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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Que nadie lamente nuestra suerte

Ex director de "Cuadernos para el diálogo"Cuadernos para el diálogo ya es historia. A pesar del movimiento de solidaridad que su muerte ha despertado, el posible que la revista no salga más. No vale lamentarse. Las cosas son como son, y éste es un país que necesita periódicamente archivar la memoria para sobrevivir. La desaparición de Cuadernos para el diálogo no es un caso de ingratitud histórica: sus razones para mantenerse no estaban en el pasado, sino en el presente y en el futuro. Es decir, en la existencia en España de una prensa independiente y crítica, pluralista ideológicamente y enmarcada económicamente en la pequeña empresa. Respecto al pasado, nadie tiene derecho a pasar factura por los servicios prestados. Aquí y ahora a nadie le importa el pisado. Este es un régimen sin antecedentes y todos tenemos debajo del brazo el certificado de garantía democrática. Los de mi generación recordamos que, allá por los años sesenta, los demócratas parecían minoría, clandestina además, pero como nunca nadie les contó, no se sabe si es un fenómeno natural su actual proliferación. En cualquier caso, para mirar definitivamente hacia adelante más vale no entrar en el capítulo de los agradecimientos ni en la investigación de los pasados. Muchos cayeron por la democracia y otros nacieron el 15 de junio de 1977 para servirla. La realidad ha demostrado que todos son necesarios.

La desaparición de una revista, aunque sea tan significativa como Cuadernos para el diálogo, no deja de ser un episodio minúsculo, quizá doloroso para los españoles con memoria, de la confusa, pero esperanzadora, etapa histórica de la transición hacia la democracia. Y, además, ocurren cosas peores con la prensa que la desaparición de un título. Tienen razón algunos políticos que han dicho que con Cuadernos no se acaba la democracia. No nos engañemos: una publicación muere siempre por falta de lectores, y Cuadernos no los tenía en número suficiente. A pesar de que el consumo per capita de prensa y libros en España se mantiene a niveles africanos, otras revistas conocieron en el tiempo de su decadencia tiradas millonarias. Supieron llegar a ese público que a Cuadernos se le escapó tras el espejismo de creer que las pautas de comportamiento electoral son las mismas que las de lectura. Pero, además de en su planteamiento político, Cuadernos para el diálogo se equivocó en otros. En la cultura, por ejemplo. La cultura no tiene en estos momentos clientela, al menos entre lectores politizados. La política española en general hace gala de su analfabetismo. Lo cual es bastante lógico en un país con más de sesenta horas semanales de televisión. Julio Cortázar no tiene nada que hacer ante Starsky y Hutch, ni Carlos Barral ante los Botejara. Vizcaíno Casas, no lo olvidemos, es el autor español más leído, después de Corín Tellado, de los tiempos que corren. Y dicho sea de paso con el máximo respeto por tan populares firmas.

El concepto de libertad es muy amplio y hay quienes supieron aprovecharla mejor que Cuadernos para el diálogo apoyados por una clase política que descubrió el inmenso placer, y la rentabilidad política inmediata, de posar ante las cámaras de televisión. Es sólo una cuestión de tirada y, como suele decirse, de audiencia. Después de cuarenta años de catacumbas, los políticos de la democracia descubrieron las glorias del papel couché. Por su parte, la sociedad española se ha apresurado a cambiar el libro de misa por revistas de desnudos. Nadie puede reprochárselo a unos ni a otros, aunque el fenómeno sea digno de análisis.

Por lo demás, es cierto que el marco económico en que la prensa independiente se ve obligada a moverse es notoriamente estrecho. Y que dentro de él sólo podrán sobrevivir los fuertes. La prensa independiente se asfixia hoy en España por una serie de factores que van desde la ausencia de ayudas al precio del papel, pasando por un montaje de distribución insuficiente y gremialista y a la desleal competencia publicitaria de la televisión. Y a pautas de lectura heredadas de la dictadura y asumidas por una parte importante de la población, incluidos los votantes de los partidos de la izquierda.

Junto a este hecho tenemos otro no menos notable: entre unas cosas y otras el Estado gasta la friolera de 40.000 millones de pesetas en sufragar los gastos de los medios de comunicación estatales, radio, televisión, prensa y diversas publicaciones (editoras ministeriales, agencia Efe y otras, Editora Nacional, etcétera). No entro ahora en la necesidad o no de todos y cada uno de estos medios, pero sí en reseñar tan colosal despilfarro presupuestario (aceptado sin pestañear por las Cortes democráticas), que es más del doble de lo que se piensa recaudar en el impuesto general sobre la renta. La democracia que llega acepta sin modificaciones apreciables, por lo menos hasta el momento, y año y medio después del 15 de junio, todo este confuso tinglado sin que, además y paralelamente, se inicie una labor de ayuda o mantenimiento del resto de la prensa a la que la inflación somete a un proceso constante de descapitalización y ahogo humano y financiero. Que se sepa, ningún partido político ha tomado la iniciativa en el problema. La izquierda, como un solo hombre, se ha hecho solidaria del mantenimiento de la antigua prensa del movimiento (antecedentes no, por favor), pero ha sido totalmente incapaz de promover paralelamente un estudio jurídico y económico de las necesidades del sector privado y que ha sido sustancial en el advenimiento de la democracia, haciéndose, por tanto, cómplice, como en tantas otras cosas, de la incapacidad gubernamental.

Para terminar: diálogo es una palabra gastada en un país que quema etapas velozmente. Las que ahora se llevan son otras. Tales como poder, alternativa de poder, consenso, etcétera. Con Cuadernos para el diálogo se va un reflejo de lo que ha sido la vida político-cultural de estos últimos quince años. También algunas ilusiones de quienes (accionistas, lectores, profesionales) lo hicieron posible. Ahí estarán en dos o tres hemerotecas sus 336 números que hablaron sin ira y con esperanza de un tiempo y un país, que, creían que el hombre, aunque fuese español, era el único animal capaz de dialogar, que fue durante muchos años plataforma de opinión de los que por decreto no tenían derecho a darla y escuela de convivencia y racionalidad. Y, por supuesto, trinchera contra la opresión y la injusticia. Pero, parafraseando a un colega francés en parecidas circunstancias, que nadie lamente la suerte de Cuadernos para el diálogo. Ni el Gobierno que pudiendo ayudar a la prensa libre no lo hizo, ni los políticos que prefirieron arrimarse, y estaban en su derecho, a otro tipo de publicaciones, ni los lectores que nunca tuvieron tiempo de leer prensa responsable. Ni, por supuesto, los que la hicimos sin saber acomodarnos a las circunstancias.

Hace un año que Cuadernos para el diálogo dio a conocer el borrador de la Constitución, en lo que constituyó un gran escándalo periodístico muy poco comprendido por los partidos. La Constitución está ya terminada y sólo falta su aprobación por el pueblo. España entra en una nueva era política. Puede que mañana cierta prensa vuelva a ser posible. Nos vamos con la esperanza intacta. Quién sabe. A lo mejor en la España posconstitucional vuelve a ser necesario el diálogo...

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