"Los de Leganés éramos unos rojos"
Cuando en 2003 Esperanza Aguirre aspiraba a presidir la Comunidad de Madrid, Fernando Gimeno, entonces director médico del hospital Severo Ochoa de Leganés, la libró de los abucheos del personal sanitario gracias a sus buenas relaciones con los sindicatos. Aguirre optó entonces por dejar atrás a su séquito y recorrer el hospital guiada sólo por Gimeno. Este urólogo no podía imaginar entonces que aquella Aguirre agradecida, con la entusiasta ayuda de su consejero de Sanidad, Manuel Lamela, acabaría poco después con su carrera, que le apartaría para siempre de su querido hospital y que perpetraría una purga en aquel centro basándose en unas denuncias que resultaron infundadas.
Fernando Gimeno es uno de los represaliados por el caso Lamela. Las "eutanasias activas y masivas" que Lamela esgrimió como arma arrojadiza no fueron más que sedaciones, casi siempre demandadas por los familiares de los enfermos terminales. Cuando la justicia llegó a tal conclusión, era tarde para Gimeno y otros 20 profesionales del Severo Ochoa. Ya había perdido sus cargos y se había tenido que exiliar al hospital de Móstoles. Nunca ha recuperado su nivel de jefatura de servicio ni el optimismo.
Ni Aguirre ni su consejero de Sanidad pidieron disculpas tras las absoluciones
El hospital Severo Ochoa era casi un fiel reflejo de la sanidad pública en la que creía y cree Gimeno. "Nació en 1987, y queríamos demostrar que la sanidad pública podía ser eficiente y de calidad. Éramos unos rojos que no hacíamos medicina privada, practicábamos abortos y defendíamos que el paciente de Leganés tiene los mismos derechos que el del barrio de Salamanca, donde se ayuda a los enfermos al buen morir".
Con el primer Gobierno del PP (1996) no tuvo problemas. Al contrario. El director del Insalud, Alberto Núñez Feijoo, le nombró en 2000 director médico del hospital. Paradojas de la vida para este aragonés de familia republicana que pasaba los veranos en París ganándose la vida como albañil antes de obtener el título de urólogo, ex militante de CC OO y votante de IU. Fue entonces cuando, para atajar el caos de las urgencias, fichó al anestesista Luis Montes.
La Comunidad se hizo cargo de la sanidad en enero de 2002, y ahí comenzaron las pesadillas para los rojos. "Nos abrieron el primer expediente ese verano por una denuncia anónima que nos acusaba de dar matarile a los más viejos y los más enfermos". De esa primera batalla, Gimeno salió ya muy lesionado. Una auditoría externa demostró la falsedad de la acusación, a pesar de lo cual fue relevado de la dirección médica, aunque aún pudo mantener la jefatura del servicio de urología, "el más eficiente del país", dice con orgullo.
En 2005, con Esperanza Aguirre al frente de la Comunidad y Lamela de la Consejería de Sanidad, llegó la estocada final. Lamela abandera las denuncias anónimas de 400 supuestos casos de eutanasia que el juez Rafael Rosel desestima en 2007. "Aquella sentencia la viví con sabor agridulce. Fue una putada. El juez se tomó dos años para emitirla -¡que manda cojones!-, y la hizo pública una semana después de que Aguirre ganase de nuevo las elecciones". Gimeno había sido incluso relevado de la jefatura de urología. Todavía tiene que reprimir las lágrimas cuando recuerda algunas de las humillaciones sufridas. "Sólo dos días antes de mi cese, el que me sustituyó me dijo que me calmara, que estaba paranoico".
En enero de este año, la Audiencia Provincial cerró el caso a favor de los médicos perseguidos. Ni Lamela ni Aguirre pidieron nunca disculpas. Tampoco han restituido a los represaliados en sus puestos. Ahora, Aguirre ha prescindido de Lamela, pero no por este caso, sino por participar en el equipo nacional de Mariano Rajoy. Gimeno no se alegra de su cese. Sus lamentos más amargos se los reserva a la izquierda. "Odio la inseguridad jurídica a la que nos ha sometido la socialdemocracia de este país. Los médicos como nosotros siempre hemos dependido de que un juez fuera comprensivo".
Tiene 54 años, una hipoteca que pagar y una nueva pareja, así que no quiere buscar mejores lugares bajo el sol fuera de Madrid, donde trabajan ahora algunos de sus ex colegas del centro. Ejercer en los nuevos hospitales públicos madrileños de gestión privada es algo vedado para él. "Me lo prohíbe mi religión", bromea. Durante este tiempo ha reído y ha llorado de emoción. "Estoy jodido, pero orgulloso. Creo que la batalla no ha sido en balde". Lo único... "es que el tiempo pasa y lo diluye todo...".
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