"Nunca habrá buen tiempo para la poesía"
Lo mira todo. Por la calle habla poco y se fija en los pórticos del casco viejo bilbaíno. Y se extraña de que una muchedumbre pueble la plaza Nueva, un viernes a media tarde. "¿Por qué hay tanta gente?", pregunta con asombro. "Porque es viernes, hay muchos bares, muy buenos pinchos y hace buen tiempo". "¡Ah, claro!". José Manuel Caballero Bonald pasea tratando de rememorar sus dos espaciadas visitas anteriores. Del País Vasco recuerda sobre todo el pescado -"El mejor de mi vida lo comí en Algorta" (Vizcaya)- y el buen vino. Toma la extensa carta de vinos que le ofrece la camarera y la lee como un libro de Pere Gimferrer. "¿Hasta cuánto se puede pedir?". "Lo que usted quiera, dentro de un orden". Y señala: "Éste". Viña Salceda, reserva del 91. "¿Agua?". "No, gracias". Y recuerda un apócrifo atribuido a Antonio Machado: "Casi nunca me equivoco, / desconfío de la gente / que habla mucho y bebe poco". Y la conversación va por esas derivas recordando a Francisco Ayala, que atribuye el secreto de su longevidad (102 años) al disfrute diario de dos whiskys y dos manzanas.
Al poeta andaluz le preocupa el avance de la ultraderecha con líderes como Esperanza Aguirre
A los 81 años no ha perdido un ápice de la memoria. Hay tiempo para todo, hasta para calcular el que el cuerpo y la mente aguantan la visita de sus nietos: "Lo tengo calculado. Cuando aparecen por Sanlúcar ya sé cuándo no puedo más. A la hora y media, más o menos, hay que recargar pilas".
Caballero Bonald, un escritor de referencia, a veces cultista, a veces cercano, siempre asimilado a Andalucía, se fue a Madrid: "Porque mi único futuro en Andalucía era ser un bodeguero". Desde entonces vive a mitad de camino entre Madrid y Sanlúcar, entre la algarabía madrileña y la intimidad del pueblo andaluz. La política ha pasado a un primer segundo plano. Como los poetas de libro, sentencia: "Soy un testigo, atento de lo que ocurre". Y lo que ocurre es que le preocupa "el avance de la ultraderecha que representan personajes como Esperanza Aguirre". En su escepticismo, recuerda que "nunca ha habido un buen tiempo para la poesía". "Fíjate que en 1951, en pleno franquismo, Claudio Rodríguez escribe Don de la ebriedad, un libro magnífico. No nos engañemos: nunca ha habido ni habrá un buen tiempo para la poesía".
Casi un descreimiento similar siente por una de sus antiguas pasiones, el flamenco: "Lo tengo distanciado, pero no desatendido". Las razones tienen que ver con la pura esencia del flamenco: "Me interesaba cuando era la expresión de un pueblo sojuzgado como el gitano. Ahora tiene un rango universal y se ha convertido en flamenco institucionalizado. Nada que ver con aquel otro que era tan mal visto, como algo prostibulario, tabernario".
Caballero Bonald (que acaba de publicar Manual de infractores), tiene sin embargo una deuda pendiente con el mar. "Me hubiera gustado ser navegante", asegura. "Cuando era joven comencé a estudiar náutica, pero enfermé del pecho y tuve que dejarlo. Siento, por eso, que me falta algo". No lo será, y hoy se conforma con su pasión por el bacalao. "Cuentan que si naufragas tres veces, y te salvas, el mar te concede la inmortalidad. Yo he naufragado ya dos veces. Así que prefiero no tentar a la suerte. No quiero ser inmortal".
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