¡A trabajar, coño!
En lo que la acción política tiene de relato, comienza a dar muestras de agotamiento insoportables. No se puede ofrecer a los espectadores (a eso hemos quedado reducidos los votantes) el mismo guiso narrativo, recalentado al microondas, durante dos semanas (véase, por ejemplo, el asunto de Kosovo). Pónganse ustedes, los actores (a eso han quedado reducidos los políticos), en los zapatos de un ciudadano en paro que lleva siete días escuchando que si Kosovo sí, que si Kosovo no, que si las formas, que si el fondo, que si ahora estamos de acuerdo, que si ahora discrepamos. Y así un día y otro, una hora y otra. Parece una serie de TV atascada, una serie de repetición, una mierda. Si eso ocurre en un asunto en el que están de acuerdo, ¿qué tortura no nos infligirán cuando disientan? No hay nada peor para un relato que la previsibilidad y son ustedes más previsibles que un mal chiste.
Tan previsibles son que nos acaban de confirmar lo que sospechábamos: que de 350 diputados sólo 34 tienen dedicación exclusiva (el resto va cuando hay votaciones). Por lo visto, cuarenta y seis millones de ciudadanos no se merecen 350 representantes a jornada completa. Resulta que el escaño es una llave para abrir puertas, para sacarse un sobresueldo. Eso sí que es un escándalo, eso sí que merecería dos semanas de debate. Ahí tienen a Michavila forrándose, a Pizarro forrándose, a López-Amor forrándose, a Ángel Acebes forrándose... Comprende uno que les falte tiempo para construir nuestro bienestar, que (hablando de incompatibilidades) es incompatible con el suyo. ¿Pero ustedes conocen la situación? ¿Están al tanto de lo que nos pasa? ¿Tienen idea de lo que es el miedo a quedarse sin trabajo, el pánico a la cola del paro, el terror a que el cajero automático te devuelva la tarjeta de crédito? Ya está bien, coño, pónganse a trabajar.
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