"No sé primeros auxilios"
Nunca antes del sábado 24 de abril de 2010 Alejandro Prado había hecho el paseíllo junto a José Tomás.
Prado, de 37 años, también conocido como El Harris, nieto, hijo, sobrino y hermano de subalternos, acudió aquella tarde vestido de plata a la plaza de Aguascalientes (centro de México) porque uno de los banderilleros que suelen acompañar al diestro se había lesionado. La tarde iba que ni pintada.
José Tomás, al que animaba desde el tendido su amigo Joaquín Sabina, había cortado una oreja al primero de su lote. Habían toreado también sus compañeros de terna -Rafael Ortega y Octavio García, El Payo- y sobre la arena de la plaza ya correteaba un morlaco de 473 kilos, bautizado Navegante por el mayoral de la ganadería De Santiago.
Para la infantería de la tauromaquia, de cada tarde depende la siguiente
El Harris, 20 años de profesión, hechuras de torero antiguo, dice que aquella tarde no pensó o sintió otra cosa distinta que cualquier otra tarde de corrida. Un cóctel muy bien mezclado de valor, miedo y responsabilidad. "En esta profesión", explica, "el valor es indispensable. Y también, claro está, hay que lidiar con el miedo. El que diga que no tiene miedo es que no tiene sentimientos...". El tercer ingrediente es la responsabilidad. No tanto por el toreo en abstracto sino por las necesidades concretas de sus dos hijos, el mayor de 11 años y el pequeño, de uno y medio. Para Alejandro Prado y para los que, como él, constituyen la sufrida infantería de la tauromaquia, de cada tarde depende la siguiente: "Si el matador queda contento, te aseguras que te contrate para la próxima tarde; si no, quién sabe...".
El caso es que, aquella tarde, el pitón izquierdo de Navegante se hundió en el muslo izquierdo de José Tomás. El toro cabeceó y jugó con el torero durante unos segundos hasta que lo dejó caer sobre la arena con la femoral rota, la sangre saliendo a borbotones "como por un grifo abierto". La expresión es de Alejandro Prado, que nada más ver la cornada se desentendió del capote, metió la mano derecha en la herida y empujó con toda su alma para intentar frenar la hemorragia. "Fue instintivo", reconoce, "porque la verdad es que no tengo conocimientos de primeros auxilios. Quería llegar a la enfermería lo antes posible, pero esos metros de callejón se te hacen infinitos. Cuando dejamos al matador en manos de los doctores, me bloqueé. No podía creer lo que estaba pasando".
Alejandro Prado no tiene otra profesión que la de torero. De ello dan fe sus 20 años sobre la arena redonda, sus trajes de plata colgados en el armario y las cicatrices de dos cornadas muy serias tatuadas en su cuerpo. Aun así, El Harris nunca soñó en cambiar la plata por el oro, jamás entró en sus planes convertirse en matador. Hasta llega a sorprenderse con la pregunta: "¿Matador de toros? No, mi familia es de subalternos. Mi abuelo, mi padre, mi tío, mis hermanos... Entre los subalternos también hay figuras del toreo y yo, ahora sí, es a eso a lo que aspiro. A estar bien cada tarde y a que el matador quede contento".
Unos días después de la cornada, Alejandro Prado fue a visitar a José Tomás: "Quería saludarlo después del percance y me recibió muy bien. Estaba sentado en un sillón y cuando me vio hizo el ademán de levantarse. Yo le dije: 'No se levante usted, maestro'. Y él me respondió: 'Sí me levanto, Alejandro, que quiero darte un abrazo'. Y se levantó y me lo dio, con el cornalón que tenía el hombre en la pierna... Me emocioné".
Dentro de unos años, todo el mundo recordará aquella cornada que recibió José Tomás una tarde de primavera en la mexicana plaza de Aguascalientes. Tal vez los aficionados con más memoria recuerden incluso que Navegante llevaba por nombre el toro que le buscó la ingle izquierda. Hasta puede que Sabina componga una canción. Pero más difícil será que alguien recuerde que fue Alejandro Prado, El Harris, el subalterno que mantuvo a raya a la muerte con su puño derecho. Es el olvido, junto al valor y al miedo, una de las divisas que siempre acompañan a la vieja estirpe de los toreros de plata.
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