El "gigante" que doblegó a Marx ya es beato
Joseph Ratzinger destaca que Wojtyla devolvió a la fe la esperanza robada por el marxismo y "reorientó a la sociedad hacia Dios" durante la beatificación.- 504 personas han necesitado asistencia médica y 54 han sido ingresadas en el hospital.
Ante el entusiasmo y el fervor de decenas de miles de peregrinos, la gran mayoría polacos, que han abarrotado la plaza de San Pedro y las calles adyacentes, Benedicto XVI ha proclamado hoy beato a su antecesor en el trono de San Pedro, Juan Pablo II.
Seis años y un mes después de su muerte, en una ceremonia de casi tres horas, Joseph Ratzinger ha recordado a Karol Wojtyla como "un gigante" y ha destacado su dimensión pastoral y política. "Abrió a Cristo la sociedad, la cultura, los sistemas políticos y económicos, invirtiendo con la fuerza de un gigante -fuerza que le venía de Dios- una tendencia que podía parecer irreversible".
Wojtyla, ha añadido el Papa, "devolvió a la fe la esperanza usurpada por el marxismo", en referencia a la lucha de su antecesor contra el comunismo.
El Papa, que ha oficiado la misa junto a 100 cardenales y 800 sacerdotes, vestía una casulla que perteneció a su antecesor y ha usado el cáliz que éste utilizó en sus últimos años. Cuando ha proclamado beato a Wojtyla se ha descubierto un gran tapiz con un retrato de Juan Pablo II sobre la fachada principal de la basílica que ha pasado a presidir la escena. Sobre la columnata de Bernini, en otra gran tela se podía leer "Abrid de par en par las puertas a Cristo", una de las frases más conocidas de Wojtyla.
En su homilía, el Papa ha defendido también las razones por las que el proceso de subida a los altares ha sido el más rápido de la edad moderna, superando en dos semanas al de la madre Teresa de Calcuta (y a pesar de los escándalos de pederastia encubiertos durante décadas o de su cercanía al pederasta Maciel o el dictador Pinochet). "La beatificación ha llegado pronto porque así lo ha querido el Señor, desde el día de su muerte su olor de santidad ondeaba en el aire", ha dicho.
Ratzinger ha repasado la figura, la vida y la acción política y pastoral de Juan Pablo II. "Nos enseñó que no debíamos tener miedo de ser cristianos y a no tener miedo de la verdad, porque la verdad es la primera garantía de la libertad", ha dicho, antes de recordar que pasar 23 años a su lado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (antigua Inquisición) le permitió conocer "su profundidad espiritual, la riqueza de sus intuiciones, y su humildad". "El ejemplo de su oración me ha impresionado y edificado", ha dicho el papa alemán.
Sobre el sufrimiento que la mala salud le produjo en los últimos años de su vida, ha recordado que incluso entonces "siguió siendo una roca". "Juan Pablo II es beato por su fe, por la beatitud de su fe, fuerte, generosa y apostólica, y por su fe en la Virgen", ha afirmado también. La homilía ha terminado como terminó hace seis años su funeral, con el Papa invocando la bendición del nuevo beato.
Ratzinger ha proclamado beato a su antecesor a las 10.37. La multitud ha respondido emocionada, ondeando las banderas. Algunos lloraban, y muchos han gritado "santo 'subito' (santo ya)".
La cifra de asistentes, según la policía de Roma, ha superado el millón y medio de personas. El Vaticano ha hablado a media mañana de un millón, aunque en las últimas horas había afirmado que la plaza de San Pedro y la vía de la Conciliación tienen cabida para 300.000 personas.
En todo caso, la ceremonia ha sido una de las más multitudinarias concentraciones celebradas en el Vaticano desde los actos posteriores a la muerte del papa polaco. La marea humana era impresionante. Las plazas y calles cercanas aparecían colmadas de gente, así como el Lungotevere, la calle que trascurre por el río Tíber. Los accesos a la plaza fueron abiertos anoche a las 02.00 horas, tres horas antes de lo previsto, y mucha gente ha debido resignarse a seguir la ceremonia por los altavoces y las pantallas gigantes habilitadas en distintos puntos de la ciudad.
Miles de personas han vuelto incluso al Circo Máximo, el lugar donde se celebró anoche la vigilia. Otros se han limitado a pararse en medio de la calle y a escuchar la misa, sentados en el césped y en las aceras. Los ojos cerrados, alguna lágrima y manos que desgranan rosarios: son Demetria Guillermina Rosa y Cecilia, que han llegado desde Malabo, Guinea Ecuatorial. Sonríen y se hacen fotos. "Él fue un Papa cercano a la gente, ahora nos toca a nosotros estar a su lado", dice una de ellas, en su traje tradicional. Se acuerda perfectamente de la fecha de la visita de Wojtyla a su tierra: "Era el 18 de febrero de 1982. Nunca olvidaré su humanidad y dulzura".
El español ha sido uno de los idiomas más representados en esta babel de colores, lenguas y acentos. Evangelina Calderón llega desde Leticia Amazonas, en Colombia. "Estoy aquí para pedirle a este Papa santo otro milagro, la paz en mí país".
Piero, de 60 años, ha venido desde Ancona, unas cuatro horas de autobús hasta Roma. Ha salido a la una de la noche y ha llegado cuando aún no era de día. Moverse para avanzar hacia el altar era imposible, las calles estaban completamente invadidas. Así que Piero y sus 40 compañeros de viaje, todos con el gorrito rojo de la parroquia de San Ciriaco, se han parado, han transformado las mochilas en taburetes, se ha sentado en medio de la calzada y han escuchado concentrados la misa por los altavoces.
Sobre las diez de la mañana, poco antes del inicio de la misa y de la llegada de Benedicto XVI en el papamóvil descapotado, la presión de la multitud ha derribado las vallas situadas en un lateral de la vía de la Conciliazione, la calle que va desde San Pedro hasta el río Tiber. Algunos peregrinos han sufrido crisis de pánico y los servicios sanitarios han debido asistir a 504 personas; de ellas, 54 han sido trasladadas a hospitales.
Benedicto XVI ha presidido el rito desde el trono dorado situado en la entrada de la Basílica, donde estaban también la plana mayor de la curia y las 88 delegaciones extranjeras, entre ellas la española, presidida por los Príncipes de Asturias.
En el rito han participado también el secretario de Juan Pablo II, Stanislaw Dziwisz, cardenal de Cracovia, y Marie Simone-Pierre, la monja francesa cuya curación de la enfermedad de parkinson ha sido certificada por la comisión médica del Vaticano como el milagro que ha permitido la beatificación. La monja francesa ha ofrecido a Ratzinger la reliquia del nuevo beato, una ampolla con su sangre encastrada en un relicario de plata, que el Pontífice ha besado antes de que fuera colocado en un estrado.
Tras la ceremonia, el Papa se ha dirigido al altar central de la Basílica de San Pedro, donde está expuesto el féretro de Wojtyla, para venerar sus restos, ya convertidos en reliquia. Tras el Pontífice, lo han hecho los cardenales, que han besado uno por uno el féretro. Tras ellos podrán hacerlo los fieles. Los restos mortales del nuevo beato, exhumados hace unos días, permanecerán expuestos todo el día de hoy y mañana.
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