"Prefiero ser única que la mejor"
Baila leyendo las manos y el ritmo del pie, acusando las vibraciones y memorizando el compás. Mari Ángeles Narváez Anguita (Aaraau, Suiza, 1975) comenzó a bailar a los nueve años cuando el mundo ya llevaba callado tres.
-¿Quieres que te cuente cómo perdí el oído?
-Por favor.
-Tenía seis años. Fue por un antibiótico. Una mañana iba por la calle de Feria, oía coches, marías hablando en el mercado y de repente se me apagó el oído cuando mi madre se paró a hablar con una mujer vestida de negro. Miraba sus bocas y veía moverse los labios, sin sonido.
La bailaora ha luchado contra su sordera y triunfa con un espectáculo
Enfatiza la escena con las manos y una carcajada extrema, bien sonora. La primera de las que esparcirá durante la cena en la que se entrega a las coca-colas para contrarrestar la tensión baja.
Ocultó la sordera durante días hasta que, hartos de su repentina desobediencia, desde el colegio llamaron a capítulo a sus padres, emigrantes retornados a Sevilla. Se descubrió que no oía. Nada. De pronto. Y para siempre.
"No sufro por ello, pero siempre me he sentido diferente". También la cena es un poco diferente. Si una comete la torpeza de preguntar mientras la entrevistada mira hacia la ensalada, las palabras se pierden. O si ella cierra los ojos. "Sería como si no hablara contigo, aunque tenga el audífono". La prótesis, aclara, es un canal de vibraciones sin suficiente nitidez.
Los ojos son los oídos de la bailaora, tal vez la primera sorda que finalizó los estudios de Danza Española. "No soy más lista que nadie, ser sorda no ha sido un impedimento, pero hay que ir a los sitios diciendo 'aquí estoy".
En lugar de "inventar miedos", los afronta. Aunque esto pueda permitírselo ahora, tras haber superado crisis de autoestima, tras salir airosa de un colegio de oyentes donde las matemáticas eran un jeroglífico sobre una pizarra que la profesora exponía de espaldas a la clase, tras perfeccionar la lectura de labios a fuerza de horas y tras bailar de día y de noche porque, incluso acostada, rememoraba las letras y el compás. "He vivido injusticias, aunque soy fuerte, a veces creo que no me he limpiado bien, pero ahora tengo una etapa bonita".
Es la etapa de La Niña de los Cupones, el nombre artístico que le endosaron en su barrio sevillano porque, para ganarse la vida, vende cupones de la ONCE. La etapa de aplausos de 10 minutos que le arrancan lágrimas como ocurrió en Versalles (Francia). La etapa de su alianza artística con el percusionista Ramiroquai para crear el espectáculo 30 Decibelios, en el que baila y también canta en lengua de signos por Camarón. Es la etapa de los sueños: una ONG para enseñar a bailar, una gira internacional, el reconocimiento. "Quiero que se olviden de que soy sorda", reclama.
Ha comido poco, ha reído un montón y ha llorado fugazmente al recordar sus cursos en la academia de Matilde Coral, una histórica del baile flamenco. Además de la voz, ha hablado con las manos y el resto del cuerpo. Como si hubiera cenado con una amiga, propone pagar a medias. La Niña de los Cupones parece cándida y fuerte. Cada día compra boletos de la ONCE porque cree en la suerte. Cada día trabaja sin desmayo para triunfar. "Hay mucha gente mejor que yo porque la mejor no soy. Pero prefiero ser única que la mejor".
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