"Sorprende lo que podemos hacer a pesar de la guerra"
Los mapas mágicos no son una invención de los escritores de fantasía. Que se lo pregunten a Peter Crowley (Dublín, 1950). Cuando era niño frecuentaba la biblioteca de su barrio y llegó un momento en que se había leído prácticamente todo en la sección infantil. "El bibliotecario no me dejaba mirar en la sección de adultos, pero me permitió ir a la de viajes". Y así Peter empezó a mirar mapas de lugares que hasta ese momento ni siquiera sabía que existían. Hoy sentado en la terraza de un bar de Madrid, este irlandés que se confiesa afortunado por haber logrado convertir su pasión en su vida, reconoce que le debe mucho a esos mapas. Lleva dedicado 36 años a la ayuda internacional y en la actualidad desempeña una labor arriesgada en uno de esos lugares que miraba de niño en los mapas de la biblioteca: es el representante de Unicef en Afganistán.
El jefe de Unicef en Afganistán lleva 36 años dedicado a la ayuda internacional
Pero pasar de los mapas a la realidad no fue fácil. "Para trabajar en organizaciones internacionales te exigen experiencia en el extranjero. Y ¿cómo consigues esa experiencia sin dedicarte a las organizaciones internacionales?". La respuesta estaba en otro lugar remoto marcado en el mapa: Port Sudan, en la costa sudanesa. Allí marchó en 1977 como profesor de instituto y encontró dos cosas que marcaron su vida. "Llegaban unos alumnos altísimos con los que hicimos un equipo de baloncesto". Eran del sur del país, lo que décadas más tarde se convertiría en Sudán del Sur, un país con el que ha desarrollado un profundo vínculo y donde ya ha trabajado uno de sus dos hijos.
¿Y la otra cosa? "Un día en el aeropuerto de Jartum había un lío terrible porque una mujer estaba desalojando a varios pasajeros de mi avión para hacer sitio a una pesada carga. Pensé que tendría que conocerla para que no me tocara a mí quedarme en tierra". Esa mujer era Isabel Crowley, con quien se casó y que hoy es la representante de Unicef en Liberia. "En nuestras conversaciones privadas jamás hablamos de Unicef", asegura con una carcajada, relajado.
Después de una vida dedicada a ayudar a personas que viven en realidades muy diferentes a las de la sociedad occidental (Sudán, Nepal, Afganistán) Crowley se confiesa "ni más optimista ni decepcionado" que cuando comenzó. "Pero es maravilloso ver cómo puede mejorar la vida de las personas con lo que haces. En Afganistán el ambiente en el que se mueve Unicef es muy complicado, especialmente en lo relativo a seguridad, pero me sorprende todo lo que podemos hacer a pesar de la guerra".
Apasionado de su trabajo, Crowley transmite más temor por su jubilación a medio plazo que por el peligro diario que vive en Kabul. "No puedes hacer esto si no sientes pasión por la justicia social y los derechos humanos", recalca. "Ahora la gente lo está pasando mal económicamente aquí, pero ¿sabe?, cuando fue el terremoto de Japón en Kandahar -¡Kandahar!- la gente daba dinero para Japón". ¿Y lo peor de su trabajo en Kabul? "Echo de menos pasear", reconoce mientras la gente se cruza entre las mesas. "Pero lo mejor es que todo el mundo comparte el instinto de proteger a los niños. Y eso nos da un gran respaldo social".
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