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Columna
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Presente

Un tipo pega a una persona en el metro de Barcelona, la acción queda grabada y los medios la difunden repetidamente, lo que desencadena una espiral de comentarios. Al final las circunstancias acaban prevaleciendo sobre el hecho en sí. Un fenómeno de nuestros alterados tiempos. En sus célebres coplas, Jorge Manrique afirma que lo presente en un punto se es ido y acabado. Una idea obvia que ya no nos vale. Hoy el presente sigue siendo presente mientras duren las pilas.

En el caso de la agresión, la posibilidad de análisis colectivo en vez de aclarar las cosas las enturbia. El agredido estaba borracho o sereno, la víctima era una chica ecuatoriana. Los temas del día eclipsan el caso: violencia de género, racismo, conducta incívica, inseguridad. Detalles sin importancia a la hora de afrontar lo ocurrido: A pega a B y punto. La legislación tipifica los delitos con claridad y añade atenuantes y agravantes que permiten al tribunal ajustar el dobladillo y la sisa. Con eso debería bastar. El debate sociológico tiende a convertir los actos individuales en síntomas de nuestro entorno, a diluirlos en el amplio panorama de lo colectivo. Si el agresor hubiera elegido una víctima de otras características, nada habría cambiado en el fondo. Por ejemplo, si hubiese atacado a un luchador de sumo, habría mostrado más valor, no más civismo; el resultado habría sido distinto y las imágenes más divertidas, pero no el carácter delictivo del ataque. El que uno esté en condiciones de repeler una agresión no la justifica ni disminuye su gravedad.

Pero tampoco se puede repeler el presente de la imagen, así que en el futuro habremos de decidir si seguimos con el sistema jurídico ancestral o si juzgamos a bulto y entre todos. Luego está la realidad, claro: el dolor, la vejación, el miedo. Pero esto sólo es presente para quien los sufrió.

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