reivindicación del espontáneo. “Al verle, me acordé de que algo similar me ocurrió al ganar en Londres, y me asusté, pensando que podía perderlo todo. Hacía mucho calor, pero eso afectaba a todas. Me controlé muy bien y escuché cuidadosamente a mi cuerpo”.

No solo las trillizas estonias llamaron la atención por su exotismo en un maratón que tuvo su parte de reivindicación, de show y de carrera popular. Terminaron, y muy bien clasificadas, las mellizas norcoreanas Hye-Song y Hye-Gyong Kim, décima y undécima, zapatillas rosas una, azules la otra; las gemelas alemanas Anna y Lisa Hahner fueron 81ª y 82ª. Sara-al-Attar, la penúltima clasificada (3h 16m 11s) cruzó la meta ondeando la bandera de Arabia Saudí. Aunque no había alcanzado la mínima para participar en Río, Attar, de 23 años, nacida en California, recibió una invitación especial del Comité Olímpico Internacional (COI), para fomentar el deporte entre las jóvenes de su país, víctima de la política machista del régimen saudí. Para no ofender a los hombres en su reino, Attar compitió con manga y pantalones largos, pero, para no asfixiarse, dejaba, al menos, ver el cabello bajo su gorra. En 2012, cuando corrió los 800m en los Juegos de Londres lo hizo también con capucha cerrada, sin que le asomara ni un cabello.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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