_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El hábito del desnudo

La ideología de lo secreto, de lo reservado, privado y oculto dominó en casi todos los ámbitos de la sociedad del siglo XIX y primeros años del XX. Lo íntimo constituía un tesoro a imagen y semejanza de un alma que se guardaba para solo tener una exclusiva ventilación en el contacto con Dios. "Hogares cerrados; puertas cerradas, posesiones celosas de intimidad", decía André Gide de ese tiempo que vivió en buena parte encerrado en el armario.

Lo abierto, lo expuesto, lo publicitado socialmente componen, sin embargo, la ideología que fue emergiendo al final del siglo XX y se enseñoreó del mundo intercomunicado en estos años del siglo XXI. A la condena de todo aquél que hablaba abiertamente de las cosas o enseñaba demasiado, fueran partes de su cuerpo o de su interior, ha seguido la obsesión por la transparencia, la exposición y la apertura en cualquier terreno. Esta cultura hace de la imagen iluminada y ampliada su emblema, convierte el "directo" en la óptica suprema y promueve la evisceración del secreto -sea en casos gürtels, wikileaks o Sálvame- como la gastronomía más celebrada y sabrosa.

Toda opacidad conduce a la sospecha de estar tapando basura

La política y la empresa, el congreso o las fábricas buscan legitimarse popularmente con los días de puertas abiertas y los edificios se consagran como contemporáneos a través de la multiplicación de vidrios y espacios exentos. El mundo del secreto ha entrado en decadencia puesto que el planeta que se representaba antes con destinos remotos y zonas por explorar se ha vuelto global o transparente. Toda opacidad conduce a la sospecha de estar tapando basura y no custodiando cualquier clase de tesoro. Lo que no se ve o no se dice es, en términos generales, susceptible de encerrar lo peor y lo no revelado pasa de ser un atributo de lo sagrado a material viciado.

La ansiedad por saberlo y publicarlo todo, por mostrar los entresijos de la creación cuando se trata del arte, de las fases en la cadena de montaje cuando se fabrica, de las incidencias de las operaciones cuando se refiere a trasplantes especiales forman parte de lo mismo. Igualmente, el gusto por contemplar las llamadas "tomas falsas" de los rodajes o las primeras versiones de un cuadro a través de rayos X que muestran los "pentimentos" denotan que tanto en la demanda como en la oferta, el producto estelar es aquél despojado de misterios.

Las exposiciones sobre los interiores del cuerpo humano despellejado, los éxitos de una instalación, entre muchas, como la cama de Tracey Emin mostrando sus sábanas manchadas, la pulsión por sacar del estudio a la calle los programas de radio o televisión, el planetario desembalaje de la intimidad a través de las webs, el gusto por los muchos chismes conforman una época en cuya escena la penumbra ha perdido su fama y la claridad ha ganado prestigio.

Incluso el lenguaje del cortejo amoroso se abrevia para llegar cuanto antes a lo más explícito. Y así son también los estilos del blog, de los chats, de Twitter, de los SMS o de las amistades que, en Facebook, se confirman en la pantalla mediante relampagazos.

Formando parte además de este panorama, los mismos interiores de los complejos reactores de la central nuclear de Fukushima han sido ofrecidos una y otra vez en los medios de comunicación con infografías tan detalladas como incomprensibles. Acaso imposibles de entender pero coherentes con el mandato de llevar el interior al exterior y las entrañas de cualquier entidad, nuclear o no, a la observación completa.

Celine decía: "Nada es más terrible que lo que no se ha dicho". Y Dios precisamente se define como "aquel que es el que es" para que, gracias a esa cacofonía en el límite cero de la explicación, su potencia pueda alcanzar el pavoroso grado de radiación máxima.

De hecho, toda supuesta ocultación en los comunicados de las autoridades japonesas sobre el estado de los reactores y los riesgos de radiación desencadena un pánico muchas veces superior a toda revelación puesto que el desnudo es ahora mucho más inofensivo e incomparablemente menos provocador que el velo.

Lo enterrado, lo subterráneo, lo velado es, en esencia, lo temible. Y el horrible terremoto sería según este mandato de obscenidad total la carga maldita, sepultada y oscurecida que salta a la luz para producir miles de muertos a cielo abierto, muertos que multiplican uno a uno o en masa la trágica metáfora de la muerte expuesta en la escombrera.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_