Historia de un western
Al fútbol del Barça le gusta arrasar los sitios por donde pasa y dejarlo todo perdido de goles
Los Barça-Atlético alcanzaron hace tiempo la categoría de westerns. Son duelos, no partidos. Los resultados no se acumulan en una estadística, sino en una genealogía. En cada lance ronda el peligro. A veces es un peligro mental, que se experimenta solo imaginar que empieza el encuentro. A su modo, un Atlético-Barça es un choque de mundos. El equipo de Luis Enrique ataca en manada, con hambre, sin levantar la voz; apenas se escuchan sus alientos y, cuando aceleran, los tacos clavándose y dejando atrás la hierba. Su rival no tiene tiempo ni de quedarse quieto, de brazos cruzados, para contemplar cómo acaban con él Neymar o Messi. John Wayne lo explicaba en Fort Apache: “Si los has visto, es que no eran apaches”. Algunos días el Barça te hace dudar si no serán más de once en el campo. Tienen un hombre en las escaleras, otro en la barra, uno junto a la puerta, otro tocando al piano, uno más infiltrado en la partida de póker.... Quizá también el camarero esté de su parte. Son tan buenos, y letales, que parece que los rivales también jueguen para ellos.
Al fútbol del Barça le gusta arrasar los sitios por donde pasa y dejarlo todo perdido de goles, en nombre de la belleza
Todo parece conspirar contra el Atlético, que llegará a la eliminatoria en un caballo pequeño, escaso de munición. En la calle hace calor y el viento empuja el polvo, y las ventanas se cierran de golpe, con miedo. Al fútbol del Barça le gusta arrasar los sitios por donde pasa y dejarlo todo perdido de goles, en nombre de la belleza. Simeone, sin embargo, ha entrenado a su equipo para vagar sin miedo y sin agua por el desierto, en busca de un gol. No importa si parece que nunca atacan. Han aprendido a convivir con el aburrimiento, incluso a encontrar en él cierto alborozo. En anular al rival, y hacerlo sentir desdichado, y con esa frustración ajena fabricarse un abrigo con el que salir al frío contraataque, también hay belleza. Sólo se trata de marcar un solitario gol en el minuto preciso.
En estos años hemos visto demasiadas veces qué poco necesita este equipo para alcanzar un triunfo. Algunos días basta un centro al área poco hecho, al baño maría. El rival tenía la pelota, llevaba la conversación, y todo parecía controlado, en calma, como en un plano de Sergio Leone, donde apenas se ve un perro en la calle y se escucha crepitar una mecedora. Y de pronto, gol de Griezmann, y se acaba todo. Un minuto antes, con el equipo encerrado, un central rival, en ausencia de peligro, acababa de decirle al otro “duérmete, yo vigilo”. Pero. Cuando quiero recordar cómo juega el Atlético, pero temo aburrirme, veo Río Bravo. Dean Martin es el ayudante del sheriff. Alterna borracheras y resacas. Un día persigue a un pistolero, que se oculta en la taberna. “Aquí no ha entrado nadie”, dicen la clientela, cómplice. Martin está a punto de irse, pero ve caer una gota de sangre en un vaso de cerveza. Entonces, se vuelve con una elegancia atávica y dispara hacia arriba, casi sin mirar. Su resaca es tan certera que, como el Atlético, sólo realiza un disparo y el fugitivo se desploma.
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