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Invertir en educación infantil es rentable

Hace casi dos años el presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero prometía crear 300.000 nuevas plazas para niños de 0 a 3 años, lo que suponía un 128% más de la oferta actual en ese momento. Sólo dos meses después, y dentro de la misma precampaña para las elecciones generales, el presidente del PP había prometido 100.00 plazas más, o sea, 400.000. Toda una subasta que apenas ha tenido reflejo en la realidad ni por parte de unos ni de otros, ambos partidos con gobiernos responsables de este tipo de políticas públicas. Es más, algunos gobiernos autonómicos como el de la Comunidad de Madrid en palabras de su Presidenta han recordado que esta etapa educativa "no es obligatoria ni gratuita", lo que es tristemente cierto, como triste es que esta misma responsable política añada que "en la Comunidad de Madrid le prestamos la máxima atención porque sabemos la importancia que tiene atender a estos niños para que sus padres puedan trabajar". A pesar de esa "máxima atención" los datos son estos: la demanda de plazas públicas se estima en unas 30.000, algunas se derivan a la privada, con una ayuda pública en forma de cheque escolar, que apenas llega al cincuenta por ciento que lo solicita y no cubre ni un tercio del costo de la escolarización; el resto de niños, hijos de familias de escasos recursos y con necesidad de tiempo para poder trabajar son "aparcados" en guarderías ilegales, locales piratas de dudosas condiciones higiénicas y nulas pedagógicas. En el resto de España, salvo raras excepciones, no están muy por encima.

El que desde el punto de vista legal el periodo que va de 0 a 2 años, que es en el que se dan los mayores déficits de inversión pública, no sea obligatorio ni gratuito no quiere decir que no sea de una extraordinaria importancia para el futuro del niño. No hay mas que echar una mirada a recientes investigaciones médicas que demuestran que el periodo de más rápido crecimiento cerebral ocurre en la temprana infancia, que las experiencias de esta etapa tienen efectos duraderos en la futura capacidad de aprendizaje del niño, que la influencia del entorno en el desarrollo temprano del cerebro es duradera y afecta no sólo al número de neuronas y conexiones entre ellas sino también a la forma y calidad en que se "entrelazan". Por otra parte existen numerosos estudios longitudinales en EEUU que demuestran que unos buenos programas de desarrollo y aprendizaje en los primeros meses de la vida tienen como consecuencia mejor preparación para el paso a la primaria, menos necesidad de educación especial, mayor motivación para aprender, mejor grado de socialización, menor fracaso escolar en años posteriores,... En estos primeros meses se configuran las bases sobre las que se apoyaran las futuras adquisiciones, de ahí su importancia. Muchos científicos creen que en los primeros años existen un número de periodos críticos o sensibles en los que el cerebro exige cierto tipo de insumos necesarios para consolidar ciertas estructuras duraderas. Por otro lado, la neurociencia moderna está dando respuestas cada vez más concretas sobre estas afirmaciones. Parece razonable concluir que el desarrollo del cerebro basado en la experiencia en los primeros años puede establecer trayectorias para la salud (física y mental), el aprendizaje y el comportamiento a lo largo del curso de la vida.

Desde el punto de vista de la eficiencia la inversión en esta etapa debe ser muy rentable pues un buen comienzo evita fracaso escolar, abandono de estudios, disfunciones de comportamiento, deficiente adaptación social,... Por desgracia, en España, tenemos el triste record de ser "medalla de plata" en el europeo de fracaso escolar, superados tan sólo por Portugal, con el 38,6%, según reciente estudio de la OCDE. En investigaciones realizadas por el profesor Calero y recogidas en la web de la Fundación Alternativas se puede ver que el porcentaje de fracaso escolar varía en función, no sólo del nivel económico de la familia, -22 de cada 100 alumnos pertenecientes a familias con las rentas más altas abandonan los estudios en educación obligatoria contra 57 de las más bajas-, o el tipo de estudios de los progenitores, -un 9% son hijos de "profesionales" y un 45% hijo de trabajadores "no cualificados" o un 58% hijos de trabajadores "agrarios"-, sino también el hecho de que entre los alumnos que siguen sus estudios a los 15 años, un 84,4 recibieron en su momento más de un año de escolarización en educación infantil. Los resultados del Informe PISA 2006 reflejan gran desigualdad en las puntuaciones según factores como en nivel de estudios o la renta de los padres.

¿Podrían reducirse estas diferencias invirtiendo intensivamente en esos dos primeros años, sobre todo para los hijos de familias desfavorecidas? Casi con toda seguridad que sí; es más, sería posiblemente el único momento para compensar, aunque fuera parcialmente, las deficiencias que arrastran de su medio familiar, pues si se deja para etapas posteriores lo más lógico es que ya se pueda hacer poco. Dicha inversión daría también más equidad al sistema, proporcionando una mayor igualdad en el punto de salida a niños que por su origen tendrían un serio hándicap para competir. El binomio equidad-eficiencia saldría reforzado y nos ahorraríamos los costos de subvencionar adultos que intelectual y socialmente no han podido llegar a cotas más idóneas. Pero hay más razones, de las que se pueden destacar dos. La primera es que la sociedad demanda cada vez con más fuerza medidas que faciliten la conciliación entre el trabajo y el hogar -es muy importante pero no el principal motivo, Sra. Aguirre-, en una sociedad en que la mujer se está incorporando al trabajo de forma importante y con unas características a mejorar como son la baja natalidad y maternidades en edades avanzadas. Y la segunda es la de que sería justo equilibrar la presencia de la financiación pública respecto a la privada en estos primeros años -30% pública contra 70% privada, los mismos datos que en la educación universitaria, aunque totalmente invertidos, configurando una pirámide con base ciertamente inquietante. Invertir recursos públicos para lograr futuros ciudadanos de primera, puede que sea tan importante o más que ostentar récords de títulos superiores.

Javier Ortiz es subdirector del Laboratorio de la Fundación Alternativas

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