La canción gana el Nobel
Cuando un poema se transforma en canción sigue siendo poesía. Es literatura aunque expresada de forma distinta
No comprendo por qué se critica la concesión del Premio Nobel de literatura a Bob Dylan. Puedo entender que no se le considere merecedor de tal distinción porque se aprecie que sus canciones no tienen la calidad necesaria. Cada año por estas fechas, al conocerse el nombre del premiado, se debate sobre lo mismo: si es merecedor del premio, si otros autores tenían más méritos y debían ser los recompensados con el galardón. Las opiniones son libres y estas discusiones son habituales. Por tanto, considerar que las canciones de Dylan tienen poca entidad como piezas literarias, u otros cantantes tienen mayores merecimientos, entra dentro de lo normal.
Ahora bien, este año la naturaleza de la discusión es distinta: se critica al jurado no por la calidad del premiado sino por el hecho de si un cantante, autor de sus propias canciones, debe ser premiado con el Nobel de Literatura por la sencilla razón de que las canciones no son literatura. Este es el nudo de la cuestión: no se discute la calidad sino el género.
Confieso mi nula autoridad en el tema, no soy un experto en literatura y juzgar sobre sus límites es entrar en terreno del que ignoro casi todo. Pero si me meto en este desconocido jardín es debido a mi pasión por las canciones, por las buenas canciones y también, disculpen, por las no tan buenas, aquellas relativamente facilonas, comerciales, pero que logran expresar con palabras sencillas, y tiernas, ciertos sentimientos, sobre todo amorosos, que nos acompañan desde la adolescencia y permanecen en el recuerdo para el resto de la vida. Aquellas canciones que nunca se olvidan. Desde esta dudosa legitimidad, permítanme defender a la canción como género literario.
Es indudable que una canción se compone de letra y música, sus dos principales elementos. Cabría decir que al ser un elemento la letra bien puede asimilarse, sin más, a la literatura. Sin embargo, no creo que ello fuera argumento suficiente. ¿Por qué razón? Porque lo característico de una canción no es considerar letra y música como elementos separados, sino como elementos fusionados, de tal manera que el resultado es algo nuevo y distinto de su simple suma. El agua no es la suma de oxígeno e hidrógeno, sino una combinación especial que crea algo nuevo.
A su vez, a la letra y a la música hay que añadir la voz, la interpretación, el acento, la dicción, el acompañamiento instrumental. Pero estos factores, con ser importante, resultan secundarios. Lo esencial es la fusión de letra y música, la transformación de un poema en una canción. Pero, atención, sigue siendo un poema, sigue siendo literatura, aunque expresada de forma distinta. Quizás una canción no es más que la forma musical de expresar un poema. ¿Y no es eso literatura?
Además, por un lado, muchos grandes cantantes han sido grandes poetas. Un caso de meridiana claridad es el de Georges Brassens que, además, obtuvo el Premio Nacional de Poesía en Francia, un reconocimiento que es un precedente del actual Nobel a Dylan. Nadie duda de la riqueza del lenguaje de Brassens, de sus profundos conocimientos de la literatura francesa, incluso de su engarce con su tradición, desde François Villon a los contemporáneos.
Pero, por otro lado, muchos cantantes han puesto música a grandes poetas al aproximarlos a gente que nunca hubieran accedido a su poesía. El mismo Georges Brassens es un ejemplo, quizás uno de los primeros y más notables. Pero en España, este es el caso de Raimon: sus Cançons de la roda del temps, de Salvador Espriu, acercaron al público una poesía críptica, difícil, hermética, y le dieron una dimensión nueva, de una hermosura poética indiscutible. A través de la canción, Espriu fue muy conocido más allá de un lector exigente de poesía.
Ello es extensible a otros muchos, en primer lugar, a Paco Ibáñez con los clásicos y contemporáneos de poesía en castellano, a las versiones de Machado por parte de Serrat, Mario Benedetti cantado por Nacha Guevara, el Léo Ferré de Les fleurs du mal de Baudelaire, y tantos y tantos.
El Nobel a Dylan —no olvidemos que no era su nombre de nacimiento sino el que se puso como homenaje a Dylan Thomas— creo ha sido un acierto, un homenaje a la canción de un jurado que ha comprendido que is blowind in the wind.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.
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