"El virus llegó a México para quedarse; convivamos con él"
El Gobierno aprovecha el miedo a la gripe para promover la higiene
La farmacia está en la esquina de la calle de Sonora. El dependiente es un tipo joven. Viste una bata blanca impoluta a juego con su sonrisa. ¿Tiene mascarillas?, le pregunta el reportero. "Claro que sí, de las azules", responde el muchacho mientras devuelve unas monedas de cambio a la cliente anterior. A continuación, agarra un lote de mascarillas para el reportero. Pero, antes de entregárselas, intenta introducirlas en una bolsa de plástico que no se abre. Para solucionar el trámite -con un gesto que parece habitual-, el mancebo de la calle de Sonora se lleva el dedo índice a la boca, se lo chupa a conciencia y así consigue, por fin, abrir la bolsa...
"El virus ha llegado para quedarse. Debemos aprender a convivir con él. Y para ello tendremos que aprender a cambiar algunas de nuestras malas costumbres". Lo explica, con una claridad meridiana, el doctor Kuri.
"¿Quién asegura que no haya ya casos en África?", se pregunta un médico
Pablo Kuri es médico, epidemiólogo, al parecer una celebridad en la materia. Estaba en París asistiendo a una reunión de expertos sobre la influenza cuando lo llamaron del Gobierno de México y le pidieron que regresara, que lo necesitaban. De la teoría pasó a la práctica en lo que dura un vuelo transoceánico. Ahora está aquí, todavía muerto de sueño, en medio de una ciudad en arresto domiciliario. El presidente Felipe Calderón pidió a la población el miércoles por la noche que se quedara en sus casas durante el largo puente de mayo. Y el milagro se hizo. Esta ciudad, habitualmente ruidosa, caótica, brava siempre, a ratos canalla, decidió regalarse -tal vez por primera vez en la historia- un retiro espiritual. Las calles desiertas del Distrito Federal pueden ser la metáfora de lo que tan bien explicó ayer Kuri. El día siguiente a la pandemia no puede ser igual que el día anterior.
La primera frase. "El virus llegó para quedarse". Un virus no es un terremoto. Sólo se parecen en que cuando llegan provocan muerte, desolación y miedo. Pero el terremoto pasa, la gente llora a sus muertos y reconstruye sus casas. El virus se queda. Por lo que se sabe hasta ahora, y a pesar de la alerta mundial, el nuevo virus de la influenza no tiene una marcada voluntad asesina. Según los últimos datos, el nuevo virus ha matado a 15 personas. Once de ellas en el Distrito Federal. Dos más en el Estado de México. Una más en Oaxaca y otra en Tlaxcala. De los fallecidos, 11 son mujeres y cuatro hombres. Nueve de los 15 muertos están entre los 21 y los 40 años. Si se tiene en cuenta que sólo en México mueren al año 11.000 personas por la influenza común, y que esa cifra sube en Estados Unidos hasta los 36.000, el nuevo virus asusta pero no arrasa. Al menos por el momento.
Pero, además de los fallecidos, hay un buen número de afectados. ¿Cuántos? No se sabe. Tal vez nunca se sabrá, porque una parte de ellos acudieron a los hospitales y fueron tratados, pero otra parte -seguramente la más numerosa- pasó la influenza como una gripe normal. Incluso pudo transmitirla sin saber que lo estaba haciendo. Así que ante la amenaza del virus hay que portarse como trataban de inculcar los curas antiguos -tal vez los modernos también- a los niños asustados: "Tú no lo ves, pero Dios sí te ve a ti. Así que pórtate bien". O, según la expresión del doctor Kuri: "Debemos aprender a convivir con él".
Portarse bien, en estos casos, es lavarse las manos con frecuencia y adquirir unos hábitos higiénicos que no existen en muchos lugares de México. En el Distrito Federal, sin ir más lejos. Una estampa de la vida cotidiana de esta ciudad inabarcable son los puestos callejeros de tacos. La inmensa mayoría de los oficinistas de los edificios más exclusivos de la ciudad bajan a la hora del almuerzo -con sus trajes y sus corbatas- y se acomodan en una esquina de la calle, de pie o en una banqueta, para dar buena cuenta de la riquísima, aunque no demasiado salubre, comida callejera.
Porque, además, hay un dato extraño en toda la información que se procesa estos días. Los casos de influenza que se han reportado después de conocerse el brote de México pertenecen todos o casi todos al Primer Mundo. ¿Quiere decir esto que el virus de la influenza es un virus exquisito que sólo viaja en avión? Seguramente no. Cómo se preguntaba ayer Pablo Kuri: "¿Quién nos asegura que no se hayan dado ya casos en África?" ¿O quién puede asegurar que el virus -se puede añadir al planteamiento del doctor mexicano- no esté ya viajando hacia el sur y se disponga a entrar en Guatemala, donde las condiciones higiénicas y sanitarias son infinitamente peores que las de México?
El Gobierno de México, que por precaución mandó a sus casas a 33 millones de estudiantes, cerró todos los restaurantes del Distrito Federal y fue capaz de convencer a todo un país de vivir cuatro días entre cuatro paredes, diseña estos días la estrategia para volver a la normalidad. Si la curva de la infección y de la muerte sigue descendiendo, el regreso a la cotidianidad se irá haciendo de forma escalonada. Lo que Kuri desearía es que esta pesadilla sirviera para que México diese un paso adelante. Esta crisis acaba de demostrar que la mayor riqueza de este país no son sus pozos petrolíferos ni sus playas directamente importadas del paraíso, sino la calidad cívica de los mexicanos. Sólo falta que el mancebo de la calle Sonora deje de chuparse el dedo...
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