La pobreza
Lo que pasa con los países ricos, como el nuestro, es que en general nos parece que la inmensa mayoría de los ciudadanos vive razonablemente bien. Claro que esto nos lo parece, sobre todo, a aquellos que vivimos con holgura económica: a los millonarios, por supuesto, pero también a la poderosa y boyante clase media. El meteórico enriquecimiento de este país en las últimas décadas nos incita a creer que, salvo los que venden La Farola por las esquinas y algún otro pobre matao por ahí perdido, la mayoría de los ciudadanos se las arreglan para tener su coche, su hipoteca, sus vacaciones y su frenesí consumista, como cualquier hijo de vecino. Hay una confianza en el bienestar básico de esta sociedad que nos resulta moralmente comodísima, y por eso nos da miedo la crisis, pero menos.
Es verdad que somos un país riquísimo en comparación con el resto del planeta: recordemos que al día mueren 25.000 personas de hambre en el mundo, incluyendo un bebé cada cinco segundos. Pero eso no impide que las diferencias sociales que hay en España sean también espeluznantes, por muy maquilladas que parezcan. Este periódico publicó hace seis meses un estudio brutal sobre la esperanza de vida entre los habitantes del distrito de Salamanca y el de Orcasur, dos barriadas de Madrid. En el riquísimo barrio de Salamanca los hombres viven casi 80 años (78,9), y están, junto con los japoneses y los suizos, entre los más longevos de la Tierra. En cambio, en el depauperado Orcasur viven siete años menos (71,3) y están al mismo nivel que México y El Salvador, en torno a la posición 50 entre todos los países. Quince kilómetros escasos separan ambos barrios; quince kilómetros y una distancia sideral en cuanto a nivel cultural, la renta y el paro. En España también mata la pobreza, sólo que lo hace a cachitos, robando años.
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