Todo fluye
Todo fluye, los átomos, las células, la vida, la historia, los sueños. Nada es lo mismo un segundo después. Si uno fuera capaz de abandonar ese río de Heráclito en el que nadie se baña dos veces y se subiera a un puente, vería el gran espectáculo. La corriente turbia de la materia ha ido arrastrando durante siglos sandalias de profeta, clámides de griegos y romanos, lienzos de almenas, lanzas, arcabuces, el yelmo del Quijote, el puñal dubitativo de Hamlet, bibliotecas llenas de incunables que contenían toda clase de ingenios, hechizos, edictos, anatemas, aventuras y descubrimientos. Hace ya mucho tiempo que por debajo de ese puente ha pasado flotando la cruz desnuda del Gólgota e incluso el Dios de los Ejércitos ahogado. El agua turbulenta continúa anegando copas de oro, jardines burgueses esfumados, las alambradas de Auschwitz, escenas galantes de pintores y escritores olvidados, animales muertos que constituyeron la historia, pero llega un momento en que uno comienza a reconocer como propios algunos fantasmas que el río de Heráclito trae hasta el puente. Entre remolinos del agua cenagosa cuyo légamo se confunde con la memoria llega braceando contra corriente el general Franco abrazado a aquel joven y radiante intelectual de izquierdas que luchó contra su dictadura y que ahora aparece envejecido en televisión con el pelo teñido de azabache y la papada acuchillada vomitando sapos de extrema derecha; por una curva emerge el conjunto de tricornios de 23-F como una bandada de patos salvajes al mando de Tejero, que esgrime el bigote raído y la pistola oxidada entre las tripas blancas de los padres de la patria. De pronto uno se descubre con horror a sí mismo. El río de Heráclito trae revueltos todos los días de tu vida y uno puede verse en la escuela con la pizarra y el mapa de España a la pared, la bicicleta en la playa, en el baile de una verbena. Con un libro de Derecho bajo el brazo atraviesas el ojo del puente, vuelves el rostro y te observas de espaldas aguas abajo hacia el mar sin conocer la ribera. Mientras tu imagen se aleja, te espanta pensar que también ya eres otro. Todo fluye. La vida. La historia. Los sueños. Todo cambia o se hunde. Ahora desde el puente te descubres frente al televisor buscando la CNN y sale Gran Hermano.
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