El final o el principio de la ciencia
¿Sólo faltan los detalles o existen áreas completamente nuevas por descubrir?
En un análisis que realizó el año pasado para el Times de Londres, John Maddox calificó de perverso a mi libro, El final de la ciencia, por decir que la ciencia podría haber superado ya su punto máximo. Me gustaría decir que, desde mi punto de vista, lejos de ser perverso, se basa en lo que la propia ciencia nos dice. La ciencia nos dice que nuestro conocimiento tiene límites.
La teoría de la relatividad dice que no es posible viajar ni co •municarse a una velocidad superior a la de la luz. La mecánica cuántica y la teoría del caos constriñen nuestra capacidad de predicción. La biología evolutiva sigue recordándonos que somos animales diseñados por la selección natural no para descubrir verdades, profundas de la naturaleza, sino para reproducirnos. La barrera más importante para que las ciencias —especialmente las ciencias puras— progresen en el futuro son los éxitos del pasado.
Los descubrimientos científicos se pueden comparar más o menos con el descubrimiento de la tierra. Cuanto más sabemos sobre la Tierra, menos nos queda por descubrir. Hemos hecho mapas de todos los continentes, océanos, cordilleras y ríos.
Ahora estamos entrando en los detalles. De vez en cuando aparecerá algo interesante. Encontraremos una nueva especie de lémur en Madagascar, o alguna bacteria extraña que viva en fosas marinas. Pero a estas alturas, es improbable que descubramos algo que sea realmente sorprendente, como la Atlántida, el continente perdido, o dinosaurios que vivan en el interior de la tierra.
Del mismo modo, es improbable que los científicos descubran algo que supere el Big Bang, la mecánica cuántica, la relatividad, la selección natural o la genética basada en el ADN. Por supuesto que nos faltan detalles que añadir, pero las grandes sorpresas son poco probables.
Esto no quiere decir que los científicos hayan dado respuesta a todos los grandes interrogantes. Maddox hace un trabajo excelente al revisar en su nuevo libro algunas de las grandes incógnitas que todavía quedan. Pero John no se plantea nunca seriamente la posibilidad de que no haya respuesta para algunas de esas preguntas.
Por ejemplo, la teoría del Big Bang plantea algunos interrogantes bastante evidentes: ¿por qué se produjo el Big Bang en primer lugar y qué le precedió, si es que hubo algo? La propia ciencia nos sugiere que quizá no lo sepamos nunca, dado que el origen del universo está demasiado lejos de nosotros, tanto en el espacio como en el tiempo.
John dice que, como la teoría del Big Bang deja algunas grandes preguntas sin respuesta, debe ser sustituida por una teoría totalmente nueva. Eso tendría tan poco sentido como rechazar la teoría de la evolución de Darwin porque no puede explicar el origen de la vida.
John señala que la comprensión de la mente por parte de la ciencia "es apenas más clara que a principios de siglo". Pero luego insinúa que la falta de avances en campos relacionados con la mente implica que nos esperan grandes cosas. En otras palabras, que los fracasos del pasado predicen el éxito del futuro. Eso no es un argumento. Es una expresión de fe. Muchos científicos están empezando a creer que la conciencia, el libre albedrío y otros enigmas que plantean nuestras mentes pueden no ser científicamente reducibles.
Mucha gente comparte la opinión de Maddox sobre el progreso científico. Es comprensible. Todos nosotros hemos crecido en un periodo de una explosión de progresos científicos, así que es natural que demos por sentado que estos progresos continuarán, posiblemente siempre.
Pero esa lógica inductiva es muy pobre. De hecho, la lógica inductiva da a entender que la época moderna de progreso científico explosivo podría ser una anomalía histórica, un producto de una convergencia muy particular de factores sociales, intelectuales y políticos.
Si aceptamos que la ciencia tiene sus límites —y la ciencia nos dice que los tiene—, la cuestión no es entonces si la ciencia tocara su fin, sino cuándo. El historiador Henry Adams observó hace casi un siglo que la ciencia se acelera a través de un efecto de retroálimentación positiva. El conocimiento da lugar a más conocimiento: la energía produce más energía. Este principio de aceleración tiene un interesante corolario. Si la ciencia tiene límites, podría estar yendo a la máxima velocidad justo antes de estamparse contra la pared.
Maddox se queja de que mi tesis refleja falta de imaginación. En realidad es demasiado fácil imaginarse grandes descubrimientos en el horizonte. Nuestra cultura lo hace por nosotros en programas de televisión como Star Trek y en películas como La guerra de las galaxias y en libros como What remains to be dicovered? (Qué nos queda por descubrir?).
Lo que quiero que se imagine la gente es lo siguiente: ¿qué pasará en caso de que la gran búsqueda de conocimientos esté tocando a su fin? Da la casualidad de que yo creó —y estoy bastante seguro de que John estará de acuerdo conmigo en este punto— que dicha búsqueda da sentido a la existencia humana. Así que, ¿qué consecuencias tendrá para la humanidad el final de la búsqueda? Estas preguntas incomodan aquellos que, como Maddox, tienen fe en el progreso científico. La fe en la ciencia tiene una importancia vital. Sin ella, la ciencia no habría llegado tan lejos en tan poco tiempo. Pero cuando la fe en el progreso científico se sosa tiene sólo por pruebas y argumentos contradictorios y escurridizos, se pervierte el espíritu de la ciencia.
Eso sí que es perverso.
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