"Era campeón pero estaba muerto; hoy estoy vivo"
"Pollo asao con ensalada, buen menú, señor, se cantaba cuando se era feliz". Sin embargo, en Casa Mingo, el templo madrileño de la especialidad, a orillas del Manzanares y a la sombra de los frescos de Goya en San Antonio de la Florida, a Pedro García -dicho Toto desde niño por su forma de llamar a su hermano Alberto- el sabor del pollo asado, que come comme il faut, con la mano, dejando que el jugo le escurra por los dedos, no le evoca recuerdos de una niñez feliz, sino de una adolescencia que ahora sabe que era oscura. "Casa Mingo era el pollo, sí", dice, "y también el alcohol, la sidra en todas sus versiones".
Años ochenta. Pedro García tenía 17 años y era fuerte físicamente. El 75, Campamento-Plaza España, le dejaba todas las mañanas en el barrio en el que estudiaba y en el que pulía su talento de waterpolista con su amigo Jesús Rollán, a las órdenes de Mariano García, en la piscina del Cuartel de la Montaña. Era un chaval que se hacía hombre a toda velocidad. Sólo le asustaba la banda del Domi, unos rockeros que mandaban en el río. "Y desde ahí, el gran salto, a Barcelona, a la selección", dice Toto, miembro destacado del equipo español de waterpolo que capitaneado por Manel Estiarte tocó la gloria con el oro olímpico en Atlanta 96. "¿Gloria?", dice Toto. "¿Sabes en qué pensaba en el podio? En que esa noche habría recepción con los Príncipes y que en la cena pondrían vino, vino de Rioja. En que llevaba tres meses sin beber, en que necesitaba el vino. No sentía nada más, sólo sed...".
Fue oro olímpico de waterpolo en 1996 y alcohólico. Hoy ayuda contra esta adicción
García era alcohólico, drogadicto. Todo el mundo en la selección lo sabía. "Lo confesé en el equipo en el 92, antes de los Juegos de Barcelona. Bebía por las noches y para recuperarme de la borrachera le daba a la coca y no controlaba", dice Toto, que acaba de publicar Dejarlo es posible (Amat), donde narra su experiencia en la clínica. "Mi problema es la tolerancia al alcohol, bebía y bebía y no lo notaba. Y necesitaba más. Me sentía Popeye en la piscina, y un niño tímido fuera, y de nuevo Popeye, fuerte, invulnerable, por la noche. Y a la salida del Up & Down, solo, tan solo, tan down".
Hijo de familia rota, con dos separaciones y dos hijas a sus espaldas, en 2003, por fin, Toto levantó la mano y pidió ayuda. A la familia y a Manel Estiarte. "Manel, quien cargaba con el suicidio de su hermana Rosa, que temía que si se metía en la vida de los demás podía desencadenar otra tragedia, fue el que más me ayudó. Me apoyó moralmente, económicamente, me pasó 600 euros al mes durante años. Y me buscó una clínica donde dejarlo, el sitio en el que me dijeron, de entrada, que aquello no era una broma. 'No eres un campeón olímpico, tú eres un drogadicto que, si sigue así, sólo puede aspirar a la muerte, al manicomio, a la cárcel', el sitio en el que murió Rollán en 2006", dice Toto, que se asusta de los adolescentes de ahora, a los que da conferencias, a los que aconseja en Cuatro.
Está empeñado en buscar una vía para que la falta de dinero no sea un obstáculo para los que decidan dejarlo. "Y el dinero para la clínica, fíjate, salió de un décimo de lotería premiado. La única vez que le tocó la lotería a mi abuelo. Un décimo que me ha cambiado la vida. Y fue como si me hubiera tocado la lotería a mí. Ahora no tengo nada, pero vivo; antes lo tenía todo, pero estaba muerto, vacío por dentro, amargado en medio de una vida gris".
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