Tres cuentos
1. La sobrecargo tomó la palabra, dio la bienvenida, dijo el número de vuelo y el destino... Ahí se detuvo. Uno de esos momentos que llamamos interminable. Repitió: Con destino... Nada, no salía. Sus ojos, asustados, intentaban ver dentro. El nombre del destino parecía haberse escondido en un accidente geográfico de las neuronas o tal vez en una quebrada entre las muelas. En el pasaje, hubo un amago de chanza, apagado por la severa serenidad de la mayoría. La pena del olvido concita más solidaridad que la memoria prodigiosa. En ese intervalo de incertidumbre, todos los viajeros parecían meditar sobre el destino y no sobre un destino. Cuando por fin ella recordó, y lo dijo por altavoz, el nombre de nuestra ciudad sonó como un lugar enigmático del que oíamos hablar por vez primera.
2. Querían casarse. La fiesta, pensaron, era lo de menos. Nada de despilfarros. Eran realistas, la crisis acechaba también en sus empleos, pero no querían que ese asunto ensombreciera la existencia. Ella tenía sentido del humor y le contó una historia de cuando era muy chica. Estaban en familia viendo una serie de televisión. Uno de los personajes gritó: "¡No admito que con mis impuestos repartan condones gratis!". Y fue ella y levantó la mano para preguntar: "Papá, ¿qué son los impuestos?". Se rieron con ganas. En la tarea de reducir gastos para la boda, la tarta inicial, todo un rascacielos, fue perdiendo pisos. Hasta que decidieron que no habría tarta, ni fiesta, ni boda. Afuera llovía. Y no había mayor placer en el mundo que pasar del frío al calor.
3. Al término del monólogo del candidato, una periodista hizo una pregunta en voz alta. Se había olvidado de que en esta campaña el candidato no admitía preguntas. Pero el candidato, despistado por un momento, también se había olvidado de esa imposición. "¿Podría repetir la pregunta?", dijo. Y la periodista respondió: "No".
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