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Guía de lectura | LITERATURA DEL HOLOCAUSTO
Columna
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La escritura de la barbarie

PRIMO LEVI escribe en urgencia, apenas llegado del campo, "lo más llamativo, lo más grave, lo más importante" de su experiencia en Auschwitz. El resultado es Si esto es un hombre (Muchnik, 1989), publicado en una pequeña editorial en 1947, libro al que nadie hace caso. Desanimado por el desinterés reinante no volverá a intentarlo hasta 1963, con La tregua (Muchnik, 1999), que cuenta su rocambolesco viaje de vuelta a casa. Ese mismo año Jorge Semprún, que había sido liberado de Buchenwald 18 años antes, publicaba su primer relato, El largo viaje (Seix Barral, 1976). Si hoy alguien quiere iniciarse en la cultura del Holocausto tiene que empezar por esos pocos testigos dotados con el talento o "espíritu de la narración" que dirá Kertész. Junto a los citados, el comunista francés Robert Antelme cuyo relato La especie humana (Arena Libros, 2001) impactó en su época al revelar que los nazis no sólo querían matar sino expulsar al prisionero de la condición humana. Y en este capítulo de los relatos fundamentales, La noche (Muchnik, 1975) de Elie Wiesel, el mundo del horror vivido por un joven de 15 años; los Diarios de Victor Klemperer, escritos entre 1931 y 1941 (Círculo de Lectores, 2003) pero publicados medio siglo después, en 1998; el viaje espiritual que ha dejado en sus cartas y diarios la joven mundana Etty Hillesum, El corazón pensante de los barracones (Anthropos , 2001), y, por supuesto, Diario de Ana Frank (Plaza & Janés, 1992), un libro conmovedor pero desde el que es difícil hacerse una idea de la dimensión del Holocausto. Vives i Clavé es la voz catalana en Cartes des dels camps de concentració (Edicions 62, 1972).

Y, junto a los relatos, los ensayos llevados a cabo por supervivientes. En primer lugar, el duro alegato de Jean Améry, en contra del olvido, la tortura y la indiferencia de la humanidad, en Más allá de la culpa y la expiación (Pre-Textos, 2001); también la reflexión ponderada de Levi sobre los grandes interrogantes de Auschwitz en Los hundidos y los salvados (Muchnik, 1989), así como los ensayos del escritor húngaro Imre Kertész en Un instante de silencio en el paredón (Herder, 1998), de E. Kogon, Sociología de los campos de concentración (Taurus, 1965), o de David Rousset, El universo concentracionario (Anthropos, 2004).

Frente a quienes quieren dar cuenta de lo vivido bajo la forma de relatos sobrios y realistas, están los que, como Semprún, entienden que hay que recurrir al arte, a la literatura, para poder transmitir algo de lo que ellos vivieron. Es lo que él hace en La escritura o la vida (Tusquets, 1995), su relato más rotundo, o Kertész en Kaddish por el hijo no nacido (Acantilado, 2001), o Charlotte Delbo, Auschwitz y después (Turpial Amaranto, 2004).

Entre los ensayos posteriores a 1945 sobre el exterminio de los judíos europeos, en primer lugar Minima Moralia, de Th. Adorno, la reflexión más radical y consecuente con lo que acababa de ocurrir en Europa; luego, H. Arendt, Eichmann en Jerusalén (Lumen, 1999), el libro que plantea la tesis sobre la banalidad del mal y que causó gran disgusto en buena parte del mundo judío; K. Jaspers, El problema de la culpa (Paidós, 1998), que puso sobre el tapete el problema de la culpabilidad o de la responsabilidad de las generaciones siguientes; E. Canetti, Masa y poder (Muchnik, 1977), una aproximación a la psicosociología del hitlerismo. Montserrat Roig fue pionera en España con su Els catalans als camps nazis (Edicions 62, 1977). Más actuales son los estudios de G. Agamben, Lo que queda de Auschwitz (Pre-Textos, 2000), el autor que ha puesto en la agenda política el significado de Auschwitz; Z. Baumann, Modernidad y Holocausto (Sequitur, 1997), un libro que inquieta a los ilustrados; o E. Traverso, La historia desgarrada. Un ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales (Herder, 2001), una visión muy bien informada sobre actores y espectadores de ese acontecimiento. Contribuciones españolas tenemos en la revista Isegoría, en el número dedicado a 'La filosofía después del Holocausto' (número 23, 2000), el número monográfico de la revista Anthropos, 'Vigencia y singularidad de Auschwitz' (número 203, 2004), o Memoria de Auschwitz. Actualidad moral y política (Trotta, 2003), publicado por el autor de este artículo. Y como trasfondo de cualquier profundización en el tema: Dialéctica de la Ilustración, de Horkheimer-Adorno (Trotta, 1994), y Sobre el concepto de historia, de Walter Benjamin (Taurus, 1989). Sigue sin aparecer en castellano el texto obligado de R. Hillerg, La destrucción de los judíos de Europa.

Fue Adorno el que lanzó la pregunta de si era posible la expresión artística, habida cuenta de lo que hay de gozo y disfrute en la belleza, después de Auschwitz. Paul Celan le respondió con su propia poesía que sí, si tenía por tema el sufrimiento. Tenemos en castellano sus Obras completas (Trotta, 1999); también Nelly Sachs, Huida y transformación (Libertarias, 1995). En teatro hay que recordar a Max Aub, San Juan (tragedia) (Pre-Textos, 1998), a Peter Weiss, La indagación (Círculo de Lectores, 1972), y a la obra recientemente estrenada Himmelweg (camino del cielo), de Juan Mayorga, autor también de un Job con resonancias concentracionarias, publicado en La autoridad del sufrimiento (Anthropos, 2004). Si del teatro pasamos al cine, la obra de referencia indiscutible es Shoah, de Claude Lanzmann, un filme único en el que los actores son supervivientes y en el que la palabra atraviesa el tiempo y desafía al olvido. Clásicos son El diario de Ana Frank, Noche y niebla de Alain Resnais, aunque el público actual ha sabido de estos temas gracias a la mediocre pero impactante serie americana El Holocausto y a la eficaz La lista de Schindler, de Spielberg.

Un capítulo nuevo acaba de abrirse en este inmenso continente temático: ¿se puede hablar de Alemania como de un pueblo de víctimas? Quien rompió el silencio sobre los propios sufrimientos, mantenido como un tabú por políticos y escritores alemanes durante cincuenta años, fue W. G. Sebald con Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003) seguido de cerca por Günter Grass, A paso de cangrejo (Alfaguara, 2003), aunque ha sido la obra de Jörg Friedrich, El incendio (Taurus, 2003), la que ha provocado el debate sobre el sentido de los bombardeos que dejaron al país hecho un solar y sobre si vale todo contra el pueblo que produjo el Holocausto.

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