Separatistas
La idea de la escuela catalana en Madrid, propuesta por Esperanza Aguirre, ha sonado como un alegre sonajero informativo. Días antes, sin embargo, la propuesta de Manuel Chaves de incorporar gallego, euskera y catalán a las escuelas oficiales de idiomas de Andalucía fue seguida de un linchamiento mediático. Las lenguas, tan eróticas ellas, tan dadas a la concupiscencia, bisexuales, deseando bocas, pertenecen a la órbita de Venus, pero suelen caer al servicio de Marte. Nuestro mayor partido conservador ha lanzado la propuesta de segregar a los niños en Cataluña, en la enseñanza, según opten por estudiar en castellano o en catalán. Es una curiosa alternativa radical. Extremista. Y sobre todo, separatista. Ignoro si esta disposición de segregacionismo se limitaría a Cataluña o se haría extensiva a toda España, ya que el programa conservador propugna un bilingüismo inglés-castellano. Una cosa es ser políglotas y otra trogloditas. Así, según el separatista consejero de Educación valenciano, el catalán es un "idioma extranjero", que amenaza con garras imperiales al vernáculo inglés, en franca regresión. Rajoy, que es dos veces conservador, por política y por profesión, la de registrador de la propiedad, debería tomarse más en serio la conservación de todas las lenguas españolas. Y es lo que haría si fuese gallego de Suiza. ¿No son los idiomas valiosas propiedades? Y si vamos a plantar 500 millones de árboles, ¿cómo no mimar esos bosques centenarios de las palabras? Ese cultivo no es contradictorio, sino al contrario, con el aprendizaje del inglés, la herramienta de lo global y que tuvo su origen en unas pobres tribus de sajones emigrantes. Lenguas aparte, el problema es la obsesión para separar a los niños desde que nacen. Como sea, hay que separarlos. Por clase social. Por religión. Por sexo. Por procedencia. Por el iris de los ojos. Vienen los niños al mundo y ahí están los adultos al acecho para marcarlos amorosamente a fuego.
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