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EL CORNER INGLÉS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Messi mete la pata

En una entrevista en Egipto, el argentino le entregó a la presentadora un par de sus botas. Esperaba un aplauso. No lo recibió. Se armó un escándalo.

Lionel Messi durante un entrenamiento del Barcelona.
Lionel Messi durante un entrenamiento del Barcelona.Manu Fernandez (AP)

“Tres cuartas partes de las miserias y los malentendidos del mundo se acabarían si la gente se pusiera en los zapatos de sus adversarios y entendiera sus puntos de vista”. Gandhi.

Lo hizo con las mejores intenciones. Durante una entrevista transmitida esta semana en un canal de televisión egipcio, Lionel Messi le entregó a la presentadora un par de sus botas. La idea era que se subastaran con fines caritativos. El crack argentino esperaba un aplauso. No lo recibió. Se armó un escándalo.

“Messi, los egipcios somos 90 millones de personas. Tenemos orgullo y zapatos”

Un parlamentario egipcio llamado Said Hassian declaró en otro canal de televisión del país árabe que Messi había insultado gravemente a su patria. “¿No sabe”, dijo, dirigiéndose a Messi, “que la uña de un bebé egipcio vale más que sus zapatos? Quédese con sus zapatos o véndaselos a Israel”, Hassian se quitó uno de sus zapatos, lo alzó ante la cámara y agregó: “Messi, nosotros los egipcios somos 90 millones de personas. Tenemos orgullo. Tenemos zapatos”.

Un portavoz de la federación egipcia de fútbol se sumó a lo que rápidamente se convirtió en un coro mediático de indignación. “Si la intención de Messi es humillarnos”, dijo el portavoz, “entonces digo que mejor se ponga estos zapatos en su cabeza y en las cabezas de sus aficionados. No necesitamos sus zapatos…Que se los regale a su país. Argentina está llena de pobres”.

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Los tuiteros – faltaría más – enloquecieron. “Esto es repugnante”, escribió uno. Otro: “la presentadora debería haber rechazado la donación”. Otro: “El nombre de Egipto es más grande que los zapatos de Messi. Esto es un gran insulto a Egipto”. Y así, en esta tónica, miles más.

¿Por qué un insulto? Pues porque resulta que no solo en Egipto, sino en el mundo árabe en general, el zapato es considerado un símbolo degradante y ofensivo. Es sucio, según la cultura árabe, porque pisa la tierra y porque envuelve a la parte más vil, más baja del cuerpo humano, el pie.

Esto explica por qué antes de entrar en una mezquita los feligreses están obligados a dejar sus zapatos afuera. Explica también la intención de aquel furibundo periodista iraquí que lanzó sus dos zapatos al presidente George W. Bush durante una rueda de prensa en Bagdad en 2008. Y explica también que el parlamentario Hassain hubiese declarado, aunque con cierta exageración tomando en cuenta lo que los nefastos gobiernos egipcios han hecho a su propio pueblo en los últimos años, que lo que hizo Messi representó la primera humillación a los egipcios “en siete mil años de civilización”.

Puede ser una metáfora de la limitada comprensión que tenemos del mundo árabe en occidente 

Lo cual nos lleva a la ineludible conclusión de que en esto de las civilizaciones y las culturas, cada loco con su tema. Pero hay un problema de fondo que no es trivial. El incidente con las botas podría llegar a verse como una pequeña metáfora de la limitada comprensión que tenemos en occidente del mundo árabe; también de los errores en los que nuestros gobiernos caen cuando se inmiscuyen en los asuntos de aquellas tierras y en vez de apagar incendios alimentan las llamas.

Nunca en la historia la comunicación ha sido más veloz o más extensa. Ningún fenómeno social está más ampliamente extendido que el fútbol. Nadie que vive hoy – no, ni el Papa, ni Barack Obama, ni siquiera Mariano Rajoy – es más ídolo para más personas que Lionel Messi. Pero vemos que incluso el fútbol tiene sus límites como factor de unión entre las razas o religiones o ideologías. Perduran los focos de resistencia a la globalización, las culturas se aferran a sus ritos y tabúes, los malentendidos se perpetúan, las grandes potencias carecen de la humildad para reconocer que no entienden nada, se convencen de que sus intenciones son buenas, intervienen en Irak, Siri o Libia y, como Messi en Egipto, meten la pata.

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