Nochevieja en el búnker de Moncloa
Los augurios a primera hora de la noche del viernes eran favorables en el búnker de la Moncloa, ubicado siete pisos bajo tierra, en el complejo residencial. Desde allí, el Gobierno seguía la temida entrada del año. El equipo lo formaba una veintena de personas: presidía Francisco Álvarez Cascos, vicepresidente primero del Gobierno, rodeado de los miembros de la Oficina de Transición 2000, los enlaces de los nueve ministerios claves para asegurar la continuidad de las actividades en todo el país y, finalmente, los técnicos de comunicaciones del complejo. Eran las 11 de la noche pasadas cuando los reunidos dieron por zanjada una extraña cena de Nochevieja: sin la familia y trabajando. Antes de las doce ya descorcharon el champán. Por videoconferencia compartieron el brindis por el 2000 con los componentes de los comités de emergencia ministeriales. En otra pantalla estaba la tradición: el reloj de la Puerta del Sol. Dada la tensión del momento, "tomamos las uvas y no las tomamos", explicaba ayer a este diario uno de los habitantes del búnker.Hacia las 0.30 horas bajó a la sala, repleta de teléfonos, ordenadores, radios de transmisiones y patallas de todo tipo, el presidente del Gobierno, José María Aznar. Agradeció a todos el esfuerzo. La consigna de normalidad ya empezaba a ser firme a esa hora. El flujo de información era constante: se sucedían sin pausa las comunicaciones con los organismos de seguimiento de Naciones Unidas y de la Unión Europea; con las delegaciones del Gobierno; con las comunidades autónomas y con las empresas de los sectores estratégicos. A las dos de la madrugada ya estaba claro que no iba a ser necesario poner en marcha los planes de emergencia. Y es que los peores escenarios manejados contemplaban problemas de orden público en caso de un gran apagón, por ejemplo. De hecho, a esa hora se produjo uno en el casco antiguo de Barcelona: duró 15 minutos y no tuvo consecuencias.
El vicepresidente del Gobierno empezó a invitar hacia las 3.30 horas a los presentes a retirarse. Un retén se quedó allí hasta ver la llegada del año en Nueva York (las seis en España). Eran las siete de la mañana cuando el grueso del equipo terminó la jornada. Los políticos, el sábado por la tarde, dejaron solos a los técnicos ante la levedad del efecto 2000. "Ha sido una noche especial, a medida que avanzaban las noticias tranquilizadoras, la actividad bajaba, aunque sin llegar al tedio". En los ratos muertos, explica uno de los presentes, "hablamos de todo lo imaginable, desde fútbol hasta de la familia".
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