"La música es el único arte verdaderamente democrático"
Que Ornette Coleman resida en el corazón del "Distrito de la Moda", en Nueva York, explica muchas cosas. Como, por ejemplo, sus chaquetas imposibles puro glamur. A sus 77 años, el saxofonista, trompetista, violinista y compositor sigue señalando el camino que otros seguirán tras él. El "rebelde con causa" de los sesenta es un clásico y está en su mejor forma; su último disco, Sound Grammar, así lo demuestra. Y llena los recintos donde toca. Algo impensable en quien fue arrojado a los leones por el establishment del jazz y llegó a cobrar de los dueños de los clubes por no tocar en sus locales. El viernes 20 de julio estará en Vitoria (21.00, Polideportivo de Mendizorrotza), dentro del Festival de Jazz de dicha ciudad, y en sesión doble, junto al quinteto del contrabajista Dave Holland.
"Más tarde me enteré que lo que yo hacía es arte, pero, para mí, era sólo una cuestión de supervivencia"
"Las ideas tienen imagen y sonido y salen ya completas del cerebro"
El sumo hacedor del free jazz y reciente ganador de dos premios Grammy y Pulitzer, recibe en su espacioso apartamento-galería de arte-sala de ensayo. Primera sorpresa: su mánager personal es un joven madrileño que cursa sus estudios en la Universidad de Columbia.
PREGUNTA. Un largo recorrido para llegar a donde estamos desde su Tejas natal...
RESPUESTA. No puedo decir que aquéllos fueran los mejores días de mi vida, pero tampoco los peores. Yo nací en Tejas y ahí lo que hay es country & western y blues y música de Iglesia y lo que llaman "pop", que son canciones de amor. Si yo quería tocar Stardust, por ejemplo, tenía que salir de mi comunidad e ir a la de al lado. Pero si permanecía en mi comunidad, estaba obligado a tocar el blues. Y yo lo que quería es tocar una música que me permitiera participar en cualquier sitio.
P. He leído que usted poco menos que nació "con un saxo entre los brazos".
R. No fue así: en realidad, tuve que trabajar mucho para conseguir mi primer saxo. Un día le pregunté a mi madre si podía comprarme un saxo que había visto en una tienda y me dijo que sí, siempre y cuando encontrara un trabajo. Conseguí una caja de limpiabotas y me eché a la calle y fui ahorrando hasta que, 5 o 6 años más tarde, mi madre me dijo que mirara debajo de mi cama: ahí estaba el saxo. Lo cogí y me puse a tocar del mismo modo exactamente a como toco hoy, porque pensé que era un juguete. Ni se me pasó por la cabeza que debía ir a una escuela y aprender a tocarlo. Simplemente era algo con lo que podía hacer sonidos que resultaban agradables al oído. Pronto fui capaz de aprender todas las canciones rhythm and blues que escuchaba en la radio. Y empecé a improvisar sin tener ningún conocimiento de la clave o lo que fuera en que estuviera escrita la pieza. Entonces venían los otros músicos y me decían: "No puedes tocar de ese modo. Toma mi saxo y hazlo sobre la clave". Yo les decía: "¿Qué quieres decir con que no puedo tocar como qué cosa?".
P. De ahí paso usted a recorrer el Sur como músico de feria...
R. Los años cuarenta los pasé, prácticamente, en la carretera tocando en todo tipo de espectáculos. Por entonces me dejé crecer el pelo hasta los hombros, como Jesucristo. Tenía como norma no ir al peluquero. Una vez fui a tocar a algún lugar en Misisipí con un espectáculo de minstrel. Yo me daba cuenta de que las mujeres de la troupe se quedaban mirándome el pelo sin decirme nada. Una noche me fui a dormir y entraron en mi habitación rompiendo la puerta, llegaron hasta mi cama, quitaron las sábanas, me cogieron entre todas y me bajaron los calzoncillos. "¡Oh, es un chico!". No dijeron nada más. Luego me enteré de que iban diciendo por ahí que yo era gay o una especie de mujer barbuda camuflada. Eso me hizo pensar, "tengo que cambiar si quiero sobrevivir". Me corté el pelo.
P. Usted descubrió el jazz por Charlie Parker. De hecho, se dice que era capaz de tocar exactamente como él.
R. En 1945 empecé a escuchar bebop y pensaba que Charlie Parker era dios. En aquellos tiempos el bop era la música y Parker, Monk, Bud Powell y Dizzy Gillespie, sus sumos sacerdotes. Aprendí a tocar esa música, el problema es que tenía la sensación de hacer algo que ya habían hecho otros antes que yo. Para mí, era una música muy repetitiva, tú puedes tocar de una manera o de otra pero siempre es la misma melodía. Pensé: "No necesito seguir un mapa para equivocarme, puedo equivocarme yo solito". Entonces fue cuando empecé a tocar directamente mis ideas sin preocuparme del acorde o la clave en que estuviera escrita la pieza.
P. ¿Cómo se puede tocar una idea?
R. Las ideas tienen imagen y sonido y salen ya completas del cerebro. La partitura sólo sirve para recordarnos cómo va la pieza, o la idea, pero nada más. Yo escucho música de la misma manera en que el cerebro piensa. La principal diferencia es que la idea es algo concreto y el sonido no lo es. Si me pregunta qué es el sonido le diré que no tengo ni idea. Es algo que se te mete dentro por los oídos, pero eso podría ser también la sífilis. Y no es que necesite una definición pero me gustaría encontrarla.
P. Se necesita mucho valor para vivir como usted lo ha hecho, siendo fiel a sus propios criterios estéticos. Incluso renunció a una educación musical formal.
R. Lo descarté cuando vi que no me era útil desde el momento en que yo era consciente de que las ideas y el sonido son dos cosas diferentes. Igual que, cuando tocas una nota al saxofón, esa misma nota al piano tiene un sonido diferente. Eso me llevó a preguntarme por qué toda la música está interpretada con las mismas notas pero no con los mismos sonidos. Y pensé: si el piano toca un do, lo que yo tengo que hacer es tocar una nota diferente con el saxo para obtener el mismo sonido. Una vez que me di cuenta de que el sonido es más importante que las notas, decidí que iba a dedicarme a improvisar a partir del sonido; iba a tocar libre, lo que quiere decir que debía aprender a fiarme de mis ideas; no se trata de que uno toque lo que le venga en gana sino que se sienta libre haciéndolo. Más tarde me enteré que lo que yo hacía es arte, pero, para mí, era sólo una cuestión de supervivencia.
P. En el año 1958 llegó su primer disco: Something Else!!!!
R. El asunto fue que alguien se dio cuenta de que yo podía escribir música y, si podía hacerlo, podía grabar un disco: conseguí el contrato pero no recibí un duro a cambio. A las discográficas, entonces, sólo les interesaba la música pop y el blues, pero tampoco me preocupaba demasiado. El dinero era algo secundario para mí y, a cambio, me había ganado el respeto de muchos de los músicos que admiraba y que tampoco es que llevaran una vida demasiado confortable... es algo por lo que tiene que pasar todo el mundo cuando nadie te conoce y no puedes hacer nada al respecto.
P. Durante años, usted ha sido maltratado por una parte de la crítica y el público. Ahora todos se postran a su paso...
R. Supongo que es porque he conseguido mi objetivo de expresarme en total libertad. La libertad es algo que tienes que trabajarte y no algo que te encuentres sin más. La libertad no se regala, es una lucha que lleva toda una vida. Yo nunca me he sentido maltratado aunque sí es cierto que ahora me encuentro con una mujer que viene al camerino y me invita a su casa o un alto ejecutivo que me dice que quiere tocar como yo... pero es porque el sonido nos afecta a todos por igual. El sonido, como la idea, no pertenece a nadie y todo el mundo acaba convergiendo en un mismo punto sin importar la raza o la condición social. Por eso, la música es el único arte verdaderamente democrático que existe.
P. En un arte democrático como es la música, usted ha resultado elegido como una "leyenda viva del jazz"...
R. No estoy seguro de serlo. Entiendo que todo el mundo desea un trozo de eternidad para sí mismo, pero yo no tengo el menor interés en ser una estrella. No quiero estar por encima de nadie y, al final, puedo decir que practico aquello en lo que creo. No soy rico pero tampoco pobre. Simplemente trato de continuar mejorando musicalmente y pienso que lo estoy consiguiendo dedicándome a lo que se denomina "componer música".
P. Lo que sí ha tenido usted desde el primer momento son amigos influyentes, como Jerry García, Pat Metheny o Yoko Ono, la viuda de alguien que opinaba que el jazz es "mierda para estudiantes"...
R. La primera vez que toqué con Yoko fue una experiencia fantástica. Me dijo: "Tú toca como te dé la gana que yo te sigo". Y es lo que hicimos: yo tocaba y ella me respondía con el cuerpo. Yoko es una verdadera artista, sabe ponerse en situación y siempre termina encontrando el modo de expresarse.
P. ¿La ha vuelto a ver desde entonces?
R. De vez en cuando hacemos cosas juntos pero siempre por libre, sin un contrato ni nada parecido. Lo hacemos porque nos gusta y nos entendemos. Trabajar con ella me proporciona una extraña sensación de libertad. Un modo tan creativo de expresar el arte, la vida y el amor. Yo eso lo veo más en las mujeres artistas que en los hombres, lo que pasa es que no hay demasiadas mujeres artistas. Yoko Ono es un buen ejemplo.
P. Otra de sus experiencias que le marcó en los años sesenta fue su estancia en el norte de Marruecos con la comunidad jahjouka de músicos y sanadores.
R. Entonces, los jahjouka eran muy conocidos; Brian Jones, el guitarrista de los Rolling Stones, había estado con ellos, y el pianista Randy Weston y muchos otros escritores, poetas, artistas... Fui al pueblo en las montañas y acabé tocando con ellos durante seis horas seguidas. Era la primera vez en mi vida que tocaba con un grupo de músicos que nunca me habían escuchado antes. Fue otra experiencia extraordinaria. Cuando regresé a Estados Unidos quise editar las cintas pero ninguna compañía se interesó y Brian Jones, que se había comprometido a hacerlo, no me llamó... de todas maneras, incluí una parte en mi disco Body Meta.
P. En los sesenta, escribió una sinfonía, Skies of America, algo sorprendente en quien no ha pasado por ninguna escuela de música...
R. Componer una sinfonía no es difícil; sólo tienes que reunir las piezas y juntarlas. Sin embargo, mejorar como intérprete sí que lo es; conseguir que la idea que brota de tu cerebro viaje hasta tu alma y se convierta en un sonido que nadie haya escuchado nunca y que ese sonido lleve la felicidad a quien lo escucha... eso sí que es difícil.
P. Usted mantiene la costumbre de componer 12 piezas nuevas cada vez que toca en concierto.
R. Es una especie de compromiso que me obliga a no dormirme en los laureles. Me da igual que sea el Carnegie Hall o cualquier otro lugar, lo importante es que la música suene natural, a "recién ordeñada".
P. Ahora la profesión en pleno hace cola ante su puerta para tocar con usted, pero no todo el mundo está capacitado para interpretar su música.
R. Todo depende de cuan libre quiera ser. Si es capaz de deshacerse de sus miedos, trabajar en lo que cree y desarrollar sus propias ideas, venga a verme: a lo mejor soy yo el que quiero tocar con usted.
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