Antifascistas
Treinta dos años de la muerte de Franco. De las apariciones inesperadas de fascistas que, en los últimos setenta, honraban al dictador lo recordamos todo. Los chavales que íbamos al centro los fines de semana procurábamos no pasar por la calle de Goya, entonces territorio ultra, por si aparecían los fachas a pegarte un buen susto y hacerte cantar el Cara al sol. Los que brujuleaban por el Retiro con bates de béisbol eran, sin duda, más peligrosos. Allí se cargaron a palos a un joven vecino mío con pinta de rojo que cruzaba el parque a la vuelta de algún concierto. Las pintas, al menos entre la gente más joven, eran definitivas. O se tenía el aspecto de ser un nostálgico del régimen franquista o de estar pisando ya un país distinto. Ante las informaciones que estos días han aparecido sobre los grupúsculos que toman de nuevo la calle para recordar al falangista José Antonio, el consejo de los padres a los hijos ha vuelto a ser el mismo de hace veintitantos años: no vayáis esta noche por determinadas zonas. El uniforme de estos personajes es, si cabe, aún más rancio que el de entonces, si aquéllos lucían el pelo engominado de jovencitos fachas éstos parecen antiguos soldados de la Legión, la de la cabra. Imposible no distinguirlos. El desconcierto surge con estos otros jovenzuelos que de vez en cuando saltan a la calle para defendernos, los autoproclamados jóvenes antifascistas. No sé si es que el periodismo consiste hoy en limitarse a transcribir lo que otros dicen o si es que el juvenilismo ha infectado las venas de los que informan, pero resulta sorprendente que, sin el más mínimo resquicio de duda, se use una palabra que define una causa noble, como es antifascismo, para definir a una pandilla de bárbaros que no han olido en su vida lo que es el fascismo. Si un viejo transeúnte de pasado antifascista se topa de pronto con una manifestación de estos nuevos defensores, a buen seguro que piensa, "Dios mío, ¿dónde está la policía?".
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