El genio
El día en que se hicieron públicas las perlas que el genio Galliano soltó por la boca imaginé cuántos subordinados de supuestos genios que hay en el mundo creativo estarían pensando, si yo hablara de mi jefe... No hay nada más corrosivo para un carácter narcisista que un grupo de aduladores sirviéndole de escudo ante la realidad y atribuyéndole el papel de genio en la comedia humana. Es una palabra corrosiva. Genio. Una palabra pronunciada alegremente por aquellos que viven tan encerrados en el mundo de la moda, por ejemplo, que no pueden pensar ni por un momento que tal vez sea exagerada esa consideración.
A Balenciaga le llamaron maestro, así se le sigue nombrando. Lo fue. Un señor de vida discreta que alcanzó la máxima distinción para quien con tan exquisita finura realiza un trabajo manual. A Coco Chanel se la considera un icono por cuanto creó una imagen de mujer que ha trascendido más allá de su marca y de su tiempo. Chanel es ya un adjetivo para describir cierto chic femenino. El tiempo les ha reafirmado en la posición que se granjearon cuando trabajaban a diario. Pero ay de aquellos a los que los caprichosos palmeros de uno u otro arte bauticen como genios en vida. Ser genio va asociado a ser arbitrario, injusto, ególatra, desconsiderado. Para colmo, siendo el genio alguien dedicado a un oficio creativo, los palmeros consideran que la ira está justificada por el lógico desahogo que precisa todo espíritu artístico; con lo cual, los pobres subordinados sufren el mal carácter del genio sin gozar de la comprensión ajena.
He conocido a algunos de esos genios, ajenos a cualquier sensibilidad que no sea la suya, déspotas, aislados, receptores de un cariño que está asociado a su apellido. Suelen tener muy mala lengua. Como los niños malcriados, solo encuentran algo de satisfacción traspasando el límite, hiriendo.
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