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Damas y Cabaleiras
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El noble arte de mentir

Al admirado trolero de antaño, aquel pillo ensalzado por nuestra literatura y que nos definía como país, se le estigmatiza ahora como si sus embustes resultasen contraproducentes para la sociedad

Rafa Cabeleira
Josep Maria Bartomeu en una rueda de prensa el pasado Junio.
Josep Maria Bartomeu en una rueda de prensa el pasado Junio. Andreu Dalmau (EFE)

Lo cierto es que no acabo de comprender esta obsesión insana que tenemos hoy en día por la verdad, como tampoco entiendo otros empeños modernos como el bronceado, el blanqueamiento anal, la cocina creativa o la caza de mascotas virtuales. El noble arte de mentir ha sido degradado hasta cotas insospechadas y al admirado trolero de antaño, aquel pillo ensalzado por nuestra literatura y que nos definía como país, se le estigmatiza ahora como si sus embustes resultasen contraproducentes para la sociedad, como si sus hermosas y bien trenzadas estafas careciesen de valor y fuese cierta la teoría de que la verdad nos hará libres. ¡De ninguna manera!

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Sin ir más lejos, esta semana le ha tocado a Josep María Bartomeu lidiar con esta turba de inquisidores renovados y puntillosos, estos bárbaros de la verdad por bandera que ya no respetan nada, ni siquiera el sagrado cargo de presidente del Fútbol Club Barcelona. Aseguran que el máximo dirigente azulgrana mintió a los socios sobre el nuevo acuerdo con Qatar Airways, un patrocinio anunciado como histórico en pleno revuelo electoral y que esta semana se ha demostrado un tanto vulgar, incluso pírrico en comparación a los firmados por otros clubes de envergadura semejante. Me pregunto en qué momento decidimos los socios y aficionados convertirnos en fiscales de nuestros propios clubes, en qué cabeza cabe semejante dislate. La verdad solo importa a tipos caprichosos y aburridos, necios grises que se niegan a aceptar la mentira institucional como un regalo divino y olvidan las sonrisas bonachonas con las que se presentaron a votar millares de socios en los últimos comicios con el tridente en la mochila, la triple corona en las vitrinas y el histórico acuerdo con los qataríes en la cartera; eso no se paga con dinero.

Todo esto me ha hecho recordar aquella ocasión en que una señora se presentó muy indignada en el bar de mi abuelo buscando a su marido, el cual se encontraba en una de las mesas del fondo bebiendo champán con otra mujer que, evidentemente, no era su esposa. Sin perder la calma ni soltar la cintura de la negra, el hombre aclaró al respetable que no conocía de nada a la alborotadora que lo amenazaba con un sangrante divorcio y solicitó a uno de los camareros que la desalojara del local. Al terminar la velada, un tanto molesto por la intrusión y mientras pagaba la cuenta, se lamentaba profundamente por la actitud de su mujer: “¿A qué vienen estos escándalos? ¿Es que no piensa en sus hijos, en lo que tendrán que soportar mañana en la escuela?”.

El aficionado culé vive feliz instalado en el enredo oficial endulzado con goles, nuevos fichajes y maquetas futuristas. La felicidad se respira en la Ítaca culé mientras, un puñado de desgraciados, no más, alzan la voz exigiendo la verdad como si la verdad jugase de falso nueve. No olvidemos nunca que, por encima de todo, el Barça es más que un club: sin duda, la más maravillosa de las mentiras.

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