La bella Romeo
Maria Callas pesaba 108 kilos cuando inició su carrera y se sentía desgraciada y fea. Cambió su físico, en un año adelgazó 40 kilos, y se convirtió en una diva esbelta y elegante. Renunciaba a comer para poder mantener su figura, aunque a lo largo de su vida guardó las recetas de los grandes chefs para servirlas en las cenas de la que era anfitriona. Elina Garanca (Riga, Letonia, 1976, www.elinagaranca.com) no tiene ese problema, es una mujer esbelta que monta a caballo y practica submarinismo. "Lo único que me da un poco de respeto es lanzarme en paracaídas", dice Garanca, de paso por Valladolid. Es la imagen de una nueva generación de cantantes líricos que rompen con esa otra que había predominado hasta hace unos años de las grandes voces pasadas de kilos. Desde niña su vida ha estado rodeada de música y antes de cumplir los 18 años supo que lo suyo eran los escenarios. Antes de dedicarse a la lírica pensó ser actriz. La balanza la decantó por el canto y en uno de sus primeros discos incluyó varias piezas del repertorio español. En Bel Canto (Deutsche Grammophon), la mezzosoprano eligió a tres grandes compositores italianos de la primera mitad del siglo XIX, Donizetti, Rossini y Bellini, porque, según explica, "el color de mi voz y su timbre parecen estar hechos para este repertorio". Hasta el 11 de abril, esta mezzosoprano, que se mete en el papel de Romeo, compartirá escenario con Anna Netrebko en el Covent Garden, donde interpretan la ópera I Capuleti e i Montecchi. Ambas acaban de publicarla en Deutsche Grammophon bajo la batuta del italiano Fabio Luisi. Las críticas han alabado el papel que interpreta Garanca en esa ópera. De ella, en su papel de Romeo, dicen que "domina totalmente el escenario en cuanto aparece: no sólo es su voz de una flexibilidad y expresividad extraordinarias sino que además es capaz de subir sin esfuerzo aparente a las notas más altas y da credibilidad total al personaje que interpreta".
"No sé muy bien por qué antes las cantantes estaban tan gordas, pero ahora los directores de escena imponen sus exigencias"
Elina Garanca se crió en una familia en la que la música forma parte de su existencia; su padre es director de un coro y su madre fue cantante de lieder, carrera que tuvo que abandonar por problemas de salud, y actualmente imparte clases en la Academia de Ópera y Música de Riga. Inicialmente su madre le ayudó a moldear su voz, pero enseguida necesitó profesores alejados de la familia.
Esta mezzosoprano está casada con el director de orquesta Karel Mark Chichon, un gibraltareño que la ha acercado aún más a la cultura española. Una lengua que le era muy cercana porque en su casa era frecuente oír a su madre cantar piezas de Falla, Granados o Guridi. Con el paso del tiempo ella se enamoró de las voces de Teresa Berganza y Victoria de Los Ángeles. "Son dos mujeres a las que admiro muchísimo y que son grandes profesionales".
La música no fue la primera opción artística de esta mujer que en sus sueños de adolescente deseaba ser actriz dramática. "Con cinco años empecé a estudiar piano y sólo lo hacía para divertirme. Mis padres intentaron introducirme en distintos tipos de actividades que tenían que ver con la música, pero yo no me encontraba totalmente realizada. Y perdí el interés". Eso no significa que aborreciese la música. "Recuerdo que de pequeña cogía una vela y me la colocaba en la mano a modo de micrófono, pero no me veía en esa faceta hasta que un día, cuando tenía 17 años, descubrí que quería ser cantante de ópera. Antes de eso tuve un momento de fascinación por los musicales y estuve a punto de ser cantante de esos espectáculos que se vinculan a Broadway. Me gustaban mucho los escenarios y el aspecto dramático de la escena".
La cantante letona recuerda que para ella era más normal aproximarse a la música de Mariah Carey o Michael Jackson que a la de Joan Sutherland. "Siempre he sido muy consciente de lo que es ser cantante profesional. Yo he crecido sabiendo lo que eso suponía. A mi madre la he visto muchísimas veces cantando y sabía el esfuerzo que le acarreaba. Ahora cuando me preparo los conciertos de lied lo único que tengo que hacer es memorizar las palabras. El resto, la estructura y la música me resultan familiares". Ahora reconoce que cuando oyó en directo cantar a Sutherland se rindió ante la belleza de su voz.
No le gusta la improvisación y por eso dice que la técnica en la lírica es importante. "Una cantante nunca puede dejar de estudiar. Siempre tienes que estar preparando la voz para que esté en el punto adecuado. Tengo que estar pendiente si debo hacer un forte o un piano y ante todo memorizar los textos. Ver cómo se puede comunicar tu voz con las del resto de los compañeros y con las palabras que figuran en los textos". Antes de una actuación dedica dos o tres semanas a ver si encaja su manera de cantar con la música. Lucha contra el tiempo porque para ella es muy importante. Es una mujer de campo a quien le gusta refugiarse en la granja de sus abuelos, en la que pasaba los veranos. Cree que ese punto de vista es necesario para ser antidiva. "La naturaleza me interesa más que el mundo artificial de las estrellas. Todavía me voy al campo a pisar realidad y hablar con los cerdos y las vacas. Las actuaciones y los viajes me roban tiempo para mí y mi familia. Me tengo que mover, viajar, relacionarme con directores de orquesta, de escena. Y mi gran lucha es tener tiempo. He asumido que los viernes no voy a una discoteca y ello no me hace sentirme como una víctima. No lo veo como un sacrificio porque cuando estoy sobre el escenario me compensa. Me gusta lo que hago más que estar bailando, por ejemplo. En cuanto tengo unos días de vacaciones trato de pasármelo lo mejor posible. Voy a bucear, montar a caballo, o de compras, aunque no soy compradora compulsiva. Eso sí, cuando tengo tiempo libre me gusta cuidar mi cuerpo".
Es una mujer que trata de mantenerse en forma por una cuestión de salud. "No sé muy bien por qué antes las cantantes estaban tan gordas, pero ahora los directores de escena imponen sus exigencias. No se les ocurre para una Salomé contar con una doble". La soprano Karita Mattila cuando tuvo que actuar en el Metropolitan de Nueva York para el papel de Salomé estuvo dos meses acudiendo al gimnasio y recibiendo clases de baile porque para poder aparecer desnuda en escena necesitaba que su cuerpo estuviese en forma. "Las mezzos nos encontramos con un problema y es que hacemos papeles como querubín o de amantes como Romeo y tienes que dar ese aspecto físico de un hombre atlético. Ser una cantante de ópera no significa que estés alejada del mundo real. Yo disfruto sumergiéndome bajo el agua. Me encanta mirar a los peces y ver que existe un mundo diferente. Para compensar con la tensión que vivo en la tierra necesito generar otro tipo de adrenalina. Estás debajo del agua 40 minutos y la sensación que percibes es increíble". Le gusta huir de los lugares multitudinarios y por eso el agua le produce una gran calma. "No lo hago el día anterior a un estreno. Cuando estás bajo el agua conviviendo con los peces aislada no te importa nada porque no estás escuchando los ruidos que el mundo produce habitualmente. Te viene bien para descubrir ese mundo diferente y para desconectar de las llamadas de teléfono, las citas y los mails".
La vida cotidiana es muy importante para esta mujer que es consciente del papel que juega en el mundo de la lírica. "Cuando estás actuando eres un vehículo que transmite palabras e ideas de otros. Eres un puente de conexión entre el compositor y el espectador. En ese momento pones mucho de ti misma sin perder la referencia de que es algo temporal, que no dura eternamente. Con 75 años no voy a estar encima del escenario y lo que quiero es poder ser una buena persona y tener una familia. Mi generación se ha hecho más realista, viven más realidad y comprenden más por dónde van las cosas".
¿Qué tiene la música española que tanto le atrae? "Sencillamente, la adoro. La primera ópera que vi en directo fue Carmen, vi en ella lo perfecto. Todo lo que tiene que ver con España no es explosivo hacia fuera como en Italia, sino hacia dentro. Me gusta el ritmo de la palabra y de la música. La zarzuela lo resume bastante bien. Y yo veo un arte completo en el flamenco".
Está empeñada en reivindicar el papel de las mezzosopranos en el mundo de la ópera. "Actualmente el papel de las mezzos se queda en el segundo o tercer lugar del reparto. Dentro de las óperas las mezzosopranos compensan el papel de las sopranos e incluso del tenor, y creo que hay que resaltar la importancia que se merece". Habla entonces de los sentimientos que provoca la ópera en alguien como ella: "Satisfacción, felicidad, alegría. Pero básicamente pensar que todo lo que estoy haciendo: memorizando, ensayando, depurando la técnica, te produce una serie de recompensas impresionantes. Además, por qué no, a mí me proporciona una libertad increíble. Estoy trabajando con personas que me entienden y eso es importante. Yo empecé en teatros muy pequeños en Alemania, después participé en algunos concursos, siempre subiendo escalones. No me he dedicado a cautivar al público por vías que no sean las musicales. Siempre he tratado de ofrecer al público lo que yo tengo. Sólo me interesa promover lo que tenga relación con la cultura por mi voz y por mi manera de trabajar". Dice que no se atreve a lanzarse en paracaídas pero se lanza a interpretar a Mozart. "La verdad es que hay cierta osadía en ello porque requiere un control increíble. Cantar a Mozart es como una dieta para la voz. Es un muelle instrumental que necesita una afinación perfecta y control del estilo. Es mucho más fácil impresionar con Puccini que con Mozart". -
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