Doña Rosita
Doña Rosita en la calle 27. Doña Rosita en una matiné para chavales de instituto. Los observo desde el entresuelo del pequeño teatro. Llegan media hora tarde y tardan otra media en acomodarse, como si fueran niños de guardería. Un empleado del teatro sube al escenario y comienza a situar el drama de Doña Rosita en su contexto, la postergación femenina, la necesidad del casamiento, etcétera. Como el público no calla, el presentador increpa directamente a tres alumnos con palabras que, por desgracia, hemos escuchado aquí y en España: "Mira, si no te interesa la función, te vas. Y apaga el teléfono, aquí no se puede estar con el teléfono encendido". El joven inadaptado al que no le falta detalle en su uniforme de joven inadaptado -media en la cabeza, orejas horadadas, camiseta hasta las rodillas y pantalones por debajo del trasero- se toma su tiempo. Cinco minutos de insoportable desafío a la autoridad. Doña Rosita comienza. Los acentos de los actores, venezolano, puertorriqueño, cubano, acercan la función a un público que aún conserva algo del español con que les hablaron sus padres cuando eran niños. Cada vez que aparece el primo de Doña Rosita, con aire de galán de culebrón, las chicas le silban como locas. Lo mismo cuando sale Doña Rosita, que ostenta un título de Miss. La función transcurre entre los llantos de los actores y las risas del público. En el descanso una señora mayor va hacia los revoltosos y se les encara. Son las chicas de pelo tirante a lo Jennifer López las que defienden con vehemencia su irrenunciable derecho a hablar mientras los actores actúan. En el último acto aparece el personaje del viejo maestro que se queja amargamente de la crueldad de los niños para con los maestros. El anciano encoge los hombros resignado: "Como son los hijos de los ricos nos tenemos que aguantar". Los padres, dice el personaje, les ríen la gracia. En ese momento el público escucha atento, como si reconocieran algo de lo que el viejo cuenta. Pero puede que no entiendan que la diferencia con esa historia de principios del siglo XX estriba en que los que esta mañana despliegan su mala educación son los hijos de los pobres y para ellos no hay retorno, es algo que ya está socavándoles el futuro.
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