"No conozco a un solo egipcio que haya votado jamás"
Egipto censura el cine y la música. Pero no los libros. La actitud oficial hacia la literatura viene a ser "déjales que ladren, nadie les escucha", explica Khaled Al Khamissi. Pero resulta que su libro Taxi (editorial Almuzara) ha vendido 200.000 ejemplares en el mundo árabe. "No es mucho, es más que mucho". Una comparación para hacerse a la idea. "Naguib Mahfuz, ¡el Nobel!, ¡el mismísimo!", dice mientras alza los brazos al cielo. "Si vende 5.000, se considera un éxito".
Leer Taxi es como abordar uno en El Cairo, sentarse junto al pasajero y escuchar su charla con el conductor. Una charla variopinta: penurias económicas, prostitución, fútbol, porno, el régimen. Cómo no, también Mubarak... la vida misma.
El autor, superventas en el mundo árabe, vislumbra una revolución cultural
¿A qué obedece ese éxito? "En Egipto hay una revolución cultural a la que no prestamos atención", asegura el escritor de camino al Iberia, un clásico entre los taxistas de Madrid. Comida abundante a buen precio. "Los jóvenes -sepa que el 68% de los egipcios tiene menos de 25 años- no encuentran soluciones ni futuro pero leen libros, ahí están los éxitos de mi novela, de El edificio Yacobián (Maeva), de Azazil, hacen música, teatro...", añade con entusiasmo. Al Khamissi es hijo de dos grandes figuras de la cultura (un escritor y una actriz).
Como los segundos del menú del día no le convencen, pide un entrecot del especial. "¿Cómo lo quiere?", pregunta el camarero. "Si la carne es buena, al punto. Si no es tan buena, muy hecho". Ante la sorpresa, espeta: "Hay que ser claros". Un árabe así de tajante no es frecuente. "Los egipcios tenemos un gen del miedo en nuestro sistema nervioso, miedo al poder, a la policía, al ministro del Interior". Eso no frena chistes como el que cuenta entre bocado y bocado: "Un egipcio le regala una tortuga a Mubarak para su 80º cumpleaños y le dice: 'Esta tortuga, señor presidente, vivirá 400 años'. Y aquel contesta: 'Ya veremos...".
Las conversaciones en la intimidad del taxi han triunfado. Y triunfan las redes sociales. "Tenemos 400.000 blogueros. Es una vía de expresarse política y filosóficamente. En Facebook hay un grupo de ateos, sí, de ateos, ¿se lo imagina?, otro contra Mubarak, otro contra su hijo Gamal [el heredero político]", cuenta.
El día de las elecciones legislativas iba a estar de turismo en Barcelona. Había llamado a boicotearlas. Como los islamistas, aunque no es uno de ellos. "Nunca he votado, no he conocido a un solo egipcio que haya votado nunca". ¿Jamás? ¿En un país de 80 millones de habitantes? "Nunca, nadie", insiste. Está convencido de que "el Gobierno y los medios occidentales exageran mucho el poder de los islamistas. Los necesitan. Pero en Egipto van claramente para abajo. Yo creo que son el 15%". Cuando se le dice que muchos expertos advierten una islamización, responde muy serio: "Hablo de Egipto, no de Argelia o Palestina".
El entrecot, al punto, le gusta. ¿Es de los que opina que Internet es la panacea para el cambio político? "No. Pero si puedes expresarte ahora, quizá puedas hacer cambios en 5 o 10 años". Por eso la revolución cultural que vislumbra le hace optimista.
No quiere postre ni café. Tiene cita con el embajador de su país. "Es un amigo".
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