El tango que viene
Hace siete temporadas se sacaron de la chistera lo del "tango electrónico" , etiqueta que han abrazado docenas de nuevos artistas y que relucen en las portadas de abundantes recopilatorios. En todo este tiempo se les ha visto en carteles populares o étnicos y han recorrido desde los escenarios más doctos y distinguidos a esas carpas ultramodernas que frecuentan los hechiceros de última generación. Su más reciente logro: inaugurar, el próximo 24 de julio, la edición número 42º del Festival de Jazz de San Sebastián. Las fronteras parecen quedárseles siempre pequeñas al guitarrista argentino Eduardo Makaroff, el suizo Christoph Müller y el pinchadiscos francés Philippe Cohen Solal, tres exponentes de la efervescencia parisiense que sigue sumando adeptos y algún que otro detractor bajo el nombre de Gotan Project.
"El tango es hijo directo de la multiculturalidad"
Fue La revancha del tango, en 2001, la obra que inauguró las reglas de este lenguaje. Seis años más tarde, Lunático, el sucesor de aquel primer disco seminal, comparte estantería con antologías que beben de idéntico caudal; las más recientes, The roots of electronic tango: Uptempo, The roots of electronic tango: Downtempo (ambas, publicadas por el sello argentino-dublinés UltraPop) o el volumen que conmemora el décimo aniversario de Ya Basta!, la discográfica fundada por el propio Cohen Solal. "Me siento orgulloso, como buen porteño, de que mucha gente haya optado por seguir nuestro camino", apunta, Makaroff, bonaerense de 53 años, desde su apartamento parisiense.
París fue de siempre territorio franco para los tangueros, por allí pasaron Gardel, Cadícamo y Piazzolla, e incluso los primeros tangos triunfaron en sus calles cuando el establishment porteño aún sentía repelús por aquella música arrabalera y marginal. "La ventaja de vivir a 11.000 kilómetros de distancia de Buenos Aires", admite Makaroff, "es que el peso de la tradición contrasta con el sentimiento de libertad que podemos respirar aquí". El suyo es, ciertamente, un historial de transgresiones: en los ochenta ya tocaba una heterodoxa versión del tango clásico Anclado en París junto a un pianista llamado Andrés Calamaro. "Pero en la Argentina de mi juventud sólo sabíamos ser irreverentes a ritmo de rock. Me satisface haber demostrado que, además de repetir el viejo repertorio o reinterpretar a Piazzolla, también había margen para innovar el género".
La conversión del tango en códigos binarios no es una fórmula que goce, desde luego, de aprobación unánime. Hace poco, el fundador de La Chicana y también gran impulsor del tango en este nuevo siglo, Acho Estol, exclamaba: "¡El tango electrónico no es tango, pibe! Es más bien como una franquicia, igual que un restaurante McDonalds en Pekín".
Makaroff prefiere minimizar es
tas voces críticas. "Tenemos menos detractores de los que habíamos imaginado. En Buenos Aires no dejamos de sonar en la radio, la tele y la publicidad, aunque la SADAIC
[el equivalente argentino de la SGAE] aún no nos haya liquidado un solo peso. El tango es una música que queremos muchísimo, pero no hay nada más tonto que decir: 'Quietos, aquí no se puede tocar nada'. Odiamos esos límites porque el tango es hijo directo de la multiculturalidad".
Lunático, en efecto, refrenda esa postura nada academicista. Abraza, aún más que su antecesor, un gusto por las orquestaciones y demás ambientes cinematográficos. El colofón lo ofrece Paris-Texas, su lectura del tema de Ry Cooder para la película de Wim Wenders. Entre medias, tan pronto asoman Calexico en Amor porteño como los casi desconocidos Koxmoz rapean en Mi confesión.
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